Por Josué I. Hernández
La influencia del
racionalismo ha impregnado la fibra de varios profesados cristianos. He sido
testigo de cómo algunos han etiquetado a sus “oponentes” de enfermos mentales o
con algún problema psicológico grave, todo para salir triunfantes con un
argumento viejo diseñado para infamar y prejuiciar. De un momento a otro,
algunos se han vuelto psicólogos o psiquiatras y sus “enemigos” enfermos con
patologías mentales. Lo irónico es la reacción de estos predicadores psiquiatras
que se enojan y discuten con pobres enfermos quienes padecen un trastorno
mental. Así también, ya no se está señalando el pecado por supuestos problemas psíquicos
que alguno supuestamente tiene, y los pecadores están renunciando a su libre
albedrío creyendo que no son responsables de su proceder sino de una
enfermedad. Que astuto es Satanás, y cuán crédulo es el hombre. A pesar de lo
anterior, el apóstol Pablo dijo por el Espíritu, “Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más
bien reprendedlas” (Ef. 5:11).
Del profeta Eliseo
dijeron: “¿Para qué vino a ti aquel loco?”
(2 Rey. 9:11). De Cristo dijeron: “Está
fuera de sí” (Mar. 3:21), “Demonio
tiene, y está fuera de sí; ¿por qué le oís?” (Jn. 10:20). Festo, a gran voz,
dijo a Pablo: “Estás loco, Pablo; las
muchas letras te vuelven loco” (Hech. 26:24). ¿Qué más podríamos esperar
del razonamiento que no considera la revelación especial del evangelio y la
autoridad de Jesucristo (1 Cor. 1:18, 23)? Si el evangelio es “locura” lo razonable será que quienes
lo proclamen sean locos.
Conceptos
Básicos
La
palabra “psiquiatría” la obtenemos del griego “psuche” (alma, mente) y “hugiaino”
(salud), de esta última palabra griega deriva el término castellano “higiene”. Psuche, significa
el alma o la vida del hombre, la sede de las corrientes internas de la persona;
el “asiento del elemento sensible en el
hombre, aquello mediante lo cual percibe, considera, siente, desea” (VINE). De este vocablo griego proceden las palabras que comienzan con
el prefijo “psico”. Además, todo buen estudiante de la Biblia bien sabe que la
Escritura nos enseña que hay un “hombre exterior” y un “hombre interior” (2
Cor. 4:16), un “hombre natural” y uno “espiritual” (1 Cor. 14-15). Dicho esto,
hemos de considerar los límites de la ciencia para tratar con lo sobrenatural y
la revelación.
La ciencia trata con lo que puede probar por los sentidos y a los sentidos, pero la ciencia por sí
sola no puede alcanzar la mente de Dios quien es el creador del hombre y sabe
lo que éste necesita. La ciencia tiene límites, pues no trata con lo
sobrenatural.
Sin embargo, y
supuestamente, la psiquiatría estudiaría las supuestas enfermedades mentales
con el objetivo de prevenir, evaluar, diagnosticar, tratar y rehabilitar a las
personas con trastornos y desviaciones de lo que se considera óptimo.
El ejercicio de la
psiquiatría tradicional para tratar los problemas mentales es relativamente
nuevo en la historia de la humanidad. Hasta el siglo XIX los considerados enfermos
mentales eran recluidos en asilos donde recibían tratamientos morales con el
fin de disminuir su confusión mental y restituir la razón. Sin embargo, fue
desde el siglo XIX cuando surgió por primera vez el concepto de enfermedad
mental y la psiquiatría haría su ingreso definitivo en la sociedad moderna.
Es importante
reconocer el fundamento de la psiquiatría convencional en todo esto, ya que
sobre este fundamento ha sido edificado el cuerpo de conceptos “psiquiátricos”
que hoy en día se utilizan en el diagnóstico. La base de la psiquiatría
tradicional está constituida por:
·
La
evolución general: Los evolucionistas creen que “por el transcurso del tiempo, se observa en muchos animales vivos que
les ocurre cambios de tal modo que se transforman en nuevas especies” (G.
A. Kerkut).
·
El
naturalismo: Es el sistema de creencia “de
los que atribuyen todo a la naturaleza como primer principio” (Larousse).
·
El
racionalismo: Es la “doctrina filosófica
que rechaza la revelación y pretende explicarlo todo por medio de la razón”
(Larousse).
·
El
humanismo: Es la filosofía que pone al hombre en el centro de todo. El
humanista es el “Filósofo que funda su
doctrina en el hombre, en la situación y en el destino de éste en el mundo”
(Larousse).
Considerando lo
anterior, no es sorpresa que la psiquiatría convencional atribuya los llamados
“desórdenes de la personalidad” a modos de conducta que se han manifestado en grados evolutivos anteriores, los cuales están establecidos genéticamente.
Por ejemplo, hace
pocos días, en un conocido programa nacional, un psiquiatra explicó el
comportamiento de varios niños rebeldes desde la perspectiva del racionalismo y
naturalismo. Estos niños no tenían mayor esperanza que cargar con las
deficiencias genéticas de sus predecesores. ¿Qué más se podría esperar de una
disciplina que no acepta la revelación de Dios y la responsabilidad del hombre
en esta vida? Además ¿desde cuándo alguna deficiencia genética resulta ser
siempre una “enfermedad”? Oh, por supuesto, la evolución lo explica todo. Somos
producto de la materia en evolución y movimiento.
La evolución
general es un mito ¡Si la princesa le da un beso al sapo, este no se convertirá
en un príncipe! Así mismo, la materia inorgánica no puede (por arte de magia)
producir vida por sí misma y luego evolucionar bajo un mecanismo ciego para
producir la diversidad y orden que hoy conocemos.
Dios es el Creador
del Cosmos (Gen. 1:1; Hech. 17:24). Todos podemos reconocer esto. La creencia
universal en la existencia de un Ser Superior, los efectos que hoy percibimos
como producto de una Causa primera, el diseño y orden del Universo, la
conciencia y la necesidad de una autoridad moral; todos son evidencia que nos
lleva a aceptar la existencia de Dios.
La revelación
especial de las Escrituras (2 Tim. 3:16-17), y la evidencia que sustenta cada
una de sus afirmaciones no pueden ser obra de la mente humana. ¡La Biblia es la
palabra de Dios!
¿Qué importa que el
incrédulo se burle? Su burla no anula la verdad. Él se burla de un Dios eterno,
pero cree en una materia eterna. Se burla de la fe en las Escrituras, pero
tiene fe en el azar. Se burla de un principio originado por Dios, pero cree que
la materia se originó espontáneamente y así misma se evolucionó.
La
Evolución General y La Interpretación De La Mente
La terapia
psicodinámica proviene directamente de Charles Darwin y posteriormente de
Herbert Spencer quien aplicó la teoría de la evolución a las manifestaciones
del espíritu y a los problemas sociales, entre ellos el de la educación. A su
vez, Spencer influyó sobre John Hughlings Jackson, quien veía las funciones en
el cerebro humano como desarrollos evolutivos más recientes los cuales hacen
posible las funciones humanas. Luego (según Jackson), los animales operan en un
nivel evolutivo inferior y más primitivo que se denomina “talámico”.
Los conceptos de
Jackson fueron posteriormente incorporados a las premisas del Sigmund Freud y a
la escuela de psicobiología de Adolf Myers, éste último introdujo el término
“higiene mental”.
Sigmund Freud fue
estudiante de medicina en la década de 1870, época cuando las teorías de Darwin
estaban cambiando los conceptos científicos del mundo académico. Freud estudió
bajo Ernest Brucke, quien creía que las únicas fuerzas operando en los
organismos biológicos son las inherentes en la materia. Luego, a lo largo de su
vida, Freud aplicaría las ideas de Brucke a su estudio de la mente.
Enfermedades
Mentales
Hay enfermedades que afectan al hombre debido a un previo daño físico (por ejemplo las
enfermedades Alzheimer y Parkinson) y el resultado del ejercicio mental se ve
frustrado por ellas. Los neurólogos atienden esto por medio de medicinas que
afectan físicamente el cerebro. Sin embargo, ningún “hombre natural”, es decir,
el mundano que rechaza la revelación de las Escrituras (con
todo y su diploma), podrá tratar correctamente los problemas espirituales del
hombre, como sólo Dios lo puede hacer con su palabra, la cual actúa directamente, y
para bien eterno, sobre la psique y el espíritu, u hombre interior.
La mente no es un órgano físico. Por lo tanto, la llamada “enfermedad
mental” no podría tratarse
con drogas, ni curada con éstas. No negamos que hay “enfermedad cerebral” (el
cerebro sí es un órgano), pero sí creemos que muchos males son producto del
pecado que maltrata la integridad del hombre, y son superables con la palabra
de Dios. En esto, el evangelio soluciona lo que la psiquiatría no puede. Tampoco negamos la
diferencia entre psicología y psiquiatría, ni las evidentes enfermedades físicas ocasionadas
por causas físicas y que alteran el comportamiento. Sin embargo, muchas
disciplinas populares de hoy, que tratan de alcanzar la psique del hombre,
están fundamentadas sobre el naturalismo y racionalismo, filosofías opuestas a la palabra de Dios y que ensalzan el
humanismo desechando la revelación especial de las Escrituras.
Todo comportamiento es una elección, no una enfermedad. El hombre puede
superar un estado físico difícil y sanar su problema espiritual con el buen
Médico (Mat. 11:28-30). Hay poder disponible para los cristianos (cf. Fil.
4:13). Pero, el incrédulo rebelde prefiere renunciar a su libre albedrío y esclavizarse con
drogas psiquiátricas cuando lo que necesitaba era el arrepentimiento (Hech.
17:30). Así también, varios doctores olvidaron los límites de su profesión y se
han vuelto filósofos que no creen en “espíritu,
alma y cuerpo” (1 Tes. 5:23)
tal como son descritos en la Biblia, la palabra de Dios.
Por ejemplo, eso de “desequilibrio químico del cerebro”, popular entre
varios filósofos naturalistas, no tiene base científica, empírica. ¿Cómo
determinan el equilibrio sin pruebas de laboratorio exhaustivas en cada
paciente?
La piedra angular del modelo de enfermedades de la psiquiatría en la actualidad es la teoría de que un “desequilibrio
bioquímico” que se origina en el cerebro causa la enfermedad mental.
Popularizada mediante mercadotecnia, la noción no es más que puras ilusiones
psiquiátricas. Como todos los otros modelos de “enfermedad mental” de la psiquiatría, a lo cual un sinnúmero de investigadores,
psiquiatras, psicólogos y médicos (que reconocen los límites de la ciencia, y
la diferencia entre ciencia y filosofía) lo han
desacreditado por completo.
La Diabetes es un desequilibrio bioquímico. Sin embargo, la prueba
definitiva y el desequilibrio bioquímico es una concentración alta de azúcar en
la sangre. El tratamiento en casos severos son inyecciones de insulina, lo que
restituye el equilibrio del azúcar. Los síntomas desaparecen y nuevas pruebas
muestran que el azúcar en la sangre es normal. Pero, no existe algo similar al
desequilibrio de sodio o de azúcar en la sangre que cause depresión o cualquier
otro síndrome psiquiátrico.
La lista de
científicos honestos, que han denunciado los males de la psiquiatría, es larga
y está bien documentada. Enseguida daremos algunos ejemplos a considerar.
E. Fuller Torrey
escribió en su libro titulado The Death of Psychiatry (La muerte de la
psiquiatría) que “la psiquiatría está
muriendo ahogada por su propio estetoscopio y hace tiempo que ya debiera estar enterrada”.
El doctor Torrey cree que muchos de los considerados como “enfermos mentales”
tienen problemas de adaptación en la vida cotidiana, no incapacidades físicas
comprobadas. Luego, en Controversy in Psychiatry el doctor Torrey describe cómo
los neurólogos deberían asumir la responsabilidad de tratar las enfermedades
orgánicas cerebrales, con los avances actuales de la investigación científica
acerca de cómo funciona el cerebro, de modo que se descubrirán causas orgánicas
para algunas de las “enfermedades” que ahora están tratando los psiquiatras.
Walter Maier
escribió acerca de las perversiones del psicoanálisis citando luego Judas 8 “Estos soñadores mancillan la carne” y
condenando las teorías de Sigmund Freud como absolutamente inaceptables y
peligrosas.
Thomas
Szasz (El Mito de la Psicoterapia) escribió “quizá
todos los procedimientos pretendidamente psicoterapéuticos son perjudiciales
para los llamados pacientes”. Szasz afirmó que la “enfermedad mental” es un
concepto mítico, que las personas designadas como psicóticas no están
clínicamente enfermas porque no se han descubierto disfunciones cerebrales que
comprueben dicha “disfunción”. Además, Thomas Szasz afirmó que estas personas
son “ineptos sociales” o individuos “en conflicto con otras personas, grupos o
instituciones”. Además, comentó: “No hay ninguna prueba sanguínea o
biológica que certifique la presencia o ausencia de la enfermedad mental, como
lo hay para la mayoría de
las enfermedades del cuerpo. Si se elaborara una prueba así (para lo que hasta
el momento se ha considerado una enfermedad psiquiátrica), entonces la
condición dejaría de
ser una enfermedad mental y en vez se clasificaría como síntoma de una enfermedad del
cuerpo”.
La doctora Paula
Caplan, psicóloga de investigación clínica (Harvard), afirma que el trastorno
mental no existe. Lo mismo han afirmado Margaret Hagen (PhD en psicología del
desarrollo), Julian Whitaker (Doctor en Medicina), George W. Albee (PhD y
profesor Emérito de la Univ. De Vermont), entre muchos otros.
En su libro, The Complete Guide to Psychiatric Drugs (La Guía Completa a las Drogas Psiquiátricas), el doctor
Edward Drummond, subdirector médico del Centro de Salud Mental Seacoast en
Portsmounth, New Hampshire, declaró: “En
primer lugar, no se ha demostrado una etiología[causa]
para cualquiera de los trastornos psiquiátricos... Así que no acepte el mito de
que podemos hacer un ‘diagnóstico exacto’... Tampoco debería creer que sus problemas existen sólo
por un ‘desequilibrio químico”.
El psiquiatra Steven Sharfstein, entonces Presidente de la Asociación
Psiquiátrica Americana, admitió: “Nosotros
no tenemos una prueba de laboratorio contundente para determinar un
desequilibrio químico en el cerebro”.
El doctor en ciencias Bruce Levine, psicólogo y autor de Commonsense
Rebellion (Rebelión con Sentido Común) coincidió: “Recuerde que no se han encontrado
marcadores bioquímicos, neurológicos o genéticos para el trastorno por déficit
de atención, trastorno de oposición desafiante, depresión, esquizofrenia,
ansiedad, abuso compulsivo de drogas o alcohol, comer en exceso, apuestas o
cualquier otra de las presuntas enfermedades, males o trastornos mentales”.
Elliot Valenstein, Ph.D., autor de Blaming the Brain (Echándole la
Culpa al Cerebro) fue rotundo: “No
existen pruebas disponibles para valorar la condición química del cerebro de
una persona viva”.
El psiquiatra David Kaiser comentó: “La psiquiatría moderna aún debe
demostrar en forma convincente la causa genética y biológica de cualquier
enfermedad mental... Se ha diagnosticado a los pacientes
‘desequilibrios químicos’ a pesar del hecho
de que no existen pruebas para sustentar un diagnóstico así y no existe un
concepto real de cómo sería un desequilibrio químico”.
El trastorno mental
existe sólo cuando lo indique alguien con poder, influencia y credibilidad, y
ése alguien es el psiquiatra. El psiquiatra es respaldado por un aura de
credibilidad que la propia sociedad le ha otorgado.
El
DSM y Los Trastornos Mentales
El Manual Diagnóstico
y Estadístico de los Trastornos Mentales (en inglés Diagnostic and Statistical
Manual of Mental Disorders, DSM) de la Asociación Psiquiátrica de los Estados
Unidos, contiene una clasificación de los
llamados trastornos mentales y describe categorías diagnósticas de los mismos.
El gran problema
con este Manual Estadístico, es que no tiene nada de estadístico, no es
verdaderamente científico. Pero se comercializa como una autoridad científica
en el mundo. No sólo es producto del racionalismo y naturalismo modernos, sino
que también está sujeto a la opinión voluntariosa de los integrantes de la
Asociación Psiquiátrica de los Estados Unidos, hombres que rechazan la
autoridad de las Escrituras y el poder de Dios.
Está bien
documentado, que desde la primera edición del DSM, la Asociación Psiquiátrica
de Estados Unidos ha venido incluyendo en él nuevos “trastornos mentales” por
votación. Y hasta hoy, el DSM sigue aumentando su volumen. El DSM desde su
primera edición ha crecido en casi un 400%, incluyendo los supuestos nuevos
trastornos mentales que la psiquiatría moderna viene “descubriendo” y
“tratando”.
Conclusión
Dios, el Creador
del hombre, sabe lo que el hombre necesita (Jn. 3:16; 10:10). La sed del alma
sólo puede ser aplacada con Dios (Sal. 42:1-2). Si Dios falta en el corazón del
hombre, y éste no quiere a Dios, tendrá que llenar ése vacío con algo.
Con la evolución
general, todas las terapias psiquiátricas son razonables, aceptables y
coherentes. Pero no dan esperanza ni propósito a la vida del hombre.
El buen doctor
(Mat. 9:12-13) ha hecho posible el reposo (Mat. 11:28-30) y la paz (Jn. 14:27;
16:33). El tratamiento es sencillo, pero demanda la obediencia. Es fácil
comprender el evangelio, pero no es fácil seguir a Cristo (Mat. 16:24-25), y
ésta es la principal razón de la resistencia moral al evangelio que dirige al
hombre a buscar soluciones alternativas, como los conceptos naturalistas de la
mente y el comportamiento.
Las Escrituras son suficientes, bastan al hombre de
fe, para educarle para vida eterna (2 Ped. 1:3; 2 Tim. 3:16,17).