Amputar para vivir



Por Josué I. Hernández


En mayo del 2003, Aron Ralston, un alpinista de 27 años, exploraba en el cañón Blue John, cerca de de Moab, Utah. Una roca cayó atrapando su antebrazo derecho y aplastándolo. Solo una decisión drástica podría sacarlo de allí. 

Durante cinco días intentó sacar el brazo de todas maneras posibles, trató de levantar o romper la piedra, pero al no conseguirlo, la desesperación se apoderó de él y pensó que iba a morir hasta tal punto que  talló su nombre, su fecha de nacimiento y su fecha de muerte en la roca. 

Al acabarse su agua, bebió su propia orina y grabó en video una despedida para su familia. Finalmente, deshidratado y moderadamente confuso, Ralston  tomó una decisión. Golpeó su brazo con una piedra para romper los huesos,  y con su navaja multiusos cortó la carne y los músculos. Después, usó las pequeñas tijeras del multiusos para cortar los tendones y, por fin, quedó libre. Aplicó un torniquete y con el anclaje de su equipo de escalada consiguió descender el cañón y caminó con la esperanza de encontrar ayuda pronto, hasta que un helicóptero del servicio médico de Utah lo localizara tras haber activado la alerta de su desaparición el servicio de parques nacionales de EE.UU.

Cristo dijo: “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno” (Mat. 5:29,30).

“Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti; mejor te es entrar en la vida cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; mejor te es entrar con un solo ojo en la vida, que teniendo dos ojos ser echado en el infierno de fuego” (Mat. 18:8,9).

En estos dos pasajes, miembros preciados de nuestros cuerpos representan lo que motiva la ofensa y es ocasión de tropiezo. En este sentido, y a pesar de que pueda ser sumamente doloroso e invalidante el quitar de nosotros lo que motiva la ofensa, Cristo dice que es “mejor” alcanzar la vida eterna mutilados de lo que nos apartaba del Señor, que ser echados al infierno por no haber pagado el precio por servirle.

La vida eterna con Dios demanda la decisión de pagar el precio y “perder” cosas terrenales para “ganar” lo que realmente importa (cf. 1 Jn. 2:15-17). Nuevamente, podemos estar al revés, equivocados frente a Cristo. Porque, en Cristo, para “ganar” primero debemos “perder”. Como dijo el inspirado apóstol Pablo, “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 2:20). “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:7,8).

Cristo dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará. Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?” (Luc. 9:23-25).