Libertad de expresión


Por Josué I. Hernández


Cuando el rey David viajaba con sus hombres, Simei les siguió para proferir palabras de maldición contra David, lanzando piedras contra el rey y sus siervos, y acusando a David de ser un hombre sanguinario que estaba recibiendo lo que merecían sus hechos en la rebelión de Absalón. Entonces, Abisai, uno de los hombres de David, quiso ejecutar a Simei.

“Entonces Abisai hijo de Sarvia dijo al rey: ¿Por qué maldice este perro muerto a mi señor el rey? Te ruego que me dejes pasar, y le quitaré la cabeza. Y el rey respondió: ¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia? Si él así maldice, es porque Jehová le ha dicho que maldiga a David. ¿Quién, pues, le dirá: ¿Por qué lo haces así? Y dijo David a Abisai y a todos sus siervos: He aquí, mi hijo que ha salido de mis entrañas, acecha mi vida; ¿cuánto más ahora un hijo de Benjamín? Dejadle que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho. Quizá mirará Jehová mi aflicción, y me dará Jehová bien por sus maldiciones de hoy. Y mientras David y los suyos iban por el camino, Simei iba por el lado del monte delante de él, andando y maldiciendo, y arrojando piedras delante de él, y esparciendo polvo. Y el rey y todo el pueblo que con él estaba, llegaron fatigados, y descansaron allí” (2 Sam. 16:9-14).

El discurso de Simei fue ofensivo, e injusto. Sus palabras de burla mostraron su apoyo a la rebelión de Absalón. Muchos gobernantes, al recibir semejante ataque verbal, habrían castigado tal expresión. Sin embargo, David no lo hizo. Él sabía que, si bien el discurso de este hombre injusto no era agradable, debía considerarse la posibilidad de que Simei estaba hablando la verdad divina (2 Sam. 16:10).

Oramos para para que nuestros gobernantes y líderes nacionales nos sigan permitiendo la libertad de expresión para hablar sin ser castigados por ello, al igual como David lo hizo con Simei. 
Cuando nuestra predicación representa con precisión la verdad de las Escrituras, podemos ofender a algunos que no buscan la verdad y sufrir persecución. 
Si bien podemos (y debemos) seguir predicando en medio de la persecución, nuestros esfuerzos serán obstaculizados en tales circunstancias, y tal cosa no la queremos, ya que la libertad de expresión nos permite predicar a tantas personas como sea posible. En fin, esto es lo que Dios desea, y es lo que hemos de pedir fervientemente (1 Tim. 2:1-4).

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