¿Cómo me enseña a vivir Jesús?


Por Sewell Hall


La meta popular de nuestra generación es disfrutar de la “buena vida”, la verdadera felicidad.  Este sueño no es nuevo ya que los reyes, maestros, filósofos y pobres la han buscado a través de los siglos.  Pero, para encontrar una vida verdaderamente buena, hay que seguir a Jesús, el Camino, en un mundo confundido.


Jesús corrige conceptos erróneos

Cuando pensamos en “la buena vida” pensamos en lo que nos trae verdadera felicidad.  Sin embargo, muchas veces esperamos que la prosperidad, el placer y la popularidad nos hagan felices cuando no es así el caso: “Y les dijo: Mirad, guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15).
“¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! Porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! Porque lamentaréis y lloraréis. ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! Porque así hacían sus padres con los falsos profetas” (Lucas 6:25-26).
Reflexionemos un poco…  Nos damos cuenta de que la mayoría de la gente rica y famosa no es feliz.  No obstante, seguimos buscando riquezas y nos desanimamos si no las poseemos.  Si Jesús hubiera ofrecido las riquezas  y la fama como el camino a la felicidad, habría sido un fracaso, ya que por sí mismas las riquezas y la fama no otorgan la felicidad espiritual y perdurable que sólo Cristo puede dar.


Jesús soluciona el problema

Dios le dio la buena vida al hombre al principio de la creación, no obstante, esta  felicidad el hombre la perdió al pecar.  Con el pecado vinieron la culpabilidad, el temor, el dolor y la muerte.  El pecado es corrupción, Jesús dijo: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez.  Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre”.  (Marcos 7:21-23).
Solamente, al dejar el pecado podemos encontrar la felicidad: “Porque: el que quiere amar la vida yver días buenos, refrene su lengua del mal, y sus labios no hablen engaño; apártese del mal, y haga el bien; busque la paz y sígala” (1 de Pedro 3:10-11).
Solamente por estudiar la ley de Cristo podemos reconocer lo que es pecado: “…pues el pecado es infracción de la ley” (1 de Juan 3:4). Solamente por seguir el ejemplo perfecto de Cristo podemos evitar el pecado: “…porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca…”  (1 de Pedro 2:21-22).
¡¡Imagínese una vida sin temor, sin culpabilidad y sin la inquietud que proviene del pecado!! En verdad Cristo puede dar la vida llena de paz que sobrepasa todo entendimiento (Filipenses 4:7).


Jesús nos enseña a tener una nueva meta

La meta de este mundo infeliz y confuso consiste en los tesoros mundanos, pero Jesús dice: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan;  sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan” (Mateo 6:19-20).

Los hombres siempre están deseosos de recibir, pero rara vez están dispuestos para dar a otros, Jesús dijo: “…Mas bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35).
Muchos consideran el poder y el recibir servicio como símbolos de la buena vida.  Pero Jesús dice: “…el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor,…como el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir…” (Mateo 20:26-28).

Muchos no pueden alcanzar la meta popular de este mundo, y los que la alcanzan no logran la felicidad en ella.  Además los que no logran la riqueza o la fama, se sienten abatidos al pensar que han fracasado. Pero cuando cambiamos de meta, podemos ser felices sin confiar en estas cosas temporales para nuestra satisfacción. La verdadera felicidad se consigue al alcanzar una nueva meta, la de Jesús, el Camino accesible para todos… Sí todos, desde el rey más rico, hasta el hombre más humilde, todos pueden hacerse de un tesoro en el cielo, todos pueden aprender a compartir con los que padecen necesidad (Efesios 4:28)  todos pueden hallar el gozo de servir (2 de Corintios 12:15).
Si Ud., duda que estos nuevos conceptos puedan darle felicidad, sólo tiene que considerar la vida de cualquier individuo que los practica y verá que Jesús tiene razón, pero hay más…


Jesús nos da lo que no esperamos

Cuando aprendemos a no tener como meta lo material, el placer y la fama, Jesús nos provee de una mejor porción de estas cosas.  Escúchele: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?  Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestros Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.  Mas buscad el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:31-33). “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo…” (Lucas 6:38). “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido” (Lucas 14:11).


¿Cómo lo hace Jesús?

Tal vez, nunca entendamos todos los métodos que Dios utiliza para cumplir sus promesas.  No obstante, podemos entender que Dios nos bendice cuando obedecemos sus mandamientos, sencillamente porque sus mandamientos son buenos (Salmo 19:7-11).  Por lo tanto, nos exige lo que es bueno y nos prohíbe solamente lo que nos hace daño.  Nuestra salud está mejor cuando obedecemos a Jesús. Andamos mejor económicamente porque trabajamos mejor y no tenemos que pagar los gastos del pecado. Nuestra vida familiar es mejor porque aprendemos a pensar primeramente en otros. Aunque enfrentamos problemas, lo hacemos con Dios a nuestro lado (Salmo 46:1-3; Juan 14:27; Hebreos 13:6), iluminados con las enseñanzas de Jesús (Mateo 4:16; Juan 1:9; Juan 8:12) y con la esperanza de la vida eterna (Juan 5:28-29). 


Los frutos de rechazar a Dios

Puesto que la mayoría de la gente busca felicidad en lo material y sensual; nuestra sociedad occidental está decayendo moralmente. Al observar el deterioro de la moralidad, muchos filósofos que no creen en Dios ven solamente futilidad y desesperanza. Por ejemplo, el escritor estadounidense Mark Twain (Samuel Clemmons), dio este comentario respecto al propósito de la vida:
“Un grupo de hombres nace. Trabajan y sudan para obtener el pan, disputando, discutiendo y luchando para ganar ventajas sobre su prójimo.  Los años pasan… Sus seres queridos les son quitados y la alegría se convierte en dolor.  La carga del dolor, de la preocupación y la miseria se vuelve más y más pesada… mueren la ambición, el orgullo y la vanidad.  Por último, llega la muerte.  Estos hombres no fueron importantes a los ojos del mundo, ni tuvieron propósito en la vida.  No llevaron a cabo nada, sino que fueron fracasados… El mundo les lleva luto por un día y luego se olvida de ellos para siempre.  Luego nace otro grupo y toma el lugar del anterior, imitando sus hechos, siguiendo el mismo camino inútil y desvaneciéndose de igual forma… Sigue generación tras generación, cada una logrando lo que logró el grupo anterior, NADA

Para muchos como Twain, la vida consiste nada más que en nacer, trabajar y morir. ¡La verdadera felicidad es imposible si no seguimos a Jesús!


Lo que dice la Biblia

La Biblia describe lo que le sucede a una sociedad que rechaza a Dios, cuando describe la sociedad romana del primer siglo. Después de una descripción horrible de la idolatría y la perversión de aquella sociedad, el apóstol Pablo describe más frutos de la incredulidad: “…estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia;…” (Romanos 1:29-31).
A medida que nuestra sociedad legue a ser cada vez más incrédula, nos acercaremos tanto más a este repugnante cuadro de la sociedad romana. Cuando la sociedad rechaza a Dios, el Juez de todos: ¿Qué impedirá caer a esta sociedad en un pantano de egoísmo y confusión? ¿Puede existir la felicidad en un mundo que no óvese al Juez Supremo ni acepta sus reglas morales?

Si uno quiere ser realmente feliz, es necesario rechazar el materialismo y la sensualidad y obedecer a Jesús, el Camino. El hombre necesita algo más que las cosas pasajeras de esta tierra. Verdaderamente Jesús es El Camino a la felicidad.

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