¿Por qué necesito el perdón que Jesús ofrece?



Por Sewell Hall


Mucha gente piensa que el pecado es una violación de las leyes humanas. Consideran que un hecho es pecado sólo si la sociedad no lo acepta, si viola su conciencia o si hace “daño” a alguien.  La gente que piensa así cree que no hay que hacer nada para corregir el pecado, sino legar a un acuerdo con la persona dañada y después de llegar a tal arreglo se sienten tranquilos. Pero el pecado es más que violar las reglas de la sociedad. El pecado es cualquier desviación de la voluntad de Dios: “Toda injusticia es pecado;…” (1 de Juan 5:17).

El pecado es la infracción de la ley de Dios para nosotros, consistiendo en cualquier ilícito que Dios prohíbe en su palabra, La Biblia: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 de Juan 3:4).

Además el pecado, consiste en dejar de hacer lo bueno, dejando de obrar la voluntad de Dios: “… y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17).

El comportamiento injusto hacia otro ser humano es pecado, porque viola la ley de Dios.  Después de haber cometido adulterio y homicidio David dijo lo siguiente: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos;…” (Salmo 51:4).

Ya que el pecado es la violación de la ley de Dios, y por lo tanto una ilegalidad que hace del pecador un criminal ante Dios, el problema del pecado es más serio de lo que muchos piensan, llevando como pena la muerte eterna: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).

Siendo el pecado una ofensa delante de Dios, y la violación de sus leyes, nadie recibirá el perdón hasta que corrija sus pecados delante de Él.

IMPORTANTE: La palabra pecado (en griego hamartia) significa “errar el blanco”  denota una falta, una violación fragante de rebeldía ante la ley del Señor; el pecado es un delito o crimen ante Dios, pues el pecado es “infracción de la ley”.

El Problema del Pecado

Quitar la culpabilidad del pecado, no es tarea fácil, ni aún para Dios.  Dios es esencialmente SANTO y la santidad de Dios hace imposible la comunión con el pecado: “Has amado la justicia y aborrecido la maldad;…” (Salmo 45:7)  “…Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de tu gloria” (Isaías 6:3).

Dios es esencialmente JUSTO y la justicia exige que castigue el pecado con la pena que merece: “la muerte espiritual”. “Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre lo hijos de desobediencia” (Efesios 5:6).

La santidad y la justicia  de Dios  ponen al hombre en una situación sin esperanza, ya que todos han pecado y la justicia divina exige que se castigue al pecador según su pecado. El hombre no puede idear ningún plan para resolver este problema.  No puede negar que es pecador y ninguna obra humana puede borrar su culpabilidad.  Ejemplo: “El hombre que comete asesinato no es hecho inocente aunque viva el resto de su vida como buen ciudadano, obedeciendo las leyes de su país.  A pesar de sus buenas acciones, sigue siendo homicida”.

Así también al pecar, el hombre llega a ser pecador, y aunque haga muchas buenas obras después, no puede por ellas quitarse la mancha del pecado, sin buscar la misericordia del Juez Supremo.
  
La Solución del Problema

“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aún estando nosotros muertos pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Efesios 2:4-5).

El amor y misericordia de Dios no hacen que se olvide de su santidad y justicia.  Dios dio el golpe que la justicia exigió. Pero su amor nos proveyó de un escudo para absorber la fuerza del golpe, para que nosotros nos tuviéramos que recibirlo: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados… y por la rebelión de mi pueblo fue herido” (Isaías 53:5 y 8).

Estas palabras escritas centenares de años antes de  Cristo, fueron cumplidas en su muerte en la cruz.  El escudo para protegernos del castigo se llama “propiciación” o “expiación” en la Biblia, y Jesús fue nuestro escudo, nuestra propiciación. “Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 de Juan 2:2).

Hablando de la obra de Cristo al morir por los pecadores, la Biblia dice: “…a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados,…” (Romanos 3:25).

Verdaderamente Jesús es el camino al perdón de pecados: “…en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7).


El Perdón es Condicional

Aunque Cristo es el sacrificio expiatorio por “los pecados del mundo”, no todos aceptan la salvación ofrecida por Él, porque no le obedecen: “…y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen;…” (Hebreos5:9).

“Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tu y tu casa” (Hechos 16:31). Para obedecer a Dios es necesario en primer lugar, que uno crea y confíe en Él. La “fe” no es un asentimiento mental, sino la confianza en Dios y la obediencia a sus mandamientos (Santiago 2:26; Romanos 4:12).

La salvación es por fe, pero no por la fe sola, sino por la fe que obra por el amor a Dios (lea: Gálatas 5:6). Esta fe, por supuesto, tiene que ser lo bastante fuerte para producir en nosotros el deseo fornido de rechazar el pecado. Este cambio de opinión, seguido por el cambio de vida se llama arrepentimiento.

IMPORTANTE: Literalmente arrepentimiento significa “cambio de mente”, denota el cambio de actitud que produce un cambio en la vida.  El arrepentimiento bíblico va acompañado de frutos visibles de un cambio de la mente (Mateo 3:8; Mateo 20:28-31; 2 de Corintios 7:10-11) “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia. Ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan;…” (Hechos 17:30).

Nuestra fe debe ser lo bastante fuerte para motivarnos a realizar una confesión pública de nuestra fe.  Esta confesión pública se realiza al venir a Cristo pero se profesa toda la vida: “Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:10). “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos.  Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 10:32-33).

Esta confesión de fe va acompañada del bautismo.  Tenemos que tener suficiente fe para ser bautizados: “El que creyere  y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere será condenado” (Marcos 16:16).

Este bautismo nos pone “en Cristo”, donde somos hijos de Dios por la fe: “…pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gálatas 3:26-27).

Cuando estamos sepultados junto con Cristo en el bautismo, morimos al pecado y resucitamos para Dios.  Dios nos hace vivir: “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6:4).

El bautismo es un acto de fe, en el cual creemos que le poder de Dios actuará en nuestras vidas: “…sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos” (Colosenses 2:12).

Una vez que estamos en Cristo y tenemos su nueva vida, recibimos perdón continuamente mientras “andemos en luz”, en la luz de la verdad y la justicia: “…pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 de Juan 1:7).

¿Ha cumplido Ud., con estas condiciones ¿ ¿Ha aceptado el perdón que Dios nos da en su gracia? Siempre estamos dispuestos a ayudarle a obedecer al Señor.

¿Por qué existen: el Pecado y el Sufrimiento?

Se oye decir continuamente, que si Dios existiera no debiera existir el sufrimiento, la injusticia y el pecado… Dios nos ha creado con libre albedrío.  No deseó que fuésemos máquinas que obedecen cuando se les programa, sino que le obedezcamos por el profundo amor que le profesamos.

Teniendo el derecho de escoger entre el bien y el mal, hay hombres que eligen el mal, hay hombres que eligen no servir a Dios.  Por lo tanto, hay mucha crueldad, injusticia y sufrimiento causados por rehusar obedecer la voluntad del Señor, la cual es para nuestro bienestar.  El pecado y el sufrimiento existen no porque Dios quiera, sino porque el hombre tiene el derecho de elegir entre el bien y el mal y muchas veces opta por lo cruel e injusto.

Sin duda, hay algunos aspectos del sufrimiento que no podemos comprender completamente.  Sin embargo nuestra incapacidad de entender todo, no resta valor a la evidencia que tenemos a favor de la existencia de Dios.   Al pensar en la maldad e injusticia, se nos ocurren las siguientes preguntas: ¿Con qué vamos a enfrentar los males del mundo? ¿Podemos enfrentarlos con la incertidumbre y futilidad del ateísmo, o vamos a enfrentarlos con la esperanza que Dios nos da?

Si creemos en Dios, creemos que hay soluciones para todos los problemas del hombre, aun para los pobres y los que sufren. En vez de rechazar  la única esperanza que tenemos porque no comprendemos completamente el sufrimiento, debemos renovar nuestra determinación para buscar la verdad  para los problemas espirituales del hombre.