Por Josué I. Hernández
A pesar de que muchas personas sinceras creen que la Biblia es importante, y confían en que están aprendiendo
y practicando lo que la Biblia enseña, muy pocas personas realmente citan los
textos bíblicos en defensa de sus posiciones y prácticas. Esto ya se ha hecho común.
Demasiadas personas simplemente asumen que
sus enseñanzas religiosas y las tradiciones de su denominación son correctas y
aprobadas por Dios. Esto es fatalmente peligroso,
porque Jesucristo dijo que el uso de las tradiciones y doctrinas humanas hacen del
culto ofrecido un culto "vano" (Mat. 15:8, 9).
El hombre no tiene la capacidad de
establecer una forma de adoración aceptable a Dios (Jer. 10:23). Sencillamente, necesitamos la revelación, y Dios ya ha revelado su
voluntad de manera escrita (2 Tim. 3:16-17) ahora sólo nos basta leer
(Ef. 3:4) para entender, y Dios nos manda que entendamos (Ef. 5:17).
El ejemplo de
Cristo
El Señor Jesús demostró que sólo hay una manera de
saber si estamos, o no, haciendo la voluntad de Dios, y esto él lo hizo cada
vez que dijo: “Escrito está”. Así, pues, el Señor comenzó y terminó su ministerio con estas palabras.
Al comienzo de su ministerio, en respuesta
a los esfuerzos de Satanás para seducirlo, precedió cada réplica con la frase: “Escrito está” (Mat.
4:4, 7, 10). Al final de su ministerio, para explicar a
sus apóstoles el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, Jesús
dijo: “Así está escrito” (Luc.
24:46). Para nuestro Señor Jesús, era necesario creer todo lo que
estaba escrito y hablado por los profetas (Luc. 24:25). Las cosas que están escritas en las sagradas
Escrituras continúan siendo los fundamentos de la fe (Rom. 10:17).
Aquí reside el error fundamental del
denominacionalismo que nos rodea. Según
las Escrituras “la fe” viene por oír la palabra de Dios (Rom. 10:17) pues la fe
se funda en las Escrituras (cf. Hech. 15:7). Pero, la llamada “fe” de muchas personas no es
fe bíblica en absoluto, ellos no creen, no enseñan, ni practican, lo que está ordenado y
autorizado por Dios en su palabra.
Jesús siempre convocó a “escudriñar” las cosas que
fueron escritas por los hombres inspirados por Dios, y amonestó a la gente que
no lo hacía. En respuesta a la pregunta de los fariseos
sobre el repudio, Jesús respondió inmediatamente: “¿No habéis leído?” (Mat. 19:4). En otra
ocasión Cristo preguntó: “¿nunca leísteis?”,
y también preguntó “¿Nunca leísteis en
las Escrituras?” (Mat. 21:16,42). Y al responder la pregunta de los saduceos
sobre la resurrección, Jesús preguntó: "¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo” (Mat.
22:31).
Aplicaciones
Dentro de las filas de quienes afirman obedecer y servir a Cristo hay quienes están fallando en obedecer lo dicho en 1 Pedro 4:11: “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de
Dios”; y esto no se debe a un simple error, sino a la presunción. Pero, ni
Cristo, ni sus apóstoles se comportaron así, ellos sabían que “la
Escritura no puede ser quebrantada” (Jn. 10:35).
Cuando contemplamos a los fieles cristianos primitivos,
vemos que vivían en torno a la máxima “Y todo lo que hacéis, sea
de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús” (Col. 3:17). Por
supuesto, cuando se dejó de hacer esto se produjo la apostasía (1 Tim. 4:1-3; 2
Tes. 2:3). Recordemos que el
denominacionalismo está basado en una actitud negativa a la autoridad de las
Escrituras.
A la hora de explicar la naturaleza de la
fe de Abraham, el apóstol Pablo preguntó: “¿qué dice la Escritura?” (Rom. 4:3). ¡Todos
nosotros tenemos que estar haciendo esta pregunta ahora mismo! Se debe insistir en buscar la autorización de
las Escrituras y debemos prepararnos para juzgar lo que se cree, se enseña y se
practica en la iglesia de la cual somos miembros.
Cuando los líderes eclesiásticos, o aún, hermanos
en Cristo, se niegan a proporcionar la autorización bíblica para cualquier
creencia o práctica, las prácticas por ellos sugeridas no deben ser apoyadas y
la membresía en tales iglesias debe ser abandonada.
La negativa
a permanecer en la doctrina de Cristo se traducirá en la pérdida de la
comunión con Dios (2 Jn. 9), y como
usted habrá visto, se trata de un asunto serio y de trascendencia eterna.