Planes para el futuro


Por Josué I. Hernández


Algunos cristianos dedican poco tiempo y energías a pensar y planificar para el futuro. Algunos actúan como diciendo: “Dios tiene el control de mi porvenir así que no tengo que planificar mi vida”. Otros, al evitar planificar, aplican erróneamente la enseñanza de Cristo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (Mat. 6:33-34).
Ciertamente, Dios está sentado en su trono y tiene el control. Sin embargo, esto no quiere decir que no tenemos ninguna responsabilidad de planificar y considerar nuestros pasos. Recordemos que Cristo enseñó la importancia de sentarse y sacar cuentas. Por ejemplo, Cristo dijo: Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla?... ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? (Luc. 14:28,31).

El libro de Proverbios contiene varias instrucciones que nos amonestan a planificar y prepararnos para el futuro, reconociendo a Dios en todas las cosas:

“Del hombre son las disposiciones del corazón; mas de Jehová es la respuesta de la lengua” (16:1).

“Encomienda a Jehová tus obras, y tus pensamientos serán afirmados” (16:3).

“El corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos” (16:9).

Ahora bien, aunque somos responsables de los planes y las decisiones que tomemos, no debemos olvidar lo más importante, el temor de Dios: El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza (Prov. 1:7). “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará” (Sal. 37:5).
Aunque en nuestra mente podemos planificar nuestro camino, debemos permitir que el Señor, a través de su Palabra, enderece nuestros pasos (Sal. 17:5). Por lo tanto, los planes que hacemos deben girar en torno a la escrita voluntad de Dios.

“El caballo se alista para el día de la batalla; mas Jehová es el que da la victoria” (Prov. 21:31).

“Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si Jehová no guardare la ciudad, en vano vela la guardia” (Sal. 127:1).

En un mundo incrédulo, es fácil caer en la tendencia de confiar en nuestra propia inventiva. No obstante, estamos muy limitados. Por una parte nuestra vida es neblina (Stgo.  4:14), y por otra, necesitamos de la sabiduría de lo alto (Stgo. 3:13,17). Debemos aprobar lo que dijo Jeremías: Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos (Jer. 10:23). Ciertamente, como dijo el sabio: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Prov. 14:12).
Así también, es fácil ceder a la doctrina del “fatalismo”, y creer erróneamente que todos los acontecimientos que rodean nuestra vida están irrevocablemente determinados. Lo cual elimina nuestro “libre albedrío” y responsabiliza a Dios de todo lo que nos sucede.
Ciertamente Dios trabaja (Jn. 5:17), pero él no hará por nosotros lo que debemos hacer por nosotros mismos (Mat. 7:7-8). Dios no premia la flojera. El hombre cosecha lo que siembra (Gal. 6:7).

A la vez que hacemos planes, debemos considerar nuestra limitación. No sabemos que traerá el mañana (Prov. 27:1). Por lo tanto, no presumiremos controlar lo que queda más allá de nuestro alcance (Stgo. 4:13-16).
Así como la Biblia nos amonesta a planificar para el futuro, también condena la mentalidad arrogante y sin temor de Dios: “No tenga tu corazón envidia de los pecadores, antes persevera en el temor de Jehová todo el tiempo” (Prov. 23:17).

Muchas cosas del futuro son inciertas e inseguras, quedando fuera de nuestra capacidad de control. Sin embargo, siempre podemos afirmarnos de aquel que es fiel, es decir, totalmente confiable: Fiel es el que os llama, el cual también lo hará (1 Tes. 5:24). Pero fiel es el Señor, que os afirmará y guardará del mal (2 Tes. 3:3). Como dijo Pablo: “…porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día (2 Tim. 1:12). 

En un mundo de inseguridad, el pueblo de Dios puede caminar con esperanza, poniendo la mira en las cosas de arriba y no en las de la tierra (Col. 3:2) pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas (2 Cor. 4:18) porque la apariencia de este mundo se pasa (1 Cor. 7:31) pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre (1 Jn. 2:17).

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