¿Quién está calificado para predicar el evangelio?



Por Josué I. Hernández


Es algo digno de elogio el que alguno aspire a predicar el evangelio. Una persona así de noble debe ser alentada a perseverar en busca de desempeñar tan honrosa labor. Sin embargo, no todos están calificados para predicar el evangelio. Santiago escribió: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos un juicio más severo” (Sant. 3:1, LBLA). Predicar el evangelio es un asunto grave y no consta de sólo aspirar a ser un predicador.

Entonces, ¿cómo puede alguien llegar a estar calificado para predicar el evangelio?  Muchas denominaciones, e incluso algunos hermanos en Cristo, requieren que sus predicadores (a veces los llaman “ministros”) completen algún tipo de formación imprescindible en alguna Universidad o Seminario. Por lo tanto, para ellos, un predicador calificado debe asistir a un Colegio determinado o completar algún tipo de Programa de Formación para ser catalogado como “apto para enseñar”. Pero, si realmente queremos saber lo que Dios requiere de alguien para que éste haga obra de evangelista (2 Tim. 4:5), no necesitamos buscar más allá de la palabra de Dios. El Nuevo Testamento ofrece una descripción de quien es “apto” para predicar el evangelio.

El fiel predicador procura con diligencia el presentarse a Dios aprobado… (2 Tim. 2:15), el que los hombres lo aprueben o desaprueben no anula la determinación de Dios en el caso. Es Dios quien puede hacer “apto” y “completamente preparado” al vocero de Dios (cf. Col. 1:12; 2 Tim. 3:16-17; Heb. 13:21; 1 Ped. 5:21).

Cuando hablamos de “predicador” o “evangelista”, no nos referimos a la obra de predicación que todo cristiano puede hacer. Todos debemos estar preparados para presentar defensa (1 Ped. 3:15). Todos debemos crecer en el conocimiento de la voluntad de Dios (Ef. 5:17; 2 Ped. 3:18). Todos tenemos la responsabilidad de anunciar el evangelio (Hech. 8:4; 1 Tes. 8).  Sin embargo, este estudio no trata del trabajo de predicación que corresponde a todos los cristianos. Aquí estamos refiriéndonos al trabajo de un evangelista (2 Tim. 4:2-5) en la predicación pública y abierta del evangelio como vocero de Dios. Nos estamos refiriendo al tipo de trabajo de predicación que puede recibir compensación financiera (1 Cor. 9:14).  Y, por lo tanto, al tener una idea más clara de lo que estamos tratando, podemos llegar a responder nuestra pregunta: ¿Quién está calificado para predicar el evangelio?  

Según las Escrituras, un predicador calificado debe:

Ser un hombre

Actualmente, más y más mujeres están ocupando puestos de predicación pública en las diversas denominaciones. Incluso, algunas llamadas “iglesias de Cristo” están ocupando a mujeres para la predicación pública de la palabra de Dios. Sin embargo el Nuevo Testamento prohíbe semejante innovación pecaminosa. El apóstol Pablo escribió: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio” (1 Tim. 2:11-12). En otro lugar, él también escribió: “vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación” (1 Cor. 14:34-35).  Por supuesto, esto no quiere decir que las mujeres son inferiores al varón. Dios ha colocado, simplemente, la responsabilidad de la enseñanza pública sobre los hombros de los varones. Por esta razón nunca en el pueblo de Dios se habló de “ministras” o “mujeres evangelistas”.

También, podemos observar que el predicador debe actuar con la madurez, altruismo y paciencia de un varón maduro (cf. 1 Cor. 16:13) para enfrentar las dificultades que vendrán por predicar el evangelio (2 Tim. 4:5).

Conocer la palabra

El apóstol Pablo instruyó al evangelista Timoteo, y le dijo: que prediques la palabra (2 Tim. 4:2). Claro está, el predicador ha de conocer la palabra para poder predicarla, sólo así podrá hablar conforme a las palabras de Dios (1 Ped. 4:11). El vocero de Dios no puede hablar de lo que no sabe, por esto el mandamiento: Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza (1 Tim. 4:13).  Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad (2 Tim. 2:15).

Los apóstoles fueron guiados a toda la verdad por el Espíritu Santo (Jn. 16:13), pero ellos también leían las Escrituras (cf. Hech. 6:4; 2 Tim. 4:13; 2 Ped. 3:16), jamás recomendaron algo que ellos mismo no hacían. No obstante, nosotros no somos guiados a la verdad por alguna revelación directa, a nosotros nos corresponde leer para entender las revelaciones dadas a los apóstoles y otros santos inspirados (Ef. 3:4) sólo así seremos entendidos de la voluntad revelada de Dios (Ef. 5:17). Desde aquel entonces hasta hoy, ningún evangelista calificado ha menospreciado el estudio cotidiano de la palabra de Dios (2 Tim. 3:14-17).

Ser fiel a Cristo

El apóstol Pablo dijo que no podría servir a Cristo si se esforzaba por agradar a los hombres (Gal. 1:10). Sin embargo, algunos se esfuerzan por ser leales a otros predicadores o grupo particular de la hermandad. Esto les lleva, inevitablemente, a pasar por alto los pecados de los hermanos con quienes se asocian. Tal cosa esta mal.

Si alguno desea ser un predicador aprobado, debe ser fiel a Cristo, no a los hombres. Un fiel predicador debe estar dispuesto a perderlo todo, incluso el salario, por la verdad de Cristo. Sufrirá con paciencia (2 Tim. 3:10-12) mientras predica la palabra (2 Tim. 4:2).

Pablo dijo a Timoteo: Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad (2 Tim. 2:15). El predicador fiel se esforzará por presentarse a Dios aprobado, sin importar que los hombres lo desaprueben. La aprobación o desaprobación de un predicador no depende de la mayoría ni de la cultura.

Preparado para predicar

Todos los cristianos deben estar preparados para presentar defensa de su esperanza en Cristo (1 Ped. 3:15). Sin embargo, esta disposición será un rasgo característico del predicador aprobado como buen maestro de Biblia (Stgo. 3:1). Por ejemplo, Pablo dijo ansioso estoy de anunciar el evangelio también a vosotros (Rom. 1:15, LBLA), y él predicó todo el consejo de Dios (Hech. 20:27) en todas partes y en todas las iglesias (1 Cor. 4:17). Los predicadores de hoy deben estar dispuestos a hacer lo mismo. Se debe predicar todo el consejo de Dios, incluso aquello que es controversial, difícil o impopular.

¿Tendrá el predicador aprobado toda respuesta a todos los temas? No necesariamente, pero siempre estará dispuesto a estudiar para encontrar las respuestas y adherirse a la posición de la verdad. Esto no será difícil para un hombre que está dispuesto a predicar lo que revela la bendita palabra de Dios (2 Tim. 3:16-17).

Ser humilde

El predicador fiel está trabajando para atraer a las personas a Cristo, no a sí mismo. Por ejemplo, Pablo dijo: El celo que muestro por ustedes proviene de Dios; ustedes son como una doncella pura, a la que he comprometido en matrimonio con un solo esposo, que es Cristo (2 Cor. 11:2, RVR). El predicador aprobado estará dispuesto a presentar los argumentos, no para ganar la discusión, sino para ganar a más y más personas para la verdad.

Los debates y diversas discusiones son necesarios (2 Cor. 10:5), pero no serán de utilidad si el predicador sólo quería mostrar lo listo que es frente a los otros. El predicador fiel entiende la naturaleza espiritual de su trabajo (2 Tim. 2:24-26; Tit. 1:13), y no es un necio que busca ganar argumentos como un fin en sí mismo.

Todos podríamos equivocarnos, y esto lo admite el predicador aprobado. Él no se confía frente a la moral o la doctrina (1 Tim. 1:5; 4:12,16).  Siempre está velando y está muy dispuesto a admitir errores para sentar un buen ejemplo en todo. Por el contrario, si un hombre no está dispuesto a admitir errores y cambiar, él no es apto para predicar el evangelio.

El predicador aprobado es un hombre humilde como Timoteo, quien era muy diferente a todos, pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús (Fil. 2:20,21).

No ser un obstáculo al evangelio

El predicador fiel jamás vivirá de manera que ocasione el tropiezo de otros, y seguirá el ejemplo de Pablo en esto: 

No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado; antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra; por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo (2 Cor. 6:3-10).
        
El predicador fiel, junto al apóstol Pablo, dice: “…sino que lo soportamos todo, por no poner ningún obstáculo al evangelio de Cristo (1 Cor. 9:12).

Algunas cosas que no están en la lista

Un excelente orador

Muchos quieren un orador elocuente que puede mantener su atención. No hay nada necesariamente malo en esto, siempre y cuando se entienda que el énfasis está en el mensaje no en el mensajero.

Comúnmente, cuando se habla de algún predicador, se dice “…él es un excelente orador”. Pero, nada se dice de su carácter, de su enseñanza, de su ejemplo, de su sacrificio, etc. Estas cosas son infinitamente más importantes que el nivel de oratoria. Pablo admitió frente a los corintios, Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado (1 Cor. 2:1-2).

Educado formalmente

Como antes dijimos, las denominaciones tienen sus programas de capacitación, seminarios, escuelas y universidades para la formación de sus “ministros” y “reverendos”. Y, lamentablemente, varios hermanos también están muy equivocados en esto. Por ejemplo, antes de invitar a un predicador, algunos hermanos quieren saber si fue educado o no en Florida College o en algún programa de entrenamiento formal. Sin embargo, esto no es necesario, y ni siquiera es insinuado en el Nuevo Testamento. No podemos exigir más que Dios.

A pesar de que muchos hermanos hacen acepción de personas cuando aprueban o desaprueban a un predicador, nosotros no cometeremos semejante carnalidad. No menospreciaremos a los varones que no han tenido la educación formal que algunos caprichosamente están exigiendo.

El apóstol Pablo, sin haber estado junto a los demás apóstoles durante el ministerio de Cristo, no se consideraba inferior a ellos (y pienso que en nada he sido inferior a aquellos grandes apóstoles, 2 Cor. 11:5).

Un hombre popular

Por muy absurdo que nos parezca, en la práctica muchas veces se considera la popularidad como un peso grande en la balanza. Algunos actúan como si creyeran que si un predicador no es popular, entonces no es adecuado para enseñar. Entonces, según la misma lógica y escala de popularidad, los hermanos con contactos entre la hermandad norteamericana necesariamente tendrán poder o capacidad de decisión entre las congregaciones de una región.  Estos hermanos populares sí serán dignos de púlpito, a pesar de su carácter y doctrina. Nada más lejos de la verdad.

Los corintios decían: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo (1 Cor. 1:12). Pablo les dijo: ¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor. Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios”. “Pero esto, hermanos, lo he presentado como ejemplo en mí y en Apolos por amor de vosotros, para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros (1 Cor. 3:5; 4:1; 4:6).


Conclusión

Hemos visto que el Nuevo Testamento es claro sobre los requisitos necesarios para ser un predicador del evangelio. El varón que está calificado para predicar el evangelio es aquel que presenta el consejo de Dios en su totalidad, sin importar la oposición o la impopularidad. Es aquel que predica no para agradar a los hombres, a la vez que mantiene la humildad necesaria para dirigir la atención al mensaje de Dios, no a sí mismo. Éste fiel varón será un buen predicador del evangelio, aun cuando no cumpla con el estándar que le imponga algún segmento de la hermandad.  

A su vez, el que no es capaz de trabajar como el Nuevo Testamento de Cristo lo enseña, debe abstenerse de predicar hasta que aprenda el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida (1 Tim. 1:5).