Por Josué I. Hernández
Nuestro hogar debiera ser el lugar más
feliz que hemos construido sobre la faz de la tierra. En él tenemos las personas más cercanas y
queridas, quienes pueden ser una constante fuente de fuerza e inspiración. Pero, para crear y preservar la felicidad del
hogar se requieren ciertas cualidades y actitudes que pueden ser designadas en las
siguientes cuatro claves para un hogar feliz:
EL AMOR
Lo perfecto e ideal, en el plan de Dios,
es el amor desinteresado que lleva a un hombre y a una mujer a formar un
hogar. Semejante amor se madura con el
tiempo y se potencia con la feliz llegada de los hijos.
El amor que une a una familia, en parte
es un afecto natural, pero a la vez es mucho más que eso. El patrón de Dios para la felicidad del hogar
es el siguiente: “Maridos, amad a vuestras
mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella,
para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la
palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese
mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha. Así
también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que
ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia
carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia,
porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto
dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos
serán una sola carne” (Ef. 5:25-31).
Este amor, que el hombre aprende de
Cristo, lo lleva a sacrificar sus propios anhelos, deseos y placeres, e incluso
su propia vida, para asegurar la felicidad y el bienestar de su amada esposa y
los hijos. ¿Quién en su sano juicio puede afirmar que semejante amor no sea la
solución para construir hogares felices? Al contrario, semejante amor es un
modelo para la propia madre y los hijos quienes retribuirán dicho amor.
Desafortunadamente, muchos no entienden
que la calidez del ferviente amor también puede marchitarse y morir. El amor puede enfriarse (Mat. 24:12), y para
mantenerlo vivo y activo se requiere el estímulo constante de la palabra de
Dios, la estrecha asociación familiar con ella y el cuidado desinteresado en la
continua interrelación familiar.
Cuando los padres pasan largo tiempo
fuera del hogar y tienen poco tiempo para sus hijos, frente al tiempo que
dedican al materialismo, entonces los unos y los otros se convierten en
extraños que coexisten bajo el mismo techo, pero que sin embargo jamás pueden
ser una familia feliz.
Por
naturaleza los hijos aman a sus padres.
Pero este afecto natural se ve invalidado frente al egoísmo de la
mayoría de los padres de hoy, quienes son capaces de entregar todo menos el amor
verdadero. Los hijos, siguiendo el mismo
modelo egoísta, serán frustrados por la vanidad de la vida, al igual que sus
padres.
Ningún
juguete, regalo o cantidad de dinero, pueden remplazar a un padre y a una madre
presentes, interesados y totalmente inmiscuidos en la crianza de sus amados
hijos. A pesar de esto, muchos niños y
adolescentes son entregados a la televisión para ser criados por los “héroes”
de la presente cultura que avanza más y más a la impiedad.
El
problema de muchos jóvenes en tratamiento psicológico o psiquiátrico fue una
niñez marcada por padres egoístas, materialistas y sensuales, quienes los
menospreciaron por “avanzar” según los estándares de la sociedad.
LA CONFIANZA
La confianza entre todos los
integrantes de la familia involucra la certeza y la convicción en la lealtad y
autodisciplina del otro, esta es “la fe” que toda familia necesita. Ésta confianza lleva consigo gran seguridad y
paz para todos los integrantes del hogar.
Para
lograr un ambiente de confianza, los padres deben seguir una regla que ha de
ser necesariamente superior a ellos mismos y que sólo proviene de la Máxima
Autoridad, Jesucristo (Mat. 28:18). Es
así como los padres pueden llegar a confiar plenamente el uno en el otro y a la
vez pueden proyectar la misma confianza en los hijos.
La
base para una confianza familiar perdurable es la fe en Dios. Ésta fe viene por meditar constantemente en las
enseñanzas de su palabra (Rom. 10:17) y por el esfuerzo constante de agradarle a
Él (Heb. 11:6). Esta es la razón por la
cual, todas las cosas que realmente necesita una familia, como la verdad, la
integridad, la justicia, la compasión, la misericordia, la confianza, etc,
están íntimamente relacionadas con Dios, el Creador de la familia (Gen. 2:24).
Si
los padres se esfuerzan por demostrar lealtad a Dios, en sus palabras y sus hechos,
desarrollarán una gran confianza mutua, la cual es el resultado natural de su
acercamiento a Dios, y así mismo ganarán la confianza de hijos.
Es
natural confiar en Dios como la base de la unidad familiar. Una familia que se rebela contra Dios se
arruinará a sí misma, estará dividida y caerá.
Cristo dijo “Y si una casa está
dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer” (Mar. 3:25). También dijo el salmista: “Si Jehová no edificare la casa, En vano
trabajan los que la edifican” (Sal. 127:1).
LA AUTODISCIPLINA
La autodisciplina se adquiere de forma
gradual y es imposible sin la disciplina externa de los padres piadosos. Lamentablemente, hace pocas generaciones,
entramos en “la era de la permisividad”, de ahí en adelante a los niños se les
permitió tomar sus propias decisiones y encaminar su propia vida.
Los estudiosos que son amigos de la
Biblia, están universalmente de acuerdo en que la permisividad es una tragedia
para los niños y las familias. Y todos
nosotros, sin ser expertos, podemos aprender lo mismo por la experiencia
cotidiana donde la permisividad está minando el poder de toda autoridad.
Es la permisividad desde la primera
infancia lo que pavimenta el camino para el alcohol, los cigarrillos, las
drogas ilegales, la delincuencia, los hogares destrozados y un aumento
alarmante de la taza de suicidios de adolescentes.
Los niños y adolescentes inmaduros, que
no tienen la capacidad de juzgar adecuadamente y administrar eficazmente la
autodisciplina, deben ser guiados por sus padres, no deben ser dejados solos. Y esta tarea no es de la iglesia, ni del
gobierno, como podemos aprender de la palabra de Dios.
En Efesios 6:1-3, el apóstol Pablo
dijo: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres,
porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer
mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la
tierra”.
La obediencia implica la existencia de
variadas restricciones definidas en el hogar gobernado por los padres
piadosos. En esto los padres deben
enfatizar a los hijos, desde la primera infancia, que algunas cosas son
correctas y algunas están mal. Los
hijos, desde muy pequeños, deben crecer en un hogar donde hay limitaciones, y
donde los padres son ejemplo de la autodisciplina.
Cuando
la instrucción preventiva fue vulnerada por la desobediencia de los hijos y la
disciplina correctiva debe ser aplicada (Prov. 13:24), jamás debe disciplinarse
motivados por la frustración y la ira, sino que siempre con el amor de Cristo. Este amor sabe aborrecer lo malo (Rom. 12:9).
Si
la disciplina correctiva se efectúa bien, los niños darán fruto apacible de
respeto y amor por los padres, porque se darán cuenta del gran amor de los
padres que les corrigen para su bien.
Como el escritor a los hebreos dijo “tuvimos a nuestros padres
terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos” (Heb. 12:9).
Por lo tanto, aunque la disciplina parece una “equivocación” para el
humanista de hoy, la palabra de Dios dice que “después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido
ejercitados” (Heb. 12:11).
LA
RESPONSABILIDAD
La responsabilidad brota naturalmente
en la familia que cuenta con las anteriores “claves” para un hogar feliz. Si una casa está llena de amor, confianza
mutua y autodisciplina, el resultado natural es el reconocimiento necesario de
la propia responsabilidad. Y es así como
cada miembro de la familia se “siente” responsable ante los demás, y con un
propósito que llevar adelante todos los días.
En la familia piadosa, cada miembro
tiene un deber desinteresado por los demás, y se entrega a sí mismo procurando
merecer la confianza y la lealtad en la ejecución de las diversas funciones y
tareas. No sólo cada miembro recibe amor,
confianza y lealtad, sino que primero él las da.
En la familia piadosa, la
responsabilidad es un hábito que se proyecta a toda la sociedad.