Por Josué I. Hernández
“Pero hubo también
falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros…” (2
Pedro 2:1).
Falsos maestros
El apóstol Pedro advirtió clara y
enfáticamente acerca de los “falsos maestros” (Gr. pseudodidaskalos) que habría
entre el pueblo de Dios quienes introducirían herejías destructoras. Y debemos notar que el apóstol no dijo que
algunos “tal vez” podrían ser falsos maestros.
Él habló de verdaderos falsos maestros quienes repetirían el mal ejemplo
de muchos falsos profetas que existieron entre el Israel del Antiguo
Testamento.
Pero, ¿quién es un “falso
maestro”? Bueno, hemos de admitir que algunos predicadores difieren y se
confunden en la definición y aplicación de este concepto. Hay quienes no desean
hablar de éste tema y cierran sus ojos a la verdad. Otros, simple y llanamente, tratan como
falsos maestros a los que denuncian el error.
Incluso, algunos creen que un falso maestro es solamente aquel que tiene
motivos corruptos y mal carácter. Sin
embargo, la atención adecuada al contexto nos ayuda a determinar quién debe ser
etiquetado inequívocamente como “un falso maestro”, o maestro del error.
Muchos fallan en definir bien lo
que Pedro escribió, acerca de los falsos maestros, debido a que tratan a los
capítulos y versículos de la Biblia como si fuesen divisiones inspiradas de la
Escritura. Un ejemplo claro de tal
equivocación es el tema que ahora estamos estudiando. Pues, aunque hay una ruptura de capítulo
(entre el 1 y el 2) el contexto no se rompe. Entonces, los dos versículos
anteriores al capítulo 2 nos dan la clave para nuestra definición y aplicación
de “falso maestro”. En fin, podemos aprender
lo que es un falso maestro, simplemente, por la observación del contraste entre
un profeta falso y un verdadero profeta y la aplicación que luego el apóstol
Pedro hace:
“entendiendo
primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación
privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los
santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (1
Ped. 1:20-21).
“Pero hubo también
falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que
introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que
los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina” (2 Pedro
2:1).
Los falsos maestros hablan su
propia interpretación de la revelación divina, y no respetan el contexto y
autoridad de las Escrituras. Así también, estos hombres hablan de acuerdo a su
voluntad humana en lugar de hablar de acuerdo a la voluntad de Dios. Por lo tanto, los falsos maestros predican un
mensaje que no está en armonía con las palabras reveladas por el Espíritu
Santo.
El que alguno sea o no “un falso
maestro” no tiene nada que ver con sus motivaciones o carácter, sino con su
mensaje. Por lo tanto, los que enseñan cosas que son falsas, sin importar
cuáles sean sus motivos, son “falsos maestros”.
Falsos, no por su
carácter sino por su doctrina
Los “falsos Cristos” (Mat. 24:24)
serían reconocidos como tales por las falsedades que dirían (ver. 23-26). Lo
mismo se puede decir de los “falsos profetas” (Mat. 24:24; Cf. 1 Jn. 4:1).
Los “testigos falsos” que
acusaron a Cristo (Mat. 26:60,61) son llamados así debido a su falso
testimonio. Lo mismo se puede afirmar de los “testigos falsos” que acusaron a
Esteban (Hech. 6:13). El propio apóstol Pablo admitió que si Cristo no
resucitó, entonces él y los demás apóstoles serían “falsos testigos” (1 Cor.
15:14,15), no por su carácter, sino por lo que afirmaron.
Los falsos “apóstoles” rechazados
por la iglesia de Éfeso (Apoc. 2:2) fueron reconocidos como tales por ser
hallados “mentirosos” (Gr. “pseudés”, falsos). Así también, los “falsos
hermanos” (2 Cor. 11:26; Gál. 2:4) fueron reconocidos como tales porque
abogaban por la circuncisión como necesaria para la salvación de los gentiles,
cosa desconocida en el evangelio de Cristo.
Entonces, el carácter y las
motivaciones de los falsos Cristos, profetas, testigos, apóstoles y hermanos,
no está bajo consideración en los anteriores pasajes. Ellos eran falsos por lo que afirmaban, no
por sus motivaciones y carácter.
Entonces, alguien puede ser un falso maestro a pesar de ayudar a los
pobres y ser reconocido como “simpático”.
Admitimos que sí hay pasajes que
indican el carácter malo de algunos falsos (Ej. “falsos profetas”, Mat.
7:15-20), pero los tales no son falsos directamente por sus motivaciones y
carácter, sino que siempre lo son por lo que afirman y profesan, a la vez que
su mal carácter es el resultado, o consecuencia, de su mentira.
Considerando lo anterior, es
fácil distinguir que el apóstol Pedro, luego de prevenir respecto al error de
los “falsos maestros” (2 Ped. 2:1) describió el fruto y consecuencia de su
falsedad, llamando la atención al fruto que produce la falsedad de estos
maestros espurios (2 Ped. 2:1-22).
Comulgando con el
error
Según vemos en 2 de Juan, los primeros
lectores de esta epístola se vieron enfrentados al peligro de falsos maestros
promotores del mismo error tratado en 1 de Juan. Así, pues, el mensaje central de 2 de Juan es
una advertencia contra los falsos maestros, de los cuales Juan dijo por el Espíritu:
“Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene
a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al
Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en
casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa
en sus malas obras” (2 Jn. 9-11).
Es interesante notar el contrate
entre 2 de Juan y 3 de Juan. En 2 de
Juan aprendemos que el falso maestro no debe ser recibido, pero en 3 de Juan
aprendemos sobre la hospitalidad hacia el que enseña la verdad.
El compromiso con
el error – El caso de Pérgamo
La ciudad de Pérgamo era un
centro preeminente de la adoración del emperador romano (“donde está el trono
de Satanás”, Apoc. 2:13), era una ciudad comercial muy rica, la más grande
después de Alejandría. Y al igual que
Alejandría, Pérgamo contaba con una biblioteca de unos 20.000 rollos,
pergaminos. De hecho, la palabra
“pergamino” proviene del nombre de ésta ciudad que ocupaba mucha de ésta piel
para confeccionar los rollos.
El primer templo del culto
imperial fue construido en Pérgamo (29 A.C.) Pero, además, la ciudad albergaba
un altar a Zeus, un templo en honor a Atenea y el famoso santuario de Asklepios
(dios de la medicina, bajo el símbolo de una serpiente).
Sin duda alguna, Pérgamo era como
la sede del gobierno de Satanás, y sin duda tal ambiente influía en los
cristianos de allí. Tal vez, algunos miembros pensaban que era inocuo para su
vida espiritual el asistir a las celebraciones paganas de la ciudad o confesar
a César como “Señor”. En fin, los
cristianos de Pérgamo no tenían que negar a Cristo completamente, sino que
solamente tendrían que comprometerse con el error del culto al emperador
mediante una confesión anual de que “Cesar es el Señor”. A su vez, algunos falsos maestros en Pérgamo
enseñaban que este compromiso era necesario e inofensivo, y su influencia era
levadura en la congregación (Gal. 5:9).
El error y el pecado no pueden
tolerarse en una iglesia de Cristo.
Deben corregirse y eliminarse, pues de otro modo cesará la buena
influencia de la iglesia en la comunidad y en el mundo. Ahora bien, si los hermanos en pecado rehúsan
arrepentirse (Gal. 6:1-2), el resto de la iglesia tendría necesariamente que
retirarles de su comunión, porque de otra manera la iglesia se convertiría en
cómplice (1 Cor. 5:1-8) y la levadura la contaminaría (Gal. 5:9).
Satanás sabe que es difícil que
los cristianos renuncien a Dios directamente. Por tanto, trata sutilmente de
dividir nuestra devoción a Cristo para que seamos condenados por nuestro
compromiso con el error:
- Eva y su esposo Adán perdieron el paraíso por comprometerse con la mentira del diablo (Gen. 3:1-6 y sig.)
- Nadie quiere ser alcohólico o drogadicto, pero muchos están prestos a tomar la primera copa, fumar el primer cigarrillo o experimentar por primera vez con las drogas ilegales.
- Los cristianos que aceptaron el instrumento de música a finales del siglo XIX, no pensaban alejarse completamente de Cristo, pero tal ha sido el resultado para la denominación de los llamados “Discípulos de Cristo” (La Iglesia Cristiana). La apostasía nunca se detiene.
- Pocos cristianos que faltan a alguna reunión piensan en renunciar a Cristo, pero tal es el resultado para muchos.
- Los jóvenes cristianos que se casan con inconversos no piensan alejarse del Señor, pero tal compromiso muchas veces ha resultado en apostasía.
- A mediados del siglo XX muchos cristianos aceptaron la Iglesia Patrocinadora, la Centralización, el establecimiento de diversas Instituciones para hacer la obra y el evangelio social, ellos no pensaban en alejarse de la doctrina de Cristo (2 Jn. 9), pero tal ha sido el resultado, ellos no tienen a Dios.
- Los hermanos “conservadores” que promueven y defienden las diversas Sociedades Misioneras y Fundaciones Evangelísticas, no piensan en alejarse de Cristo, pero con su ambición han causado mucha división (1 Cor. 1:10) y así no están en el Señor.
- Los que enseñan error sobre el matrimonio, el divorcio y las nuevas nupcias, no piensan en alejarse de Cristo, a la vez que se condenan y son fuente de pecado para muchos que andan mal en su matrimonio adúltero.
- Los que presionan e imponen su escrúpulo insistiendo en que el registro de la relación matrimonial ante el Estado es imprescindible para la existencia del matrimonio (como si el matrimonio dependiese de la acción del Gobierno civil), no quieren violar la ley de Cristo, a la vez que causan mucha división con su escrúpulo divisivo.
- Los cristianos que predican error sobre la Deidad de Jesucristo, enseñando que Jesucristo no es Dios, que cuando estuvo en la tierra dejó de serlo o que simplemente en la tierra Él no usó sus atributos divinos. Ellos no predican al Cristo bíblico, su predicación es otro evangelio (Gal. 1:7-10).
- Los cristianos que afirman que Mateo, Marcos, Lucas y Juan, antes de la cruz, no forman parte del Nuevo Testamento de Cristo, también predican a otro Jesús (2 Cor. 11:4).
- Los que enseñan el Evolucionismo Teísta, afirmando que los días de la creación eran períodos geológicos largos (edades, eras) aun de millones de años, se han apartado de Cristo a pesar de afirmar creer en Él.
- Los que promueven, toleran y practican una forma de vida mundana, como si el cristiano pudiese vivir como uno más del mundo. Algunos han progresado a participar en grupos de rock asistiendo a Pubs y discoteques a la vez que afirman conocer a Dios (1 Jn. 2:4).
- Los que toleran el mal carácter y cualquiera de los pecados y falsas doctrinas anteriormente citadas (para mantener la antibíblica unidad en la diversidad), se han apartado de Cristo por el compromiso con el error.
La victoria del cristiano (“Al
que venciere”, Apoc. 2:17) depende de su fidelidad a la forma de doctrina del
Señor Jesús, la fe de Jesús (Rom. 6:17; 2 Jn. 9; Apoc. 14:12).
Aunque vivimos en una época
relativista, la doctrina sigue siendo importante. No podemos ser vencedores si
nos comprometemos con el error de los falsos maestros. Recordemos, la práctica
sigue creencia, y si la creencia es errónea la práctica también lo será.
Los beneficios presentes y eternos de la fidelidad a Cristo,
son mucho mayores a los beneficios temporales que reciben aquellos que se
comprometen con el error (“tienes ahí”, “también tienes”, 2:14-15; cf. Heb.
11:25).
Conclusión
Bajo la ley de Cristo nadie puede
afirmar estar bien con Dios si está comprometido con el error como lo hizo
Josafat. Tal cosa está expresamente
prohibida por la doctrina de Cristo (2 Jn. 9-11). Esta es la razón del llamado
a defender la verdad y perseverar en ella (Ej. Hech. 15:1-7; Gal. 2; Fil. 1:17,
27-28; 4:9; Tit.1:10-11; 1 Jn. 4:1-6; 1 Ped. 3:15; Jud. 3).
El cristiano motivado por el
amor, sabe aborrecer lo malo para seguir lo bueno (Rom. 12:9; Cf. Apoc. 2:6)
evitando con esto todo compromiso con las tinieblas.
Los cristianos hemos sido
llamados a andar en la luz (1 Ped. 2:9), como hijos de luz (Ef. 5:8) para tener
“comunión unos con otros” (1 Jn. 1:5-7), a la vez que señalamos a los que
causan divisiones (Rom. 16:17-18) y los evitamos (2 Ped. 2:1).