Por Josué I. Hernández
Se llama “antitipo”
a la realidad del Nuevo Testamento que corresponde con el “tipo” del Antiguo
Testamento. Por lo tanto, el “tipo” es la sombra antiguotestamentaria del
“antitipo” neotestamentario. Por ejemplo, un martillo de una máquina de
escribir es el “antitipo” que imprime una letra en el papel. Cuando determinado
martillo, accionado por una tecla, golpea el papel, a través de la cinta de
tinta, éste dejan impreso una imagen correspondiente al “antitipo” que la
imprimió, esta imagen es el “tipo”. Luego, al sacar el papel, podemos leer la
escritura que es el resultado del “antitipo” original.
Un ejemplo bíblico
es el incienso del tabernáculo antiguotestamentario en el Lugar Santo el cual
era un “tipo” de la oración de los santos (Apoc. 5:8). El símbolo, sombra o
“tipo”, era el incienso físico cuyo significado real, o “antitipo”, es la
oración de los santos.
Otro ejemplo
bíblico es el bautismo en agua de la gran comisión ordenado por Cristo (Mat.
28:18-20, Mar. 16:16). El agua de este bautismo es el “antitipo” del agua del
diluvio de los días de Noé, la cual es el “tipo” (1 Ped. 3:21). Por lo tanto,
la salvación de Noé y su familia es un tipo de la salvación de todos los
creyentes obedientes al evangelio (Hech. 2:38,41,47).
Jesús es
profetizado en el Antiguo Testamento a través de muchos tipos. De él se habló “en la ley de Moisés, en los profetas y en
los salmos” (Luc. 24:44). Por ejemplo, estamos familiarizados con Jesús
representado como un cordero. Este tipo viene de Éxodo 12, donde el cordero
pascual es el tipo de Jesús, “el Cordero
de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29).
La primera fiesta
de la Pascua, comida por los judíos en Egipto, se convirtió en una fiesta
memorial para el pueblo hebreo. Así también, la “cena del Señor” (1 Cor. 11:20) descansa sobre la base de la
tipología correspondiente a Cristo.
Tanto la fiesta
judía de “la Pascua” como la “cena del Señor” tienen muchas cosas en
común. Ambas fueron compuestas con una intención similar, ser un memorial. La
Pascua recordaba la salida de Egipto (Ex. 12:26), mientras que la cena del
Señor recuerda la muerte de Cristo (1 Cor. 11:25). Cada fiesta pascual utilizó
un cordero joven y perfecto (Ex. 12:5), en cambio la cena del Señor recuerda el
sacrificio del verdadero Cordero inocente y perfecto (Jn. 1:29; 1 Ped. 1:19).
Los judíos comieron la carne del cordero pascual (Ex. 12:8) mientras que los
cristianos comen el pan y el fruto de la vid, que representan el cuerpo y la
sangre de Cristo (1 Cor. 11:23-25). A los judíos no se les permitió romper
ningún hueso del cordero pascual cuando lo comían (Ex. 12:46; Num. 9:12), de la
misma manera al verdadero Cordero no le fue roto hueso alguno cuando murió por
el mundo (Sal. 34:20; Jn. 19:33-36). La sangre de la primera Pascua hebrea fue
pintada en el exterior de los postes y dinteles de las casas de modo que el
ángel de la muerte no tomara en cuenta las casas marcadas con la sangre (Ex.
12:13). Esta es la razón por la cual ésta fiesta recibe el nombre de “Pascua” (“del hebreo pasac, pasar por encima, dejar a
un lado”, VINE) debido a que el ángel pasó “sobre” aquellas casas y “las
dejó de lado”. La sangre del Cordero de Dios es para el perdón de los pecados
(Mat. 26:28), de modo que cuando llegue el día del juicio, la sangre de Cristo
será la marca para vida eterna de todos los obedientes que serán librados de la
ira de Dios (Heb. 5:9; 1 Tes. 1:10).
En Levítico
capítulo 16 tenemos otro tipo de Cristo, designado en el texto como “el macho cabrío en expiación por el pecado
del pueblo” y el “Azazel”. El
sacerdote tomaría estos dos machos cabríos. El primero sería muerto y
sacrificado por los pecados al igual que Jesús murió por el mundo en la cruz.
Aquí la imagen se vuelve aún más interesante, ya que en el Nuevo Testamento la
Biblia dice: “Pero estando ya presente
Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más
perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no
por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una
vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención”
(Heb. 9:11). El segundo macho cabrío (Azazel) de Levítico 16 fue el “chivo
expiatorio”. Cuando alguien dice “yo no soy más que el chivo expiatorio”
entendemos que ésta persona está siendo injustamente culpada por algo malo que
otro cometió. Pues bien, una vez más la obra de Cristo se ajusta al patrón que
por sombras se presentaba en el Antiguo Testamento. El sumo sacerdote judío
pondría sus manos sobre este segundo macho cabrío, confesando todos los pecados
del pueblo, lo cual simbolizaba la carga de todos los pecados de la gente a
Azazel (“chivo de partida; chivo expiatorio” Strong). Luego, el macho cabrío
Azazel era conducido deliberadamente al desierto profundo para perderse en él.
De la misma manera Jesús sufrió injustamente en la cruz por los pecados que no
cometió, “para que por la gracia de Dios
gustase la muerte por todos” (Heb. 2:9), cuando “el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros
curados” (Is. 53:5). Jesús es nuestro chivo expiatorio. Así como Azazel fue
conducido al desierto, fuera de la ciudad, Jesús fue conducido fuera de la
puerta de Jerusalén, “Por lo cual también
Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la
puerta. Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio;
porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir”
(Heb. 13:12-14).
La sangre de Jesús,
por lo tanto, es el elemento central para la redención de toda la humanidad.
Según las Escrituras la sangre de Cristo hace posible: La redención (Ef. 1:7).
La justificación (Rom. 5:9). La santificación (Heb. 13:12). La limpieza del
pecado (1 Jn. 1:7). El lavamiento del pecado (Apoc. 1:5). La reconciliación con
Dios (Col. 1:20). Por lo tanto, no nos sorprende que la iglesia haya sido
comprada con la sangre de Cristo (Hech. 20:28; Apoc. 5:9) y que ésta sea la
posesión más preciada del Señor (Ef. 5:23).
Por la gracia de
Dios Cristo vino a morir por nuestros pecados en la cruz. El hombre puede morir
por sus propios pecados (Rom. 6:23) pero esto no resulta en la vida que Dios
quiere darle (Rom.2:7). Cristo es nuestro representante en este caso, Él murió
para darnos “vida en abundancia” (Jn.
10:10), Él murió “para que todo aquel que
en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16). Cristo murió
físicamente para que todo aquel que le obedece no tenga que morir eternamente
en el infierno. Ciertamente, sin la sangre de Cristo la salvación es imposible,
“sin derramamiento de sangre no se hace
remisión” (Heb. 9:22).
Para que la
salvación sea posible, se requiere de la gracia de Dios (Ef. 2:8). En la
redención Dios proporciona por su gracia todo lo que el hombre no puede hacer
por sí mismo, a la vez que el hombre responde con fe obediente al evangelio de
Cristo (Rom. 6:17). La sangre de Cristo es eficaz para los obedientes (Rom.
2:8, 13; 2 Tes. 1:8; Heb. 5:8-9; 1 Ped. 1:22).