Por Josué I. Hernández
Introducción
Hay un tremendo esfuerzo denominacional por separar a Cristo de la iglesia (así como separar “la gracia” del “evangelio”, o la “ley del perdón para los inconversos” de la “comunión con Cristo”).
Los líderes religiosos afirman cosas tales
como, “prediquemos a Cristo y no a la iglesia”, pues para ellos la iglesia es
una institución provisoria y prescindible en el plan de salvación de Dios y en
la relación personal del hombre
con él. Pero,
Cristo y su iglesia (Mat. 16:18) son inseparables en el propósito eterno
de Dios (Ef. 3:9-11).
Predicar a
Cristo requiere que prediquemos acerca de la iglesia local
La Biblia enseña claramente, que predicar “a Cristo”
involucra predicar acerca de la iglesia de Cristo (Hech. 8:5,12, que es el
reino), la cual es su
cuerpo (Ef. 1:23) y él es su Salvador (Ef. 5:23). Además, no podemos predicar “a Cristo” sin mencionar la sangre de Cristo. Y no podemos predicar sobre la sangre de Cristo sin hablar sobre la iglesia de Cristo, tanto en su sentido universal como en su sentido local. La razón es clara, la iglesia en su sentido distributivo (universal) fue comprada con la sangre de Cristo (Ef. 5:25; 1 Ped. 1:18,19), y la iglesia como organización (sentido local) también (Hech. 20:28). En fin, cada fiel cristiano está íntimamente relacionado con la sangre de su Señor (cf. Rom. 5:9; 1 Cor. 6:20; Ef. 1:7; Heb. 9:14; 10:19; 13:12; Apoc. 1:5; 5:9).
La predicación
fiel de la verdad no tan sólo procura enseñar acerca de la iglesia universal,
sino también acerca de la iglesia local (1 Cor. 11:22), la cual es inseparable del Señor, porque es “templo
de Dios” (1 Cor. 3:16), “cuerpo de
Cristo” (1 Cor. 12:27, texto griego) y “rebaño
de Dios” (1 Ped. 5:2). Esta organización local tiene a Cristo como Amo y
Señor, porque él es quién le da
órdenes por medio de su palabra (cf. 1 Tim. 4:17), la compró con su sangre
(Hech. 20:28), y es la cabeza de ella (cf. 1 Cor. 12:27), como lo es también de
la iglesia en su sentido universal (Ef. 1:22).
Entonces, al predicar sobre la iglesia local,
su organización y su obra, estaremos predicando “a Cristo”, quien la compró con
su sangre, y la gobierna como su cabeza desde el cielo mediante su palabra. La
razón de todo esto es simple. Predicar sobre la iglesia local es doctrina de Cristo (2 Jn. 9), y dicha doctrina mora en los miembros de la iglesia local (Col. 3:16) los cuales están organizados por el Señor como cuerpo de Cristo (1 Cor. 12:27, texto griego).
Sólo la verdad de Cristo rescata del error (Jn. 8:32), y la naturaleza y obra de la iglesia local es doctrina de Cristo (2 Jn. 9) que rescata del error denominacional.
Entonces, ya que la iglesia local es “cuerpo de Cristo” (1 Cor. 12:27), no puede ser aislada del Señor. La iglesia local es “columna y baluarte de la verdad” (1 Tim. 3:15), y al exponer en alto la verdad, inevitablemente, la institución divina que la soporta será identificada. La iglesia local es carta escrita por Dios, en la cual los inconversos leen la verdad del evangelio (cf. 1 Cor. 14:23-25; 1 Tes. 1:8-10).
La predicación según el libro de los Hechos
Felipe “predicaba
a Cristo” (Hech. 8:5), y aprendemos que predicar “a Cristo” significó que
predicaba acerca del “reino de Dios”,
el cual es la iglesia (Hech. 8:12). Todos los samaritanos supieron del
reino-iglesia ya establecido y al cual serían añadidos (cf. Hech. 2:47) si
obedecían el evangelio (cf. Hech. 2:41; Col. 1:13; Apoc. 1:9). Pero, esto no
significa que Felipe rehuyó enseñar acerca de la iglesia local y su organización
a los samaritanos, o que los samaritanos eran absolutamente ignorantes acerca de la
iglesia local que debían formar al
organizarse por la verdad.
Obviamente, el caso de hoy es algo
diferente, pues en aquel entonces no existían las denominaciones de la llamada
“cristiandad”.
Hoy en día, predicar siguiendo el ejemplo de Felipe,
significa denunciar el denominacionalismo como una planta que será desarraigada
(cf. Mat. 15:13), y al hacer
esto, se debe enseñar con
urgencia acerca de la iglesia local, su
organización y su obra.
El registro de Lucas en el libro de los Hechos, nos enseña que los apóstoles y otros autores inspirados, cuando predicaron a
quienes no conocían la revelación especial de Dios en las Escrituras, les
dijeron que de los ídolos se
volvieran al Dios vivo, que el Dios verdadero
no habita en templos hechos por manos humanas, y que no son dioses los que se
hacen con las manos (cf. Hech. 14:15; 17:24; 19:26). El ambiente general
entregado a la idolatría exigía semejante predicación; y el apóstol Pablo, por
ejemplo, argumentaba desde el punto de conocimiento de su auditorio. A los
paganos no les citaba inmediatamente las Escrituras; ellos no creían en la
revelación especial; así que el apóstol comenzaba su exposición desde la
revelación natural del poder y la gloria de Dios, para llevar a los incrédulos
a la revelación especial de las Escrituras (Rom. 1:19-20).
El caso era diferente cuando Pablo llegaba a una
sinagoga, donde los judíos y prosélitos ya estudiaban las sagradas Escrituras
(ej. Hech. 9:20-22; 13:5) como palabra de Dios. Tal auditorio facilitaba la
predicación del evangelio apelando directamente al divino mensaje y comprobando
el cumplimiento de las profecías cumplidas por Jesús de Nazaret, en su
nacimiento, ministerio, muerte, sepultura, resurrección y ascensión a los
cielos para sentarse a la diestra de Dios como Señor y Cristo (cf. Hech.
2:14-36; 13:13-43).
Para los primeros cristianos era preciso demostrar,
al predicar el evangelio, la Deidad de Cristo (Hech. 3:13-15; 8:37; 9:20) el
reino de Dios (8:12; 19:8; 28:23,31) y la autoridad de Jesús como Señor (2:36;
4:12; 8:12). Esto involucraba la refutación de los conceptos ajenos al
evangelio de aquellos días, siendo el más común la idolatría general de los
gentiles. En la actualidad, la predicación fiel del evangelio debe involucrar
la exposición de los males del denominacionalismo y las doctrinas peculiares de
las diversas denominaciones.
La predicación necesaria en
la actualidad
En consideración de cada auditorio que requiere
predicación del evangelio, en muchos lugares se debe predicar con urgencia
contra la idolatría general siguiendo la argumentación revelada en las
Escrituras, cuyo ejemplo vimos anteriormente. Sin embargo, en aquellos lugares
donde prolifera el denominacionalismo, y los sectarios son el auditorio, se
debe enseñar necesariamente acerca de la iglesia local y su organización en
contraste con las estructuras religiosas de las denominaciones.
Muchos estudiantes de la Biblia pertenecen
a alguna denominación, y están totalmente desinformados
y confundidos respecto a la naturaleza y obra de la iglesia local, y requieren la
información bíblica debida cuando les enseñamos el evangelio.
Podemos ilustrar lo anterior con un ejemplo
bastante claro. Algunos grupos sectarios del denominacionalismo bautizan “para
perdón de los pecados”, pero dejan igual de perdidos a sus miembros porque no
les enseñaron previamente la verdad. Simplemente
no los bautizaron en el “un bautismo”
que Cristo mandó (Mat. 28:20; Ef. 4:5), y los añadieron a una institución religiosa
desconocida en las Escrituras. No hacen
salvos a los perdidos simplemente porque les bauticen para el perdón de los
pecados, aunque el propósito por el
cual bauticen sea el correcto. Los
miembros de tales denominaciones, como de cualquier otra, requieren con
urgencia obedecer al evangelio (cf. 2 Tes. 1:8; 1 Ped. 4:17).
Cierto “pastor” de mi ciudad,
aprendió varios rudimentos
del evangelio con nosotros, pero nunca obedeció el evangelio, siguió en su
denominación y considerando como hermanos a todos los miembros de las
denominaciones evangélicas. Luego, él continuó predicando desde el sectarismo,
pero “bautizando para perdón de pecados” a los feligreses que estudiaban con él,
animando a la comunión con las denominaciones pentecostales de la región y sus
líderes sectarios.
Mormones, adventistas, pentecostales, y
otros grupos de mi país, bautizan “para el perdón de los pecados” a quienes
reciben en sus congregaciones, pero, sin enseñarles primero el evangelio no
denominacional revelado en las Escrituras. En fin, nadie puede ser “mal
enseñado” y “bien bautizado”, ¿verdad? Se requiere más que el propósito correcto de algún
“bautismo” para ser añadido al cuerpo de Cristo (cf. Jn. 3:3,5; 1 Cor. 4:15;
Sant. 1:18; Ped. 1:22-25).
En 1 Corintios 12:13, el apóstol Pablo
escribió, “Porque por un solo Espíritu
fuimos todos bautizados en un cuerpo…” El “un cuerpo” de este pasaje es la iglesia de Cristo (“la iglesia, la cual es su cuerpo” — Ef. 1:22,23).
Cuando el pecador penitente llega a ser bautizado en Cristo, es bautizado en el
cuerpo de Cristo, que es la iglesia de él. Pero el sectario no puede ser
bautizado en el cuerpo de Cristo, o sea en su iglesia, al ser añadido a una
denominación.
Los miembros de estos grupos denominacionales requieren saber con urgencia acerca de la iglesia local y su organización para salir del error. Necesariamente se ha de estudiar este tema al evangelizarles, para que vean por sí mismos que fueron bautizados con un propósito correcto, pero con la clara intención de ser añadidos a una organización desconocida en la Biblia, a una denominación con iglesias-sucursales, y con una jefatura terrenal que las gobierna desde la sede central.
Conclusión
Será cosa rara que alguno obedezca el evangelio sin preguntar primero dónde se congrega la iglesia local, cómo financia el evangelismo, cómo adora, cómo está organizada, etc. ¿Rehusaremos responder sus preguntas acerca de la iglesia local, su organización y obra? Entonces, ¿será posible predicar acerca de Cristo sin predicar sobre la iglesia local? Digámoslo de otro modo, ¿se deja de predicar a Cristo cuando se instruye acerca de la iglesia local la cual es “cuerpo de Cristo” (1 Cor. 12:27)?
Nadie puede pretender predicar realmente “a
Cristo” cuando rehúye hablar acerca de la naturaleza y organización de la
iglesia local, a los sectarios desinformados. Este tema es doctrina de Cristo
(2 Jn. 9), la fe de Jesús (Apoc. 14:12).
Entonces, ¿cuándo debemos predicar acerca de la iglesia local y su organización? Siempre, ya sea a los salvos como a los perdidos. La iglesia local es algo bueno. Debemos hablar sobre lo bueno. Por lo tanto, debemos hablar de la iglesia local. Si no lo hacemos, rehusamos enseñar lo bueno de la palabra de Cristo (Col. 3:16), la cual debe abundar en los miembros de una congregación del Señor.