Por Josué I. Hernández
La Biblia explica y expone elocuentemente la naturaleza del hombre, quien posee un alma (Mat.
10:28), espíritu (Sant. 2:26) u hombre interior (2 Cor. 4:16; Ef. 3:16) el cual
sobrevive la muerte física. La evidencia
bíblica apoya firmemente la existencia de aquella persona inmaterial que más allá de la muerte y la tumba continúa consciente a pesar de ser
separada de su propio cuerpo por la muerte física (Gen. 35:18).
Contrariamente a las conjeturas de los naturalistas,
los filósofos y los religiosos materialistas, que sostienen que el hombre es
completamente mortal y físico, según la Biblia el ser humano es más que
simplemente “carne” y “sangre”. Hay un
elemento de nuestra persona que fue creado a la imagen y semejanza de Dios
(Gen. 1:26), y bien sabemos que Dios no es un Ser físico (Jn. 4:24; Mat. 16:17;
Luc. 24:39). Por lo tanto, lógicamente,
y a la luz de la revelación bíblica, el hombre
interior trasciende lo material y carnal.
El profeta Daniel afirmó: “Se me turbó el espíritu a mí, Daniel, en medio de
mi cuerpo, y las visiones de mi cabeza me asombraron” (Dan. 7:15). Bien sabemos que la turbación es un estado del
espíritu, no del cuerpo. Pablo afirmó
que “el espíritu del hombre que está en él” tiene la facultad
del conocimiento (1 Cor. 2:11). En
resumen, el espíritu del hombre es tan real como el cuerpo del hombre (Jn.
13:21; Luc. 1:47; 1 Cor. 16:18; etc).
Más allá de la tumba
Moisés escribió “Y exhaló el espíritu, y murió Abraham en buena vejez, anciano y lleno
de años, y fue unido a su pueblo”
(Gen. 25:8). Y luego Abraham fue
sepultado “en la cueva de Macpela, en
la heredad de Efrón hijo de Zohar heteo, que está enfrente de Mamre” (Gen. 25:9) a
kilómetros de las sepulturas de sus parientes y antepasados. Entonces,
la Escritura nos desafía a entender de otro modo las frases tales como: “fue unido a su pueblo” (Gen. 25:8), “vendrás a tus padres en paz” (Gen. 15:15) y “fue reunida a sus padres” (Jue. 2:10). Semejantes expresiones están en total
contraste con la sepultura física, y son una distinción del cuerpo físico en el
sepulcro, pues denotan un reencuentro con el pueblo de Dios en el Seol, el
lugar de los espíritus sin cuerpo.
Cuando Jacob fue engañado por sus
hijos, y pensaba que su amado José había sido devorado por alguna fiera, se
lamentó diciendo: “Descenderé enlutado a mi
hijo hasta el Seol”
(Gen. 37:35). Por supuesto, Jacob no estaba anticipando el reunirse físicamente con
José en alguna fosa común, el cuerpo de José no había sido sepultado sino que
había sido supuestamente devorado. Aun así, Jacob esperaba reunirse con él en el
Seol.
Así
también David, cuando perdió a su hijo recién nacido, exclamó: “Mas ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar?
¿Podré yo hacerle volver? Yo voy a él, mas él no volverá a mí” (2 Sam. 12:23). Sin duda alguna, David sabía que su hijo
continuaba existiendo más allá de esta vida terrenal y que se encontrarían
nuevamente en la esfera espiritual.
Podemos
aprender mucho de lo que citó Cristo respecto a la enseñanza de Moisés “en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor,
Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob” (Luc.
20:37). Cristo concluyó “Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos,
pues para él todos viven”
(Luc. 20:38). Abraham, Isaac y Jacob,
con quienes Jehová Dios se identificó (Ex. 3:6) continuaban adorando a Dios, a
pesar de haber muerto siglos antes de Moisés, ellos seguían conscientes y
Jehová todavía era su Dios.
El
joven necio de Proverbios 5 debía poner mucha atención a las palabras de
sabiduría, por el contrario, y con toda seguridad, al experimentar la muerte
física (“Cuando se consuma tu carne y tu cuerpo”, Prov. 5:11), él recordaría
su necedad terrenal (“Y gimas al final”, 5:11) y admitiría
ya muy tarde: “¡Cómo aborrecí el consejo, y
mi corazón menospreció la reprensión…” (5:12 y sig.). Este pasaje, sin duda alguna, hace una
alusión directa a la conciencia de culpa
de los espíritus impenitentes luego de la muerte física.
Isaías escribió acerca del rey de
Babilonia “¡Cómo caíste del cielo, oh
Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las
naciones”
(Is. 14:12). Al llegar al Seol, este rey
fue recibido por quienes sufrieron el mismo destino al morir (Is.
14:9-10), demostrándose, de esta manera, la realidad del estado consciente después de la muerte física y como las almas
mantienen su identidad, se reconocen y recuerdan las circunstancias de la vida
terrenal (cf. Ezeq. 32:21).
Cristo enseñó que en el día final los
hombres todavía serán responsables de sus actos cometidos aquí en la tierra, ya
sea para vida eterna o muerte eterna (Mat.
25:31-46; Jn. 5:28-29) lo cual sólo es posible si mantienen su identidad, carácter
y conciencia. Entonces, es necesario
considerar con temor reverencial que “todas las cosas están
desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Heb. 4:13).
Cristo
dijo “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no
profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu
nombre hicimos muchos milagros?”
(Mat. 7:22). En este pasaje, Jesús enseña claramente que los hombres tendrán total memoria
de sus actos terrenales en el juicio venidero (Hech. 24:25) y serán
responsables de sus hechos (Mat. 7:23) “para que cada uno reciba
según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Cor. 5:10).
Al
morir físicamente, el hombre razona, recuerda, siente, ve, oye y habla, tal
como lo vemos en el caso del rico y Lázaro (Luc. 16:19-31) y en las almas de
los santos mártires bajo el gobierno de la gran ramera (Apoc. 6:9-11).
Entonces,
¿nos reconoceremos en el cielo? ¡Sí! El pueblo de Dios se reencontrará en una
reunión maravillosa delante del trono de Dios (Apoc. 7:9-17). Habrá ocurrido un cambio glorioso en nuestros
cuerpos (1 Cor. 15:50-58), pero no perderemos la identidad.
Pablo
confiaba en reconocer a los tesalonicenses, y en llenarse de satisfacción por
su salvación eterna en aquel gran día (1 Tes. 2:19-20). Algo similar dijo a los corintios (2 Cor.
1:14) y a los filipenses (Fil. 2:16), lo cual da a conocer que el pueblo de
Dios se reconocerá mutuamente en el cielo.
Conclusión
La
evidencia bíblica indica que la persona interior, o “espíritu” del hombre,
mantiene su identidad, carácter y conciencia más allá de la muerte física. Así mismo, es una verdad bíblica, y una
maravillosa esperanza para los cristianos, el saber que el pueblo de Dios se
reconocerá en el cielo.
No
hay evidencia de que el espíritu del hombre se vea alterado por la muerte
física para perder la identidad o la memoria, ya que luego de la muerte el
espíritu simplemente pasa de un modo de existencia a otro, pero es tan
consciente como antes de dicha transición.
El
alma no duerme luego de la muerte física, sino que es aun más consciente al ser
liberada de las limitaciones de la carne.