Dejar, renunciar y corregir el pecado público



Por Josué I. Hernández
 
 
Algunos creen que un cristiano “arrepentido” no debe confesar ningún pecado que haya cometido públicamente, que no debe llevar frutos dignos de arrepentimiento, y que no tiene obligación alguna de corregir ni en lo más mínimo el daño que hubiera ocasionado, a pesar de que Dios enseña todo lo contrario (cf. Luc. 3:8; Hech. 26:20).   
 
Resarciendo el daño
 
Resarcir es “Indemnizar, reparar, compensar un daño, perjuicio o agravio” (RAE), “Indemnizar o compensar a una persona por un gasto realizado, o una pérdida o agravio causados” (Larousse).
 
Algunos hermanos no están dispuestos a resarcir los daños que han causado por su conducta. Ellos actúan como si el apóstol Pablo se hubiese equivocado al admitir públicamente “habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador” (1 Tim. 1:13) y “había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret” (Hech. 26:9).  
 
El que no quiere resarcir el daño, considera absolutamente innecesario el proceder de Pablo, y no estaría dispuesto a hacer lo mismo. ¿No debe el ladrón devolver lo robado, o solo basta con admitir que robó?
 
En la práctica, los hermanos que se oponen a la confesión y rectificación de pecados públicos no simpatizan con Zaqueo (“si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”, Luc. 19:8), ni con los efesios quienes “venían, confesando y dando cuenta de sus hechos” mientras “muchos de los que habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de todos” (Hech. 19:18-19).  En todo esto, tal vez alguno desaprobaría el método bíblico para corregir utilizado por el apóstol Pedro cuando reprendió a un recién converso por su “maldad” (Hech. 8:20-24).  
 
Los hermanos que se oponen a la confesión y rectificación de pecados públicos rechazan y menosprecian un aspecto importante de ley del perdón, la cual también fue requerida bajo el Antiguo Pacto (Lev. 5:5; Num. 5:6,7).
 
El patrón de las sanas palabras (2 Tim. 1:13), la doctrina de Cristo (2 Jn. 1:9), instruye acerca de los pecados públicos que deben ser dejados, renunciados y corregidos. Por lo tanto, el pecado público no debe ser ignorado, minimizado, racionalizado y/o generalizado, ningún bien se hace con ello al que anda en tinieblas. 
 
El apóstol Pablo dijo por el Espíritu, “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos. Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos” (Rom. 16:17,18, cf. Tito 3:10,11).  
 
Pecado y arrepentimiento públicos
 
Para que haya “confesión” debe haber algo que se confiesa, en este caso un pecado público.  Pero, sin especificar lo que se confiesa ¿cómo se le puede llamar a esto una “confesión”?  
 
En Santiago 5:16 leemos: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho”. En este texto tenemos otro caso de una confesión pública. El verbo confesar aquí es “exomologeo”, el cual siempre hace referencia a una confesión y profesión públicas (cf. Mat. 3:6; Mar. 1:5; Hech. 19:18).
 

Algunos ejemplos de pecados públicos son los siguientes: 
  • “De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre” (1 Cor. 5:1).  
  • “porque Demas me ha desamparado, amando este mundo…” (2 Tim. 4:10).  
  • “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre…” (Heb. 10:25).       
  • “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos” (Rom. 16:17). 
 
El hijo de Dios que pecó de manera pública debe arrepentirse, confesar el pecado a Dios y a la iglesia local para que ésta interceda por él, y debe confesar su pecado a otros hermanos o iglesias que sufrieron su maldad.   
 
Es importante enfatizar que, si el pecado afectó más allá de la iglesia local, el hermano arrepentido debe esforzarse por resarcir el daño cometido informando a todos los santos que fueron afectados por su pecado (Hech. 8:22; 1 Jn. 1:9); tales frutos de arrepentimiento serán motivo de gozo en los cielos y en la tierra (Luc. 15:7,10; Sant. 5:19,20).

Conclusión
 
Dios espera de nosotros “el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida” (1 Tim. 1:5), aquel amor que “no se goza de la injusticia” (1 Cor. 13:6), y que es capaz de aborrecer lo malo (Rom. 12:9).