Acerca de la inmigración



Por Josué I. Hernández


La Biblia reconoce el principio de identidad y soberanía nacional. En el día de Pentecostés, después de la resurrección y ascensión de Cristo, mencionado en Hechos capítulo 2, judíos devotos “de todas las naciones bajo el cielo” se congregaron en Jerusalén (Hech. 2:5; cf. Apoc. 1:7; 5:9). El sustantivo “nación” (gr. “ethnos”) hace una clara distinción de las personas sobre la base de la lengua, la cultura y la ubicación geográfica. Dios mismo proveyó el catalizador de las identidades nacionales propias cuando confundió las lenguas (Gen. 11:1-9). Unido por su propio lenguaje peculiar, cada pueblo migró para encontrar su región de asentamiento donde desarrolló su cultura distintiva. Conforme a Romanos 13:1-4, la principal función ordenada por Dios para el Gobierno es proteger a sus ciudadanos de los malhechores. Esto incluiría, obviamente, y lógicamente, resguardar primeramente las fronteras nacionales. En fin, la Biblia autoriza a una nación a desarrollar sus propias reglas y directrices de admisión a los extranjeros (cf. Rom. 13:1-4; 1 Ped. 2:13-15).

Para que una inmigración sea adecuada y conforme a las leyes de orden civil, los inmigrantes deben estar totalmente dispuestos a conformarse a las leyes del país al cual ingresan. De no hacerlo, habrá caos y anarquía (cf. 1 Tim. 2:2; Rom. 13:1-4). Por ejemplo, ningún musulmán estará absolutamente de acuerdo con todas las leyes constitucionales de un país no musulmán, porque para los musulmanes la Constitución es el Corán. 

Aunque los verdaderos cristianos debemos amar a nuestro prójimo, ayudando a los heridos (cf. Luc. 10:30), practicando la hospitalidad, y socorriendo a los necesitados (Mat. 22:39; Rom. 12:13; Heb. 13:1,2), debemos reconocer que no es simple “hospitalidad” cuando el gobierno toma dinero de algunos ciudadanos para darlos a otro grupo de su predilección. Si quitar dinero a unos para darlo a otros es “hospitalidad”, los ladrones son los más hospitalarios de la tierra.

Por último, los que están a favor del aborto y el matrimonio homosexual, no pueden usar la Biblia contra aquellos que defienden la identidad nacional, el respeto a la Constitución y la defensa de la soberanía del país. Es una hipocresía tal proceder. Si realmente están preocupados por los derechos humanos, será bueno que condenen con vehemencia el asesinato de aquellos más vulnerables de nuestra sociedad, los no nacidos que son abortados.