Extranjeros y peregrinos



Por Josué I. Hernández


El apóstol Pedro escribió: Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma (1 Ped. 2:11). Un “extranjero” y “peregrino” es aquel que vive en un lugar sin ciudadanía y va de paso por él, pues está lejos de su verdadera patria. Esto describe la situación del cristiano en la tierra. A pesar de que a menudo vive entre personas con diferentes creencias y valores, su verdadera ciudadanía está en los cielos. 

El apóstol Pablo dijo a los filipenses: Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo (Fil. 3:20). La esperanza del cristiano está puesta en el cielo, y por lo tanto, ve su vida terrenal como un medio para un fin. Los fieles de la antigüedad establecieron un noble ejemplo de esta actitud. 

El escritor a los hebreos dijo: Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra (Heb. 11:13).

Los ateos y escépticos de la actualidad hacen burla de la idea de establecer una esperanza espiritual en cosas que están más allá de este mundo material. Niegan la existencia de Dios y del mundo espiritual, pero no pueden negar el hecho de la mortalidad del hombre sobre la tierra. De hecho, estamos como “residentes temporales” en el mundo, y esto es admitido por todos. Incluso, quienes niegan la Biblia no pueden negar el hecho de que la muerte es un suceso inevitable para todos: “…está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio (Heb. 9:27). 

Nos guste o no, lo aceptemos o rechacemos, la muerte está determinada para todos y la esperanza media de vida es relativamente corta en comparación con el lapso de tiempo general, y especialmente corta con la eternidad.

Debemos tomar en cuenta que 1 Pedro 2:11 no es la primera ocasión en la cual Pedro usa la palabra “peregrino”. El apóstol mencionó el término en 1 Pedro 1:1, e indicó como estos “elegidos” de Dios adquirieron su ciudadanía celestial. Se convirtieron en ciudadanos celestiales por medio de la obediencia al evangelio (1:2), aquella verdad que los hizo renacer (1:23). La sangre de Cristo fue rociada sobre sus conciencias (1:2; cf. Heb. 9:14), por lo cual sus almas fueron purificadas (1:22), naciendo de nuevo (1:23; cf. Jn. 3:3,5). Más adelante, Pedro nos indica que el bautismo en agua es lo que produce la limpia conciencia de salvación (3:21) con lo cual el cristiano llega a ser una nueva criatura (2 Cor. 5:17). 

Así, pues, el ciudadano celestial, como “extranjero” y “peregrino”, tiene la motivación para abstenerse de los deseos carnales que batallas contra su alma (1 Ped. 2:11). Su verdadera ciudadanía está en los cielos, y ahora es un extranjero y peregrino en relación con el mundo.