“Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mat.
17:5).
Por Josué I. Hernández
Cuando el Señor
Jesús llevó a Pedro, Santiago y Juan, a un monte alto, ellos presenciaron una
visión magnífica. El Señor se transfiguró delante de ellos. Su rostro
resplandeció como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz (Mat.
17:2). Luego, “aparecieron Moisés y
Elías, hablando con él” (Mat. 17:3), y el tema del cual hablaron fue acerca
de su muerte venidera en Jerusalén (Luc. 9:30,31). En una reacción apresurada, despabilándose
del sueño, Pedro quiso construir tres tabernáculos, uno para Jesús, otro para Moisés,
y otro para Elías (Luc. 9:32,33). Sin embargo, “Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz
desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a
él oíd” (Mat. 17:5).
Frente
a tal acontecimiento, preguntamos: ¿Qué significa esto? ¿Qué lecciones
prácticas podemos sacar para nosotros de este evento preservado en las
Escrituras? Básicamente, podemos aprender dos cosas.
#1 Hay vida después de la muerte.
Tanto Moisés
como Elías habían estado muertos durante siglos, pero aquí están llevando a
cabo una conversación con Jesús. La Biblia enseña que el espíritu continúa
existiendo después de ha ocurrido la muerte física (Sant. 2:26; Luc. 16:19-31).
En el día final, nuestros espíritus se reunirán con nuestro cuerpo, resucitando
así para enfrentar el juicio final (1 Cor. 15:20-28; 1 Tes. 4:13-18).
#2 Debemos oír y obedecer a Jesús (evangelio), y no a la ley (Moisés) o
los profetas (Elías).
Ciertamente,
podemos aprender mucho del Antiguo Testamento (Rom. 15:4; 1 Cor. 10:11), porque
toda la Escritura es inspirada por Dios (2 Tim. 3:16,17). Sin embargo, la ley
que nos rige ahora es la ley de Cristo, su evangelio (1 Cor. 9:21; Gal. 6:2). El
evangelio de Cristo es la perfecta ley, la de la libertad (cf. Sant.1:25; Jn.
8:32).
El Antiguo
Testamento no fue ideado para justificar en Cristo, y por lo tanto, fue un
ministerio de muerte (2 Cor. 3:7). Es el Nuevo Testamento de Cristo el cual nos
vivifica para todo lo que Dios requiere de nosotros (2 Cor.3:6; Col. 3:17).