Por Josué I. Hernández
Varios países están
haciendo noticia por reducir los índices de niños con síndrome de Down mediante la interrupción del embarazo, cuando se conoce alguna “alta
probabilidad” de ese trastorno cromosomático en el “feto”. El sistema de salud
de estos países ofrece a los padres una serie de test para determinar si los bebés aún en el vientre de su madre poseen algún tipo de dificultad, o si presentan alguna “enfermedad genética
potencial”.
La razón por la
cual tantos son activamente pro-aborto, es que ellos no consideran el aborto
como un asesinato, sino como la terminación de “una posible vida”. Y todo esto
debido a que para ellos no hay deberes morales absolutos, sino relativos a la
sociedad en evolución. Si Dios no existe, y todo termina con la muerte, debemos
luchar por construir un paraíso en la tierra. Aquel paraíso debe erradicar todo
lo que la mayoría considere una carga, o maldición, por ejemplo, un bebé con alta
probabilidad de nacer con algún problema, lo cual le hace un “bebé indeseado”, y no sería “justo” dejarlo vivir así. No obstante, ¿cómo podríamos hablar de “justicia”
si no hay deberes morales absolutos? Y si los hay, ¿quién los determina? ¿La
mayoría? ¿A caso no lo hace Dios?
La tecnología es
una bendición, y todos los días nos brinda gran utilidad. Sin embargo, el gran
conocimiento que hemos logrado, y el avanzado instrumental médico que poseemos,
están siendo mal utilizados para fines egoístas y malvados. Bebés están siendo
asesinados debido a una “alta probabilidad” de que nazcan con algún problema
que les hará más difíciles de cuidar. Tal consideración progresista, de nuestra
“sociedad justa e igualitaria” es muy diferente a la de Dios. El salmista
escribió acerca de su propio desarrollo fetal, de la siguiente manera:
“Porque tú formaste mis entrañas; me hiciste en el seno
de mi madre. Te alabaré, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho;
maravillosas son tus obras, y mi alma lo sabe muy bien. No estaba oculto de ti
mi cuerpo, cuando en secreto fui formado, y entretejido en las profundidades de
la tierra. Tus ojos vieron mi embrión, y en tu libro se escribieron todos los
días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos” (Sal. 139:13-16,
LBLA).
El salmista
reconoció el papel providencial de Dios en su desarrollo. Como todos los
estudiantes de la Biblia sabemos, la providencia de Dios permite a los seres
humanos la decisión libre, e incluso su propio desarrollo, en un entorno en el
cual muchas veces nos veremos afectados por “errores genéticos” o problemas
diversos. Tales problemas, como por ejemplo, algún “trastorno cromosomático”,
no eliminan la personalidad humana, aunque afectan la vida física de la
persona. El síndrome de Down es el resultado de un error de este tipo. Un
trastorno congénito, por el cual los niños nacerán con dificultades cognitivas
y anomalías físicas. No obstante, aunque estos niños se comportarán diferente a
otros niños, siempre son la “imagen y la semejanza de Dios” (cf. Gen. 1:27)
poseyendo una identidad única y espíritu eterno.
Desde hace varios
años, los avances en la cartografía genética y la tecnología relacionada,
procuran la cura de enfermedades prenatales, y posibilidades diversas para
salvar vidas. Obviamente, no hay objeción razonable para tales procedimientos.
Sin embargo, se ha presentado la tentación de hacer mal uso de este avance
tecnológico. Ahora se procura diseñar bebés, por la manipulación genética, y
desechar bebés indeseados, por las deficiencias que presentan.
La manipulación genética
es preocupante, pero el homicidio de una clase de “personas diferentes”, por
sus anomalías prenatales, es particularmente cruel e inhumano.
Siempre hemos
sabido que Dios no hace distinción entre un bebé que ha nacido (Luc. 2:12) y
uno que aún no ha nacido (Luc. 1:41). Es una persona, independientemente de su
ubicación física. Matar a un bebé no es diferente a matar a un adulto, y quitar
la vida al prójimo es un asesinato. El asesinato ha sido condenado en todas las
dispensaciones de la relación de Dios con la humanidad (Gen. 9:6; Ex. 21:12;
Gal. 5:21). Debemos alzar la voz, contra tal maldad.