Por Josué I. Hernández
Nuestra sociedad
rechaza tajantemente que el hombre sea la cabeza de la mujer. Simplemente, la
sociedad es contraria a la enseñanza bíblica al respecto.
El apóstol Pablo,
un hombre inspirado por Dios, escribió en 1 Corintios 11:3, lo siguiente: “Pero quiero que sepáis que Cristo es la
cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de
Cristo”. No son pocos los que argumentan que tal enseñanza bíblica degrada
a la mujer. Pero, si tal cosa es verdad, entonces ¿la autoridad del Padre sobre
Cristo, degrada a Cristo? La dirección no es un asunto de inteligencia o
dignidad, sino de autoridad. El que está subordinado no es inferior en valor al
que tiene autoridad sobre él.
Dios ha ordenado
que el varón sea cabeza de su esposa, “Las
casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor… Por lo demás, cada
uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su
marido” (Ef. 5:22,33).
Muchos estudiantes
de la Biblia estarán totalmente de acuerdo con lo que hemos dicho hasta aquí, sin
embargo, algunos negarán lo que el apóstol Pablo enseñó acerca de la autoridad
del varón sobre la mujer respecto a las actividades públicas de culto: “La mujer aprenda en silencio, con toda
sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el
hombre, sino estar en silencio” (1 Tim. 2;11,12).
Varias
denominaciones permiten a las mujeres enseñar públicamente en auditorios
mixtos. Tal cosa es una violación flagrante de la voluntad de Dios, tanto como
si la esposa actuase como cabeza de su marido.
El hombre ha
recibido una posición de liderazgo, porque Adán fue formado primero, y la mujer
fue engañada en el jardín (1 Tim. 2:13,14). Eso es lo que dice la Biblia, y es
lo que demos aceptar y aplicar.