Por Josué I. Hernández
“para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que
es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Tim.
3:15).
La
iglesia local es el instrumento de Dios para sostener la verdad en alto en un
mundo de mentiras. Es la “base” o “soporte” de la verdad. Es decir, la iglesia local
es el apoyo que sostiene y estabiliza la estructura del evangelio de cualquier
empuje externo que pretenda derribarlo.
Todo
cristiano fiel reconoce que ha sido salvo por la verdad, y está, por lo tanto,
plenamente comprometido a sostenerla (cf. 1 Ped. 1:22; Sant. 1:18; Jn. 8:32).
Debido a lo anterior, el cristiano sigue la verdad (Ef. 4:15), piensa en la
verdad (1 Cor. 4:6; Fil. 4:8) y habla conforme a la verdad (1 Ped. 4:11).
Una
iglesia local, en síntesis, es un grupo de cristianos organizados y
comprometidos a ser un “baluarte de la
verdad” en determinada localidad. Los ancianos, diáconos, predicadores, y
todos los miembros, están puestos para apoyar la verdad, en palabra y obra
(Tit. 1:9; 1 Tim. 3:9; 2 Tim. 4:2; 2:2). No obstante, si la iglesia local deja
de ser baluarte de la verdad, ya no estará cumpliendo su misión, y la obra de
Cristo sufrirá. Si la base de soporte se desmorona, la verdad sufrirá aquel
colapso. Tal cosa sucedió con el paso de los años con las iglesias del primer
siglo, de las cuales leemos en el Nuevo Testamento. En todo el mundo
mediterráneo iglesias de Cristo fueron establecidas, pero, ¿dónde están hoy?
No
hay duda alguna de que la verdad es asaltada constantemente por el diablo. El
mundo que nos rodea está lleno de inmoralidad y error. Toda suerte de
injusticia e impiedad está prosperando social y políticamente. La fornicación es
motivo de broma y hasta de alabanza. El materialismo infesta nuestra sociedad
como una plaga. La verdad es burlada y despreciada. El vestir modestamente es
difamado. El lenguaje puro es ridiculizado. Sería fácil para nosotros, los
miembros de una iglesia de Cristo, el desmoronarnos frente a tanto ataque
directo e indirecto del diablo.
Lamentablemente,
algunos que se suponía que debían apoyar la verdad, han cedido. Fueron atraídos
por el engaño del pecado. Ya no están firmes en la fe. En lugar de ser
inamovibles, fueron sacudidos de un lado a otro, y sucumbieron frente al
bombardeo de Satanás. La causa de Cristo ha sufrido mucho por tales acciones.
Que
cada cristiano esté determinado, junto con los demás santos locales, a
permanecer firmes en la fe, inamovibles frente al ataque de Satanás. Como dijo
el apóstol Pablo: “Por tanto, mis amados
hermanos, estad firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor,
sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Cor. 15:58, LBLA).