Por Josué I. Hernández
¿Cómo es que llega usted a confiar en otro? Pero,
¿qué es la confianza? Y, ¿cómo sabemos si estamos confiando en alguien?
Sabemos que confiamos en alguien cuando creemos lo que dice valorando su palabra como fiel. Por ejemplo, si al ver el peligro que corre mi vecino, presuroso voy a su casa y le digo que las paredes de su casa están a punto de colapsar, presentando la evidencia necesaria para temer tal evento; si él verdaderamente confía en mí, reaccionará positivamente a mis palabras y observará la evidencia. Sin embargo, si él duda de mí, él rechazará mi mensaje sin importar lo fundamentado que pueda estar.
La
cuestión de la confianza se aplica a nuestra relación con Jesucristo. Si confiamos en él como nuestro Señor y Salvador,
haremos todo lo que él dice (Jn. 14:1). No objetaremos ni cuestionaremos su
palabra, que nos proporciona la evidencia suficiente para creer. No cerraremos la puerta de nuestro intelecto. No lo echaremos de nuestra vida. Pondremos
suma atención a todo lo que él tiene que enseñarnos.
Jesús
nos dice que debemos creer en su
evangelio y ser bautizados para salvación (Mar. 16:16). A través de su apóstol,
él ordenó a los judíos en Pentecostés, que debían arrepentirse y ser bautizados
para la remisión de sus pecados (Hech. 2:38). Fue Cristo quien envió a Ananías
para que le dijera a Saulo lo que debía hacer para ser salvo, lo cual incluía
el levantarse para ser bautizado para el perdón de sus pecados (Hech. 22:16). Si confiamos
en Jesús, estaremos atentos a su voz en el evangelio. Entenderemos sus
mandamientos como medios de bendición (cf. 1 Jn. 5:3). Entenderemos que no
podríamos ser salvos solamente por la fe (cf. Sant. 2:24). No obstante, si tomamos
sólo una parte de lo que Cristo dijo, entonces no estaríamos confiando en él, sino seleccionando lo que nos convenga obedecer.
Se nos ordena
reunirnos con los santos (Heb. 10:24,25) cuantas veces la iglesia local se reúna. Por ejemplo, la iglesia de Jerusalén se reunía todos los días (Hech. 2:46). Sin embargo, el patrón de la palabra de Cristo
establece las asambleas de cada “primer día de la semana” como el momento para
que la iglesia local reúna los fondos para hacer su obra (1 Cor. 16:1,2), y cada “primer
día de la semana” es el momento para oír la palabra de Dios y participar de la
cena del Señor (Hech. 20:7). Todos los
creyentes que confían en Cristo, no se opondrían a congregarse con los santos,
tal y como Cristo lo ha enseñado (1 Cor. 14:37,40). Cada creyente dejará todo
el tiempo posible para adorar a Dios junto a otros que comparten la misma fe en
Cristo, entendiendo que sus acciones en los servicios de reunión no solamente
son para alabanza a Dios, sino también para edificar a los demás cristianos
(Ef. 4:11-16).
Si
alguno confía plenamente en Cristo, jamás argumentaría que la cena del Señor no
es una conmemoración semanal. El único pasaje que indica la frecuencia de la
participación de la mesa del Señor, indica que siempre fue una observancia dominical (Hech. 20:7). Así como el sábado debía ser recordado por los judíos semanalmente (Ex. 20:8), así también debemos recordar
cada “primer día de la semana” el sacrificio de Cristo (Mat. 26:26-29). Para
ilustrarlo aún más, cuando el Banco nos indica que estará “cerrado el domingo”,
uno sabe que será “cada domingo”. Es algo sencillo de asumir.
En
fin, confiar en el Señor es creer lo que él dice, y aplicarlo a nuestra vida, y
predicarlo a otros. Con esto en mente, ¿confía usted en el Señor?