El nacimiento, y el posterior crecimiento de un cristiano



Por Josué I. Hernández


Hay varias teorías entre los integrantes de la llamada “cristiandad” denominacional, acerca de cómo se convierte alguien en Cristo y cómo continúa creciendo como hijo de Dios. Algunos creen que depende totalmente de Dios. Otros dicen que hay una parte de Dios, y una parte del hombre. Sin embargo, hay muchas cosas extrañas a la Biblia que se afirman respecto a esto. A pesar de todo esto, hay una manera sencilla, y segura, de solucionar la confusión: Ir a la palabra de Dios, dejando de lado todo prejuicio.

El apóstol Pedro nos informa lo que se necesita para nacer de nuevo, y luego, crecer como cristiano.  Es realmente sencillo de comprender y aplicar. Leamos:

“siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Ped. 1:23)

“desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” (1 Ped. 2:2)

“Antes bien, creced…” (2 Ped. 3:18).

Nacemos de nuevo por la palabra, y crecemos por la palabra. Esto significa que debemos escuchar la palabra, creerla y aplicarla. No hay nada místico o mágico en esto (cf. Sant. 1:18). Por lo tanto, ¿en qué debemos ocupar tiempo de calidad? En estudiar la bendita palabra de Dios. La razón es obvia. Sin un estudio diligente, no sabremos qué hacer o cómo hacerlo. Muchos de los que leen este artículo ya son hijos de Dios por su fe, arrepentimiento, confesión y bautismo (Rom. 10:9,10; Jn. 3:3,5; Hech. 2:38). Lo importante a recordar, luego del nuevo nacimiento, es que nacer de nuevo es sólo el comienzo. Cada cristiano debe ocuparse en su salvación (Fil. 2:12).

El crecimiento como cristiano es de alta prioridad. Mediante el crecimiento podremos ser capaces de soportar las tentaciones del diablo, y las pruebas de la vida (Sant. 1:2-4). A la vez, mediante el crecimiento demostramos amor a nuestro Padre celestial, trabajando por asegurar nuestro hogar celestial (2 Ped. 1:5-11).

Cuando no crecemos, mostramos falta de respeto a Dios. Él nos ordena que lo hagamos, y nos da todo para que lo logremos (2 Ped. 1:3; 3:18). Es una tragedia que tal cosa no suceda. Si no crecemos, sólo queda la debilidad y la muerte. Perder el alma será la consecuencia.

Si quiere nacer de nuevo, estudie la palabra. Si quiere crecer como cristiano, estudie la palabra. Hágalo, acepte la palabra, viva por ella, y tendrá un hogar en el cielo.