Por Josué I. Hernández
“Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré?
¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para
esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una
voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez” (Jn. 12:27,28;
énfasis mío).
Esta oración
fue pronunciada por nuestro Señor el día domingo anterior a su muerte, la cual
ocurrió el viernes. Sin duda alguna, éste fue el mayor juicio de la historia.
El Santo Hijo de Dios fue juzgado y condenado.
A pesar del
sufrimiento, Jesús continuó con su misión de redimir al género humano de su
pecado. Honró la voluntad del Padre, y se sometió a un juicio humillante y
terrible, de abuso físico que culminó en su crucifixión (Mar. 14:53-15:37).
Cristo lo hizo porque tal cosa era lo correcto, era el propósito de su venida
al mundo (Jn. 3:14-16). Por esta razón él dijo, “para esto he llegado a esta hora”.
¿Cuál es el propósito de nuestra vida?
Algunos
creen que el propósito de la vida es acumular tantas posesiones materiales como
sea posible. Ellos acumulan tesoros en la tierra (Mat. 6:19-21). La codicia
motiva sus acciones, moldea su actitud, y determina su destino. Viven una vida
miserable (1 Tim. 6:10).
Otros,
persiguen el placer como el propósito más elevado de la vida. Su “dios” es el
vientre (Fil. 3:19). Buscan sexo, drogas, o incluso, el peligro extremo, para
sentir la satisfacción momentánea sin la cual están vacíos. Si algo no es
placentero, entonces no quieren “perder tiempo” en ello. Si no están extasiados
por el disfrute del momento, viven deprimidos. Tienen un agujero enorme en su
alma, la cual tratan de llenar, pero no pueden, ni podrán.
La
fama es el epítome de muchos (Gal. 6:3). Quieren ser conocidos, amados,
temidos, honrados, elogiados, seguidos, votados, etc. Comúnmente a ellos los
encontramos en la televisión o en la política. Algunos pueden ser nuestros
vecinos, o compañeros de clase. Son capaces de luchar por la fama mediante
alguna habilidad, o algún acto de violencia o deshonra. Lo importante para
ellos es la fama, y los medios para obtenerla no les importan.
La
razón es simple, la gente quiere lograr algún propósito en su vida, y creen que
lo que están haciendo logrará aquel propósito, y su vida valdrá la pena. Lo que
descubren tarde o temprano, es que persiguieron el viento, y todo fue vanidad.
Salomón
probó muchas cosas en su vida, y encontró que eran como abrazar el viento,
actividades inútiles en sí mismas (Ecles. 1:17; 2:17). Declaró por inspiración
que el propósito de la vida, es decir, el camino para encontrar la verdadera
felicidad y paz, es temer a Dios y obedecer sus mandamientos, lo cual realiza
la vida humana (Ecles. 12:13).
Muchos
están sacrificando tiempo, dinero, y energía, abandonando en el proceso,
incluso, a la familia y a sus amigos, y perdiendo el sueño, por perseguir su
sueño terrenal. Y a menudo, admiramos a estas personas por su determinación.
Sin embargo, ¿qué estamos dispuestos a hacer por nuestra alma (Mat. 16:26)?
¿Qué estamos dispuestos a hacer para realizar verdaderamente nuestra vida (Ecles.
12:13,14)? Jesucristo abandonó su trono de gloria, para humillarse por
nosotros, muriendo terriblemente (Fil. 2:5-8). Él soportó tanto por nosotros,
¿qué estamos dispuestos a hacer por él?
Ser
cristiano, y dedicar así la vida a Dios, no es una tarea fácil. El diablo está
constantemente intentando que nos apartemos. Él usa el mundo magistralmente
para devorar nuestras almas (cf. 1 Jn. 2:15-17). Si no es con la tentación
carnal, Satanás usará la persecución social.
¿Estamos
dispuestos a negarnos a nosotros mismos para lograr nuestro propósito (Luc.
9:23)? ¿Estamos realmente dispuestos? ¿Estamos dedicándonos con diligencia a
cumplir el propósito mayor para nuestras vidas?
Necesitamos
detenernos y considerar seriamente el propósito de la vida. Aceptémoslo, y
estemos dispuestos, como Jesucristo lo estuvo, a cumplirlo.