Por Josué I. Hernández
“Y Jehová el Dios
de sus padres envió constantemente palabra a ellos por medio de sus mensajeros,
porque él tenía misericordia de su pueblo y de su habitación. Mas ellos hacían
escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose
de sus profetas, hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo, y no hubo
ya remedio” (2
Cron. 36:15,16).
El pasaje anterior debiera causarnos
escalofríos. Los israelitas fueron diezmados por sus enemigos. Sufrieron
horriblemente debido al hambre y la guerra, además del propio cautiverio.
Sedequías se vio obligado a presenciar la muerte de sus hijos antes de que le
arrancaran los ojos (2 Rey. 25:7). ¿Qué ocasionaría en usted presenciar la muerte
de sus hijos antes de perder la vista de tal manera? ¿No cree que tal acontecimiento
dejaría una imagen marcada a fuego en su mente de por vida?
El sufrimiento y el dolor experimentado
por los judíos no ocurrió debido a la injusticia de una nación pecadora que los
sometió. Ellos estaban enfrentando la ira del Dios Todopoderoso. La ira de Dios
cayó sobre ellos, y ya no estaba contenida como en tiempos pasados. Sin
embargo, Dios no derramó toda su ira sobre ellos para aniquilarles de la faz de
la tierra.
Con tales consideraciones, preguntamos,
¿ha cambiado la naturaleza de Dios? ¿Ya no tiene Dios una ley por la cual
espera que los hombres vivan? ¿No le importan a Dios nuestras acciones? ¿Dios
ya no está airado por el pecado de sus enemigos?
Nuestra sociedad está saturada de
pecado, como el antiguo Israel lo estuvo. La mayoría no practica la idolatría
como antaño. Sin embargo, la idolatría abunda. Multitudes continúan adorando el
placer, el dinero, y el poder.
Si esperamos escapar de la ira de Dios,
estamos profundamente equivocados. Debemos arrepentirnos, y hacerlo hoy mismo.
Dios manda a todos que se arrepientan (Hech. 17:30,31). No obstante, aunque el
pueblo de Dios está viviendo rectamente, no puede esperar escapar del dolor y
el sufrimiento. Debemos recordar a tantos judíos buenos del Antiguo Testamento,
que sufrieron por las consecuencias del pecado de la mayoría que les rodeaba. A
pesar de esto último, ciertamente, todos los santos fieles escaparán del gran
día de la ira de Dios, en el cual todos los que no obedecieron el evangelio
padecerán la pena de una eterna perdición (2 Tes. 1:8,9).
Dios nos está advirtiendo mediante su
palabra predicada, el evangelio de salvación. Él continúa usando a su pueblo
para advertirnos. ¿Estamos oyendo la voz de Dios?