Por Josué I. Hernández
Cuando
Jesús fue a la fiesta judía de los tabernáculos, en Juan capítulo 7, el pueblo
disputó acerca de él. “Y había gran
murmullo acerca de él entre la multitud, pues unos decían: Es bueno; pero otros
decían: No, sino que engaña al pueblo” (Jn. 7:12).
Las
acciones de Cristo fueron interpretadas desde dos puntos de vista radicalmente
diferentes. A pesar de que él enseñaba siempre el mismo mensaje, y su buena
voluntad hacia las personas se mantenía inalterable. Muchos vieron que
Jesucristo era bueno, mientras que otros lo consideraban un engañador.
Esto
bien ilustra las dos opciones que tenemos. Podemos considerar a Cristo como
Señor, y Salvador, de nuestras vidas, es decir, alguien bueno. También podemos
oponernos a él, como a un engañador. No hay posición neutral para con Cristo.
Él dijo: “El que no es conmigo, contra mí
es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (cf. Luc. 11:23). O amamos a
Cristo, o lo odiamos. Podemos guardar sus mandamientos o desobedecerlos (cf.
Jn. 14:15). Somos sus amigos, o sus enemigos (Jn. 15:14; Sant. 4:4).
Cuando
seguimos al Señor obtendremos una reacción similar. La gente nos verá como
buenos, o como engañadores. Los que nos ven como buenos, tal vez no estén de
acuerdo con todo lo que creemos y practicamos, aunque asumen que no somos
corruptos. Sin embargo, aquellos que nos ven como engañadores nos tratarán como
herejes y falsos maestros. Por ejemplo, cuando enseñamos el plan de salvación
del evangelio, y lo esencial del bautismo no denominacional (Mar. 16:16; Hech. 2:38;
22:16; 1 Ped. 3:21). La noción general de muchos religiosos es que el bautismo
es una obra que niega la verdadera fe. Pero, ¿qué dice la Escritura (Sant.
2:24)?
La
reacción contraria de la gente no es tanto contra las personas, como contra el
mensaje que se predique. Como individuos, la mayoría puede llevarse bien
relativamente con todo el mundo. Pero, cuando comenzamos a hablar la verdad del
evangelio (Jn. 8:32; Ef. 4:15), y a exponer su pecado, falsa doctrina, o
tradición religiosa corrupta, entonces se enojarán.
Al
ver lo que sucedió a Jesús, y a sus apóstoles, no debería sorprendernos cuando
obtengamos la misma reacción. Nuestro deber no es agradar a todo el mundo, sino
seguir fielmente a Cristo (Gal. 1:10). Parte de nuestro buen servicio es
predicar la verdad. Cuando hacemos esto, el Señor nos verá como buenos siervos,
lo cual es la opinión más importante.