“He aquí, herencia de Jehová son los hijos; Cosa de
estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, Así son los
hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos;
No será avergonzado Cuando hablare con los enemigos en la puerta” (Sal. 127:3-5).
Por Josué I. Hernández
Hoy más que nunca, los niños parecen un
obstáculo, una carga, una molestia, incluso, son tratados como un gasto
innecesario por la sociedad consumista en la que vivimos. Sin embargo, las
sagradas Escrituras son elocuentes al señalar que los niños son un don de Dios
muy preciado. Cada pequeñito, desde el vientre de la madre, es decir, aún antes
de nacer, es una maravillosa obra de Dios:
“Porque tú formaste mis entrañas; me
hiciste en el seno de mi madre. Te alabaré, porque asombrosa y maravillosamente
he sido hecho; maravillosas son tus obras, y mi alma lo sabe muy bien. No
estaba oculto de ti mi cuerpo, cuando en secreto fui formado, y entretejido en
las profundidades de la tierra. Tus ojos vieron mi embrión, y en tu libro se
escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo
de ellos” (Sal. 139:13-16, LBLA).
La sagrada Escritura registra que Dios
bendijo a Obed-edom, debido a que él guardó en su casa el arca de Dios (1 Cron.
13:14). La clase de bendición recibida no sería considerada como tal por muchos
incrédulos liberales de hoy. De todas las cosas que él hubiese recibido, la Biblia
especifica que Jehová Dios bendijo a Obed-edom con varios hijos (1 Cron.
26:4,5). Sí, la Biblia especifica que estos hijos eran el resultado de la
bendición de Dios para llenar de gozo el corazón y la vida de Obed-edom. Todos
nosotros debemos llegar a la misma conclusión. Los hijos son una bendición de
Dios para nuestras vidas.
Además de ser una particular bendición para
la familia y la sociedad, los niños son un ejemplo de la providencia perdurable
de Dios. En el principio, cuando nació el primer hijo, Eva reconoció a Dios por
el nacimiento de su hijo, y ella dijo: “Por voluntad de Jehová he adquirido varón” (Gen. 4:1). Y desde
entonces toda mujer “se salvará
por su maternidad mientras persevere con modestia en la fe, en la caridad y en
la santidad”
(1 Tim. 2:15), “porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer;
pero todo procede de Dios” (1 Cor. 11:2). No es extraño, por lo tanto, lo que dijo Jacob
de sus hijos: “Son los hijos que Dios en
su misericordia ha concedido a tu siervo” (Ge. 33:5, LBLA).
La maravillosa bendición de los hijos no alcanza a
todos, lo cual podemos aprender en la conversación entre Jacob y Raquel, luego
que Lea dio a luz a su cuarto hijo (Gen. 29:31-35; cf. Gen. 30:1,2). El hecho
de que Raquel no tuviera hijos no fue culpa suya, hasta ese punto Raquel no
había sido bendecida con hijos. Hay
dos lecciones que debemos aprender de esto. Primero, aquellos que no
tienen hijos necesitan tener paciencia y esperanza. No deben experimentar
los celos y la amargura por la buena ventura de los demás. Segundo, todos
debemos tener compasión y respeto por los que no tienen hijos, como Ana no los
podía tener (cf. 1 Sam. 1: 6). Debemos practicar la “regla de oro” (Mat.
7:12). Y, sobre todas las cosas, debemos reconocer a los niños como el don
celestial que la palabra de Dios describe. Un regalo de Dios que no tiene valor
cuantitativo, sino cualitativo.