"Propiciación"


Por Josué I. Hernández


El término “propiciación” proviene del sustantivo griego “hilasmos”, el cual según VINE debe ser entendido como “un medio por el cual el pecado es cubierto y remitido”. Tanto el medio para apaciguar, como el apaciguador mismo propiciando (Thayer). Ahora bien, cuando “propiciación” se traduce de “hilasmos” en el Nuevo Testamento, se utiliza con referencia a Cristo cuatro veces.

“a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Rom. 3:25).

“Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo” (Heb. 2:17).

“Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Jn. 2:2).

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Jn. 4:10).

Debido a que el ser humano no podía hacer, u ofrecer algo, para quitar sus propios pecados, se requería una propiciación para que ocurriese el perdón de Dios. El único apaciguamiento que funcionaría para que Dios en su justicia perdonara al pecador, era mediante un sacrificio perfecto. Por lo tanto, la sangre del Hijo de Dios tuvo que ser ofrecida como sacrificio expiatorio para que nuestros pecados pudiesen ser remitidos, es decir, perdonados, y así Dios manifestara su misericordia.

¿Qué debe significar esto para nosotros? Significa que tenemos una deuda de gratitud a Dios y a Jesús. Dios el Padre le envió, y Jesús, el Hijo de Dios, vino voluntariamente para morir por el mundo. Sin este acto de misericordia, no habría esperanza de salvación. Más bien, tendríamos que enfrentar la ira de Dios, y sufrir las consecuencias eternas.

Cristo, como propiciación a nuestro favor, significa que debemos vivir para él. Entregar nuestra vida a él es lo que debemos hacer para expresar nuestra gratitud. Es el colmo de la ingratitud vivir conforme a nuestros propios deseos y caprichos egoístas. 

Debido a esto, el apóstol Pablo exclamó: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 2:20).


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