Por Josué I. Hernández
Uno de los errores
más comunes cometidos por maestros de Biblia y estudiantes en general, es la
simplificación excesiva a la hora de exponer la palabra de Dios. Procurando
evitar tecnicismos y confusiones ellos caen en el extremo de simplificar la
enseñanza al punto del error.
Obviamente,
todo maestro de Biblia debe ser claro, preciso, y conciso, al explicar el
sentido de las sagradas Escrituras. Sin embargo, algunos van demasiado lejos en
sus esfuerzos por simplificar determinados pasajes y temas. Su esfuerzo por
simplificar cierto concepto o pasaje bíblico, sólo deja alguna información
superficial, muchas veces prejuiciada, y quita toda la información vital del
texto sagrado. Esta exégesis simplista reduce el significado del pasaje más
allá de lo que el texto dice o permite, ignorando el contexto, el significado
de las palabras, y quitando la información necesaria de la revelación de Dios
en honor de la “simplicidad”.
A pesar de que
las motivaciones de los maestros simplificadores pueden ser buenas, y nobles.
Su proceder es peligroso y equivocado. Nada puede justificar la alteración de
la revelación divina disminuyendo la fuerza y sentido de ésta (cf. Deut. 4:2;
12:32; Gal. 1:6-9; Apoc. 22:18,19). Dios prohíbe el añadir, quitar, o
modificar, de su palabra. Simplemente no hay razón que justifique restar el
sentido de la revelación escrita para hacer más sencillo un pasaje de la misma.
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil…” (2 Tim. 3:16,17). La
simplificación que modifica el sentido de la sagrada Escritura, es una acción
por falta de fe en el poder del evangelio (Rom. 1:16) la palabra de verdad que
logra el cambio que Dios requiere (Ef. 1:13; 1 Tes. 2:13).
Un pasaje
usado para respaldar la simplificación excesiva de la sagrada Escritura es 2
Corintios 11:3, donde Pablo habló de “la
sencillez y pureza que es en Cristo” (VM). No obstante, Pablo no dijo que
la interpretación de la revelación divina siempre es sencilla y fácil, y que la
exposición deba ser siempre forzosamente simplificada. Ciertamente, podemos
entender lo que leemos (cf. Ef. 3:4) y Dios nos manda que lo hagamos (EF.
5:17). Y aunque hay cosas difíciles de entender (2 Ped. 3:16) no serán
imposibles de entender. El punto es que Pablo no habló de “interpretación
simplificada” en 2 Corintios 11:3, sino de una devoción sincera, es decir, una
fidelidad total a Cristo.
“Como la esposa no debe tener fidelidad
parcial o dividida hacia el marido, tampoco debe el cristiano tenerla hacia
Cristo, sino tener una mente sencilla (singular) hacia él. Los falsos en
Corinto iban ganando parte de la lealtad de los hermanos, y esto es lo que
provocó a Pablo” (Notas sobre 2 Corintios, Bill H. Reeves).
Uno de los
versículos más simplificados de la Escritura es Juan 3:16, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito,
para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna”
(LBLA).
La mala
disposición, e incluso la negativa, a entender el uso del verbo “creer” en este
versículo ha llevado a muchos a concluir que Jesús sólo requiere un
asentimiento mental para la salvación, y que por lo tanto, no es necesario el
arrepentimiento (Hech. 17:30), la confesión de fe en Jesús como el Hijo de Dios
(Hech. 8:37) y el bautismo en Cristo (Gal. 3:26,27) para ser salvos (cf. Mar.
16:15,16; Hech. 2:38).
Como lo hemos
expuesto en varias oportunidades, el “creer” referido en Juan 3:16 es indicado
en un sentido amplio y comprensivo, incluyendo todo lo que Dios requiere para
que seamos salvos. Jesucristo dijo a Nicodemo, en éste mismo contexto, que para
entrar en el reino es necesario nacer “de nuevo… de agua y del Espíritu” (Jn. 3:3,5). Y podemos
comprender como ocurre el nuevo nacimiento por la explicación de Pedro, quien
enseñó que ser “renacidos” ocurre “por la obediencia a la verdad” (1 Ped.
1:22,23), y esta verdad es “la palabra
que por el evangelio os ha sido anunciada” (v.25). Debido a esto, no habrá
bendición para quienes no obedezcan el evangelio (cf. 1 Ped. 4:17; 2 Tes. 1:8).
Con razón Santiago escribió que Dios hace nacer por medio de su palabra (Sant.
1:18).
Volviendo al
contexto de Juan capítulo 3, aprendemos que Jesús dijo que es necesario
practicar la verdad y pasar así de las tinieblas a la luz (Jn. 3:21). Luego,
leemos: “El que cree en el Hijo tiene
vida eterna; pero el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de
Dios permanece sobre él” (Jn. 3:36, LBLA). Con total facilidad podemos
aprender aquí que “creer” es usado como sinónimo de “obedecer”.
Por lo tanto,
el “creer” de Juan 3:16 no es una mera convicción, algún pensamiento al punto
de la fe, como enseñan algunos. La Biblia dice que debemos hacer la voluntad
del Padre para entrar en el reino celestial (Mat. 7:21). Santiago 2:14-26
define la fe salvadora como una fe activa y obediente. Lucas 13:3-5 enseña que
sin arrepentimiento no habrá salvación, y por lo tanto, la mera fe, la fe sola,
no puede salvar, ya que es insuficiente para con Dios (cf. Gal. 5:6).