Por Josué I. Hernández
La Biblia describe
a Jesús como “Príncipe de paz” (Is.
9:6). Esto es cierto, pero mal entendido por muchos, ya que la “paz” que Jesús
nos proporciona es diferente a la paz que la mayoría de los hombres desea y
busca. La paz de Cristo no es la paz del mundo (cf. Jn. 14:27; 16:33).
Cristo hizo
posible la reconciliación entre el hombre y Dios, y la consecuencia inmediata es
la paz con Dios en el cuerpo de Cristo (Ef. 2:13-22). Para lograr la paz con
Dios, Cristo atacó el problema que causa la enemistad, el pecado (Is. 59:1,2).
Por lo tanto, Cristo murió
para darnos paz, y “el castigo de nuestra
paz fue sobre él” (Is. 53:5). Así fue como en su misión para lograr la paz
entre el hombre y Dios, él fue rechazado por el pueblo, y crucificado (Is.
53:3; Hech. 2:22,23).
Jesús
no vino a establecer un paraíso utópico aquí en la tierra, donde todos los
hombres vivirían en paz y armonía terrenales. Él vino para traer a los hombres
de nuevo a la comunión con Dios. Nuestra elección es simple, ser amigos de Dios
o amigos del mundo (Sant. 4:4).
Debido
a la naturaleza de la guerra en la que estamos (Ef. 6:12,13), y la paz por la
cual estamos combatiendo, Jesucristo nos advirtió que podríamos experimentar
conflictos con aquellos que están más cerca de nosotros:
“No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para
traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre
contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y
los enemigos del hombre serán los de su casa” (Mat. 10:34-36).
“Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Jn. 15:18,19).
Esta
es la enseñanza del Príncipe de paz. Si deseamos seguirle, tal vez tengamos que
sufrir la oposición. Entonces, debemos
decidir qué es lo más importante para nosotros. Jesucristo dijo:
“El que ama a padre o madre más que a mí,
no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí”
(Mat. 10:37).
La causa de la división
¿Por
qué experimentamos persecución y mala disposición por seguir al Príncipe de paz?
La razón fue identificada por él mismo. Él dijo: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para
traer paz, sino espada” (Mat. 10:34). La razón de tal división es la espada
del Príncipe de paz.
En
el libro de Apocalipsis, en lenguaje simbólico Cristo es presentado con una
espada de dos filos que sale de su boca (Apoc. 1:16), dando a entender el poder
de sus palabras que se oponen al mundo en pecado. El apóstol Pablo dijo que la
espada del Espíritu es la palabra de Dios (Ef. 6:17). El escritor a los hebreos
dijo,
“Porque la palabra de Dios es viva
y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir
el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los
pensamientos y las intenciones del corazón” (Heb. 4:12). La espada de
Cristo, que produce división, es la palabra de Dios.
Pero,
¿cómo es posible que la palabra de Dios cause división? Obviamente, no es por
alguna deficiencia en la palabra. Sino por la reacción del mundo a la palabra.
Si la gente acepta la palabra, habrá unidad (Jn. 17:20,21) y paz perdurable en
los corazones (cf. Rom. 15:13; Fil. 4:7; 1 Tes. 5:23).
Recordemos,
Jesucristo nos advirtió que habría división por causa de él. La razón de la
división es que muchos rechazan su palabra. Y aunque la misión de Jesús se
cumplió exitosamente, y podemos alcanzar la paz con Dios, no siempre hay paz
con los hombres. Por lo tanto, si queremos ser seguidores de Cristo, debemos
esforzarnos por ser fieles a él en todas las cosas, y no comprometer su verdad
con el fin de simpatizar con los que andan en el error. Esto no es fácil.
Podemos tener conflictos con aquellos que tenemos más cerca (Mat. 10:35,26) por
causa de Cristo (Mat. 5:10-12).
Debemos
tomar la espada del Espíritu (Ef. 6:17). Esta espada, la palabra de Dios, es el
instrumento adecuado para salir adelante y pelear la buena batalla de la fe (1
Tim. 6:12), “derribando argumentos y toda
altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo
pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Cor. 10:5).
El instrumento de paz
El
mismo instrumento que causa división (la palabra de Dios) trae la paz de Cristo
a los corazones (Jn. 14:27). En el mismo contexto en el cual la palabra de Dios
es señalada como “espada” (Ef. 6:17)
es también señalada como “el evangelio de
la paz” (Ef. 6:15). En un sentido, Cristo vino con una espada (Mat. 10:34),
en otro sentido, “vino y anunció las
buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca”
(Ef. 2:17).
La
misma palabra de Dios ocasiona división y paz. Depende de nuestra actitud hacia
ella, de si la recibimos o la rechazamos. Para aquellos que aceptan la palabra
de Dios, Cristo les da paz con Dios y con todos aquellos que obedecen el
evangelio. No obstante, cuando la gente rechaza la palabra de Dios, habrá
división. Ellos mismos permanecerán divididos de Dios y también separados del verdadero
pueblo de Dios que permanece en su palabra (Jn. 8:31,32).
¿Qué
hará usted estimado lector? ¿Se comprometerá con su familia, amigos, e incluso,
hermanos errados para tener algún tipo de “paz”? ¿O se comprometerá con Cristo
y su palabra siendo un discípulo verdadero y gozar así de la paz con Dios y con
la verdadera iglesia del Señor?
La decisión es
suya, y de hecho, ya la está tomando