Por Josué I. Hernández
Nuestro calendario es fiel testimonio de la mitología muerta que hace tiempo fue
utilizada para conectar a los hombres con sus ídolos. A pesar de ello, no pecamos al “medir”
nuestra vida conforme a los “nombres” de los meses y los días que antaño daban
gloria y alabanza a los ídolos muertos.
Nuestro calendario
Como el movimiento de traslación de la Tierra
alrededor del Sol no coincide con un número exacto de días de rotación de la
Tierra alrededor de su eje, nuestro calendario genera un desfase calculado en
26 segundos, lo cual implica ajustarlo cada 3.320 años, un día. Y un problema adicional es que la Luna ejerce
un efecto de retraso o desaceleración de la velocidad de rotación de la Tierra
producto de la excentricidad de las mareas en tan largo período, por lo que se
hace necesario de nuevos ajustes.
El calendario Gregoriano, nuestro calendario, fue
introducido en Europa por el Papa Gregorio
XIII en 1582. Iniciándose éste en
el año uno por el nacimiento de Jesús, según se creyó. Nacimiento que entre los años 526 y 530 un erudito
monje rumano, Dionisio El Exiguo,
basándose en la Biblia y en otras fuentes, lo fechó el 25 de Diciembre
(solsticio de invierno para el hemisferio norte) desde 753 años de la fundación
de Roma.
El problema es que Dionisio se equivocó en unos 4 a
7 años al datar el reinado de Herodes I (el Grande), por lo que dedujo que
Jesús nació el año 753 desde la fundación de Roma, cuando debió suceder hacia
el 748, según se cree.
Rodeados de mitología
Ahora bien, los nombres y el orden de los meses que
se usan hoy en día, en nuestro calendario, provienen del calendario Juliano, el
cual fue encargado por Julio Cesar
a Sosígenes de Alejandría. A la
muerte del estadista (44 d. C.) asumió Cesar
Octavio llamado Augustus
y fue él quien cambió el inicio del año, nombrando a Enero como el primer mes y
Febrero como el segundo.
Enero. Del Latín Januarius.
Consagrado a “Janus”, dios de los portales y los inicios, custodio de las
puertas; el que las abría y cerraba. Se representaba con dos caras que miran en
sentidos opuestos, dando a entender que era protector de entradas y salidas,
partidas y regresos.
Febrero. Del Latín Februarius,
de “februare”, purificar; último mes del antiguo calendario
romano, en el que tenían lugar las fiestas de purificación para la ciudad y sus
habitantes. En este mes los sacerdotes
de los cultos “paganos”, durante la procesión golpeaban a los que encontraban a
su paso con unas correas de cuero, especialmente a las mujeres embarazadas en
la creencia de que su parto sería más fácil. La idea de la purificación se une
a la de una fecundación misteriosa. Estas fiestas fueron suprimidas en el 494
por Gelasio I, estableciendo la
fiesta de la purificación de la virgen María en el mismo mes.
Marzo. Del latín Martius.
“Marte”
era el dios de la guerra. Martius era el
primer mes del año en el antiguo calendario romano. Mes en el que se iniciaban
las campañas militares.
Abril. Del latín Aprilis,
de “aperire”, abrir. Comienza a desarrollarse la vegetación,
donde brotan los retoños y se abren las flores, es el inicio de la primavera en
el hemisferio norte.
Mayo. Del latín Maius,
destinado a honrar a los “mayores”, a
los antepasados. Algunos estudiosos señalan que su nombre deriva de la diosa
romana Maia, diosa de la primavera y los cultivos.
Junio. Del latín Junios.
“Juno”,
diosa de la familia y de la unión legítima: presidía los matrimonios y las
promesas de los mismos. Algunos estudiosos señalan que el origen del nombre
proviene de la palabra latina “Iuniores” (jóvenes) por oposición a mayo.
Julio. Quinto mes
en el antiguo calendario era quintilis, de “quintus” y estaba
consagrado a Júpiter. El senado
romano lo rebautizó el año 44 a. C. con el nombre de Julios, en honor a Gaius
Julios Caesar (101–44 a. C) que había nacido precisamente en ese mes.
Agosto. Del latín Augustus,
mes en honor del primer emperador romano, Gaius Julios Caesar Octavius,
quien recibió el nombre de Augustus (consagrado por los augurios) que
infunde respeto y veneración; digno de honor, de honra y alabanza. Fue adoptado
como título por los emperadores romanos.
¿Y qué de Septiembre, Octubre, Noviembre y Diciembre?
Al implantar el calendario Juliano, iniciando el
año en enero, los romanos conservaron el nombre de algunos meses, a pesar de
que éstos ya no mantenían la antigua ubicación relativa. Así, september,
del latín “septem”, siete, era el séptimo mes cuando el año comenzaba
en marzo, por lo que quedó como noveno mes. De igual manera, October, de
“octo”,
ocho, se transformó en el décimo; november, de “novel”, nueve, el
décimo primero; y “december”, de decem, diez,
el décimo segundo.
Luego de siglos, fueron los visigodos
los que introdujeron, en el decadente imperio romano, la costumbre de numerar
los días. Ningún calendario romano contaba las semanas. Así fue como Constantino en el 325 d.C. incorporó
la semana de 7 días, comenzándola en domingo.
El domingo
Fue el emperador Lucio Domicio Aureliano (214-275 d.C.) el que realizó una reforma
religiosa fortaleciendo la posición del dios Sol “Sol Invictus” como la principal divinidad del panteón romano.
Aparentemente realizó esta reforma con la finalidad de unificar bajo un solo “dios”
a todos los pueblos del imperio (él pensó: un imperio – un dios – un líder). Una idea que tuvo su máxima expresión durante
el Concilio de Nicea (325 d.C.)
convocado por el emperador Constantino.
Con el imperio ya “cristianizado”, se estableció
que el domingo (Dies Solis) se llamara Dominus (día del Señor) a
partir del latín, lo cual concordaba con la Escritura que afirma que el día del
Señor es el primero de la semana, nuestro domingo (Hech. 20:7; Apoc. 1:10). Pero, para las lenguas como el catalán,
castellano, francés e italiano, se tomó el nombre del griego “Kyriaché”,
día de “Kyrios”, que traducido al
latín quedó como Dominica Dies. Sin embargo para las lenguas alemanas,
inglesas y escandinavas se mantiene vigente el sentido original: día del
Sol; “Sonntag”; “Sunday”; Søndag (noruego y danés); Söndag (sueco) y
Sunnuntai (finlandés).
ESPAÑOL |
INGLÉS |
ALEMÁN |
SUECO |
ORIGEN |
Lunes |
Monday |
Montag |
Måndag |
Día de la luna |
Martes |
Tuesday |
Dienstag |
Tisdag |
Día de Tyr |
Miércoles |
Wednesday |
Mittwoch |
Onsdag |
Día de Odín (Woden) |
Jueves |
Thursday |
Donnerstag |
Torsdag |
Día de Thor |
Viernes |
Friday |
Freitag |
Fredag |
Día de Frigg o Freya |
Desde el principio el hombre aprendió la semana de
siete días por la acción creadora de Dios, quien comenzó a crear un primer día
de la semana y reposó el día séptimo (Gen. 2:3), pero los pueblos apartados de
Dios, asumieron una explicación pagana de la semana, porque “Profesando ser sabios, se hicieron necios” (Rom. 1:22).
Con la reforma de Aureliano y la posterior reforma
de Constantino, se implementa definitivamente la semana nombrada según los
distintos planetas. Es así que Lunes se asocia a la Luna; Martes a Marte;
Miércoles a Mercurio; Jueves a Júpiter; Viernes a Venus; Sábado a Saturno y Domingo al Sol.
Conclusión
A pesar del origen y propósitos mitológicos en que
se basa nuestro calendario, no pecamos al mencionar
los días de la semana y los meses del año, ni pecamos al medir el paso del tiempo conforme a un regla inspirada en la mitología
y el esoterismo.
“Nuestro
Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho. Los ídolos de ellos son plata y oro, obra de
manos de hombres. Tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven; orejas
tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen; manos tienen, mas no
palpan; tienen pies, mas no andan; no hablan con su garganta. Semejantes a ellos
son los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos” (Sal. 115:3-8).
“Así dijo Jehová: No
aprendáis el camino de las naciones, ni de las señales del cielo tengáis temor,
aunque las naciones las teman” (Jer. 10:2).
“Pues aunque haya algunos que se llamen dioses, sea en el
cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros,
sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y
nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas
las cosas, y nosotros por medio de él” (1 Cor. 8:5-6).