Una fe que mueve montañas


Por Josué I. Hernández


         Los cuatro relatos del evangelio registran muchas ocasiones en que Jesús expulsó demonios. En una de esas ocasiones, un hombre vino solicitando que Jesús salvara a su hijo de una posesión demoníaca (Mat. 17:14,15). Llama la atención aprender que éste padre llevó a su hijo primeramente ante los discípulos de Cristo, pero estos no pudieron ayudar a su hijo (Mat. 17:16). Pero, cuando este padre trajo a su hijo ante Cristo, el Señor expulsó inmediatamente al demonio, y el muchacho quedó sano desde aquella hora (Mat. 17:17,18).
         Después, los discípulos preguntaron a Cristo porque no habían podido expulsar al demonio. La respuesta de Cristo nos proporciona una lección importante acerca de la fe.
“Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible” (Mat. 17:20).
¿Cómo se aplica esta enseñanza? Veamos algunas ideas falsas sobre la fe, y luego haremos algunas aplicaciones pertinentes.


Ideas falsas sobre la fe

         La idea común es que la fe por sí sola es capaz de mover montañas, haciendo posible cualquier cosa. Esta es una idea general comúnmente citada, y en la cual muchos religiosos basan sus vidas, y otros viven frustrados porque "la montaña no se movió" a pesar de que oraron tanto. Literalmente, la mayoría de los estudiantes de la Biblia creen que este pasaje, y otros similares, enseñan que podemos desear cualquier cosa, sin importar qué se pida o para qué se pida; pero Jesús no dijo eso.
         Dios tiene el poder de hacer cualquier cosa, conforme a su naturaleza y propósitos. Su palabra llamó a la existencia el universo, y de la nada todo fue creado por su palabra (Gen. 1:1; Sal. 33:6,9). Ciertamente, Dios es capaz de hacer mucho más por nosotros de lo que pedimos o entendemos (Ef. 3:20). Pero, él no queda sujeto a nuestros caprichos o deseos. Como veremos, Dios no responde toda petición, sino solamente la que es realizada por una clase de persona (1 Jn. 3:22) y conforme a su divina voluntad (1 Jn. 5:14).
La enseñanza de Cristo no se enfoca en lo que Dios pueda hacer, sino en lo que los discípulos de Cristo deberían esperar que Dios haga en sus santos y divinos propósitos.


El contexto

         Los discípulos que no pudieron expulsar el demonio, fueron particularmente reprendidos por su falta de fe (Mat. 17:20). No carecían de comprensión sobre la naturaleza y poder de Dios. Sin embargo, ellos ignoraron lo que el Señor había prometido respecto a la expulsión de los demonios.
         Ellos habían sido instruidos anteriormente para echar fuera demonios (Mat. 10:8), mientras iban proclamando la palabra al pueblo. A la vez, que sabían sobre la autoridad de Cristo para mandarles tal cosa (cf. Mat. 8:8-10). Por lo tanto, debieron comprender las instrucciones explícitas del Señor para llevarlas a la práctica en esta oportunidad.
         La fe viene por oír la palabra del Señor (Rom. 10:17). Los discípulos debieron haber manifestado la fe suficiente para expulsar el demonio, porque Cristo mismo les había capacitado con su palabra. Dios es libre del hombre, y otorgó tal capacidad sobrenatural a quienes él quiso, y lo hizo mediante su palabra. Los discípulos necesitaban recordar y creer la palabra de Cristo, y actuar como capaces de hacer lo que el Señor les dijo que podían hacer.


La lección para nosotros

         La lección para nosotros es que tenemos que creer que Dios hará lo que ha prometido, que el cumplirá sus promesas. De esta fe se nos habla en el pasaje (Rom. 10:17; Heb. 11:1,6). La lección de Cristo no trata de que alguien pida, y quiera, un millón de dólares como por arte de magia. ¿Podría hacer el Señor tal cosa? Ciertamente, Dios podría hacer muchas cosas, pero no hará lo que queramos, sino que actuará conforme a lo que ya ha revelado de manera objetiva en su bendita palabra. Dios no premia la petición egoísta de un corazón mundano (Sant. 4:2-4) que hace planes para el futuro (Sant. 4:13-17), tal cosa es soberbia y jactancia.
         Podemos esperar que si buscamos el reino de Dios y su justicia “primeramente”, todas las cosas necesarias para subsistir nos serán dadas (Mat. 6:31-33). Nunca Jesús habló de riquezas abundantes que nos serán dadas por buscar el reino de Dios. Debemos aceptar la palabra de Dios, y vivir así por fe (2 Cor. 5:7), lo que la palabra de Dios dice es lo que debemos esperar de Dios.


Aplicaciones

         Jesús había dicho a sus discípulos que serían capaces de expulsar demonios. Pero ellos dudaron de la promesa del Señor. La voluntad de Dios era clara, y ellos la sabían, pero no la llevaron a cabo, y por su falta de fe fueron reprendidos.
         Debemos creer lo que la palabra de Dios dice que podemos esperar y hacer, y procurando ser aprobados por Dios (1 Jn. 3:22) pedir conforme a ésta revelada voluntad (1 Jn. 5:14,15).

Podemos ser salvos. A pesar de pecadores y merecer el castigo eterno (Rom. 3:23; 6:23), Dios, quien es rico en misericordia, ha revelado una ley para ser perdonados. Pero, para ser salvos, debemos tener fe en él y hacer las cosas que él requiere que hagamos para alcanzar el perdón y la salvación (Heb. 5:9; Mar. 16:16; Hech. 2:38).
Podemos vencer el pecado. No hay tentación que no sea humanamente soportable, y Dios es fiel para otorgar la salida para que podamos vencer sin pecar (1 Cor. 10:13). No tenemos que pecar (Jn. 8:11), no tenemos que perseverar en el pecado (Rom. 6:1). Los verdaderos cristianos no viven en el pecado (1 Jn. 2:1; 3:6). Dios ha dado a todo cristiano la capacidad para vencer (2 Tim. 1:7; 2 Ped. 1:3).
Podemos vencer a pesar de las pruebas. Cristo nos ha dado el poder para triunfar, soportando las más duras adversidades (Fil. 4:13). El poder de Dios es sublime para los que dependen de él (2 Cor. 12:9).


         Que no cometamos el error de muchos, pensando que podemos mover montañas a nuestro capricho. Tal cosa no sucederá. Que no cometamos el error de los discípulos, dudando de la revelada voluntad de Dios en su palabra. Tengamos fe en Dios, no en nosotros mismos, y lo sirvamos en consecuencia “por fe” (2 Cor. 5:7).

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