Por Josué Hernández
Cristo, sus apóstoles, y otros
predicadores bíblicos, específicamente identificaron por nombre a falsos
maestros y sus falsas enseñanzas. Esto es objeto de desaprobación de parte de
los culpables del error o de los que están desinformados acerca de este noble
deber en el pueblo de Dios. Ciertamente, hay grandes beneficios por identificar
por nombre a falsos maestros y sus falsas enseñanzas.
Cada cual es responsable de sus
acciones (cf. Gal. 6:5; Sant. 3:1), y la enseñanza pública invita a la opinión
pública. El que se expresa públicamente no puede restringir la evaluación
pública de sus palabras y actitudes. Cuando alguno no quiere ser sometido a
examen por lo que enseña, y como lo enseña, está esquivando su responsabilidad.
Pablo fue sometido a examen, y el buen ejemplo de los bereanos ha quedado
patente por Lucas en el registro inspirado (Hech. 17:11). Somos amonestados por
el propio apóstol Pablo a examinarlo todo (1 Tes. 5:21) y el apóstol Juan nos
indica lo mismo (1 Jn. 4:1,6).
El procedimiento y
su ventaja
La enseñanza de la verdad a
menudo debe identificar falsas religiones, doctrinas erróneas y falsos
maestros. En el Antiguo Testamento dioses paganos son nombrados y expuestos
como falsos y sus adoradores como engañados (ej. Lev. 20:1-5; Num.21:29; 22:41;
1 Rey. 18:17-40; Jer. 19). Así también, falsos profetas son nombrados y los
proponentes del error son identificados por nombre. Balaam (Num. 22-24; 2 Ped.
2:15; Apoc. 2:1-4). Jeroboam (1 Rey. 12:25-33; 13:1-5). Uzías (2 Cron.
26:16-21). Y así, muchos otros (cf. Jer. 20:1-6; 28; Am. 7:10-17).
En el Nuevo Testamento Jesús, sus
apóstoles, y otros hombres inspirados, especificaron nombres y doctrinas en su
denuncia del pecado (cf. Mat. 5:20; 15:2; 16:6-12; 22:15,16,34,35; Luc. 5:17;
6:15). Recordamos con mucha claridad casos como el de Elimas (Hech. 13:6-12),
Himeneo, Alejandro y Fileto (1 Tim. 1:18-20; 2 Tim. 2:16-18; 2 Tim. 4:14,15), y
el conflicto con los que abogaban por la circuncisión (Tito 1:10,11).
A su vez, nos asombramos al leer
que el pecado del pueblo de Dios es a menudo especificado en las sagradas
Escrituras (un libro público) una y otra vez, desde Adán y Eva hasta los
tiempos del Nuevo Testamento (ej. Gen. 3; 4; 12; 20; Gal. 2:11-21; 2 Tim. 1:15;
4:10).
La razón de identificar el
pecado, y al pecador que promueve el error, es sonar la trompeta de
advertencia para que el error no se extienda y la verdad progrese. Con este
procedimiento se procura la salvación de las almas y el progreso del evangelio
de Cristo.
Nuevamente, desde el Antiguo
Testamento hasta el Nuevo Testamento aprendemos que el error debe ser señalado
(cf. Deut. 13:8,14). El caso de Pedro fue expuesto en la región de Galacia como
una advertencia (Gal. 1:1,2,6,7,8; 2:11-21). Las cartas a las siete iglesias de
Asia circularon extensamente (Apoc. 2 y 3) y hasta hoy podemos leer de ellas.
Hay grandes ventajas al identificar
la doctrina falsa y al proponente del error (cf. Rom. 16:17-20). En primer
lugar, esto da la seguridad de que el peligro advertido es real, y no meramente
una cuestión hipotética o imaginaria. Lo cual merece una atención sobria y
desapasionada del asunto (lo cual admitimos que no es fácil, pero siempre es un
deber cristiano).
No obstante, sin el nombre del
falso maestro involucrado, y la doctrina que está promoviendo, los oyentes no
pueden tomar enserio la advertencia, pues siempre parece un asunto lejano, no
peligroso, y que no afecta su salvación.
Además de lo anterior, la
especificidad al momento de señalar al maestro del error, y su error promovido,
da la oportunidad de verificar la exactitud del informe expresado, y permite el
esfuerzo para informarse a la luz de la Biblia, y hacer en consecuencia una
evaluación justa del asunto (cf. 1 Cor. 1:11; 5:1; 1 Jn. 4:1,6).
Todo lo anterior permite que el
maestro señalado y sujeto al escrutinio público sea evaluado por la audiencia
que oyó la advertencia, y que esta evaluación sea justa, al escuchar o leer de
primera mano lo que él anda enseñando (cf. Mat. 7:12; Jn. 4:24).
Objeciones comunes
Varias son las objeciones contra
el identificar a falsos maestros, y sus falsas enseñanzas, de una manera formal
y pública. Por ejemplo, se nos dice que tal cosa es contraria al espíritu de
Cristo; lo cual es un argumento que refleja gran incomprensión, sino
ignorancia, del proceder de Cristo cuando nuestro Señor identificaba pecados,
doctrinas y nombres (cf. Mat. 16:6-12).
El espíritu de Cristo incluye el
valor de amar a Cristo, a su verdad, a su causa, y a las almas. El no poseer la
autoridad de Cristo, o la capacidad apostólica sobrenatural, no entra en el
caso. Debemos seguir el ejemplo de Cristo y sus apóstoles (cf. 1 Cor. 11:1;
Fil. 4:9).
Algunos protestan afirmando que
señalar específicamente el error ahuyenta y ofende, perdiendo las almas en
lugar de salvarlas. Sin embargo, Jesucristo nos enseña que su procedimiento
separa a sus oyentes. Los humildes, y de corazón bien dispuesto, quedarán
advertidos y firmes a pesar de algunos que permanecerán tenaces, inflexibles y
soberbios (cf. Mat. 15:12,13; 16:12; Jn. 6:60,66; Luc. 8:15; 13:14,17). Siempre
habrá reacciones, cada reacción dará a conocer el tipo de corazón, unos
obedecerán el evangelio, otros no complacidos estarán dispuestos aún al
homicidio (cf. Hech. 2:23,37,38,41; 7:51-60).
Algunos, movidos por alguna otra
cosa que la información bíblica, afirman que se requiere un estudio personal, y
privado, con el falso maestro antes de identificarlo. Comúnmente, esto se basa
en una mala interpretación de Mateo 18:15-17, que trata del pecado personal de
un hermano contra otro (Mat. 18:21,22; cf. Luc. 17:3,4). No obstante, el pasaje
no guarda relación con la conducta pública que pone en peligro el alma de
muchos.
Nunca, Jesús y/o sus apóstoles,
enseñaron que se debe conversar privadamente con el falso maestro antes de
identificarlo. Tal regla es arbitraria, y de aplicación selectiva, y quien
profesa tal regla advertirá a otros contra alguno que ha roto su regla sin
tener un estudio privado y personal (exigido por su propia regla). Por
supuesto, estudiar con alguno acerca de su error es algo bueno, y que no
evitaremos, pero no es un requisito previo para advertir a otros del error.
Hay quienes afirman que no
debemos hablar de pecados y problemas entre hermanos. Pero, nuevamente, la
persona que enseña esto atenta contra su propia regla, y viola el patrón de la
enseñanza escritural al respecto (cf. Is. 58:1; 1 Cor. 1:1,2; 4:17; Gal. 2:11-14;
Col. 4:16; 3 Jn. 9-11; Apoc. 2-3).
Además, tenemos el argumento de
la autonomía. Y nos asombra la creatividad para disfrazar el error con un aire
de erudición bíblica. Algunos afirman que autonomías congregacionales son
vulneradas por la información emitida por algún predicador que señala el error
y/o al errado. Sin embargo, ¿cómo se podría refutar el error si todo cristiano
es siempre miembro de alguna iglesia local? ¿Cómo se armoniza este argumento
con los muchos ejemplos de cristianos señalados que eran miembros de alguna
iglesia de Cristo? El fiel predicador no viola autonomías por exponer la verdad
(cf. Apoc. 2-3). La verdad no está sujeta a la autonomía de alguna iglesia
local.
Por último, tenemos el temor de
sufrir daño en la reputación como ministro del evangelio, y se ha afirmado que
el fiel debe evitar enredarse, o ensuciarse, por señalar de manera específica
el error y al errado, no sea que llegue a ser tomado como divisionista,
problemático, etc. Sin embargo, el pecado y el error son los que causan
problemas y divisiones, no la verdad y las advertencias apropiadas (cf. 1 Rey.
18:17,18; Hech. 15:24; Gal. 1:6-9).
Dios quiere centinelas fieles, no
ministros profesionales muy simpáticos, flojos y amigos del error (cf. Is.
56:10; Ez. 3:17; Hech. 20:28; 2 Tim. 4:5). En cuanto a ese argumento de causar
problemas y divisiones por predicar la verdad, no es nada creativo, sino una
antigua táctica del que anda mal (cf. Hech. 17:6; 24:5,14; 28:22).
Conclusión
La lealtad a Cristo trae
sufrimiento y requiere sacrificios, a la vez que el pecado y el error traen
consecuencias. No obstante, Cristo y su verdad son primero (cf. Prov. 23:23;
Mar. 10:28-30; Hech. 19:24-27; Fil. 1:27-30; 2:5-8; 3:7,8) y el pueblo de Dios
no debe vacilar en hacer sonar la trompeta de alarma sobre el error y su
fuente.
Satanás trata de atarnos las
manos para detener las advertencias eficaces (1 Rey. 18:17,18; Jn. 3:19-21;
Hech. 4:29; 5:28,40-42; 2 Cor. 2:11) y que dejemos que el error progrese y nos
consuma.
Es nuestro deber advertir
específicamente acerca de falsas doctrinas y falsos maestros, así como apreciar
tal procedimiento como distintivo propio de los fieles. A la vez que usamos de
nuestro mejor juicio para examinar, evaluar, sopesar, distinguir y actuar, no
olvidando equilibrar el celo y la franqueza con el amor y la gentileza (cf.
Mat. 10:16; 1 Cor. 16:13,14; 2 Tim. 2:24-26).