La iglesia que Cristo estableció no es una denominación



Por Josué Hernández


Así como resaltamos la diferencia entre “La iglesia de Cristo y las denominaciones”, y vemos el contraste entre las organizaciones religiosas humanas y la iglesia que Cristo estableció, en este artículo resaltaremos que la iglesia de la cual habla la Biblia no es obra del hombre, y no es una denominación. 

Como ya hemos dicho, la iglesia que Cristo estableció (Mat. 16:18; Ef. 5:23) expone la sabiduría de Dios (Ef. 3:10) y Dios es glorificado en ella (Ef. 3:21).  Esta iglesia pertenece a Cristo porque él la ganó Cristo con su propia sangre (Hech. 20:28), por esto una manera bíblica de mencionarla es “iglesia de Cristo”, porque Cristo dijo que edificaría una iglesia que le pertenecería a él (Mat. 16:18), él la llamó “mi iglesia”.  Ésta es “la iglesia que pertenece a Cristo”.  Esta iglesia es el pueblo a través del cual Dios logra su propósito eterno en Cristo Jesús. 

Cristo, el Señor y fundador de su iglesia.

Cuando Cristo dijo “iglesia” (Mat. 16:18; 18:17) él no se refirió a una estructura denominacional o corporativa con una sede de gobierno terrenal. Cristo, sus apóstoles, y todos los cristianos primitivos, desconocieron las denominaciones humanas. 

Cuando el Señor dijo “…sobre esta roca edificaré mi iglesia…” (Mat. 16:18) él se refirió al cuerpo de individuos salvos por su evangelio (Ef. 1:23; 5:23).

La palabra iglesia es una transliteración del término griego EKKLESIA, que literalmente significa “los llamados”. EKKLESIA es una palabra que se usaba entre los griegos para referirse a un cuerpo de individuos que eran previamente llamados para reunirse aparte. Esta palabra siempre hace referencia a personas. Por ejemplo, en la versión Reina-Valera 1960, EKKLESIA también es traducida “congregación” (Hech. 7:38), “concurrencia” (Hechos 19:32) y “asamblea” (Hechos 19:39,41).

En Mateo 16:18, EKKLESIA se refiere a todos los llamados por Cristo por medio de su evangelio, para congregarse en torno a él, en un sentido moral y espiritual (1 Tes. 2:12; 2 Tim. 1:9). 

La iglesia (que no escriba “Iglesia”) que pertenece a Cristo (“de Cristo”) son personas, individuos salvos, por la obediencia al evangelio (1 Cor. 1:21; 2 Tes. 1:8).   

La iglesia que pertenece a Cristo no es una “denominación”.  
Considere las siguientes razones bíblicas:

  • No tiene un nombre propio. 
  • No tiene una sede de gobierno terrenal. La iglesia universal no fue organizada por Cristo para alguna misión transnacional. 
  • No posee ningún tipo de obra centralizada de gobierno terrenal. No está organizada en el sentido universal, pues no tiene ninguna obra colectiva que hacer.
  • No tiene ningún credo, manual, disciplina o reglamento interno particular. La Biblia es su único “credo”. 
  • No posee ningún tipo de jefatura humana. Ni fundador humano. Cristo la gobierna desde el cielo a través de su palabra en la cual está investida su autoridad (Mat. 28:18; Col. 1:18).

El poder del evangelio

El evangelio de Cristo, es la semilla que produce cristianos en todo tiempo y lugar (1 Ped. 1:22-5; Luc. 8:11). Esta poderosa semilla no puede producir otra cosa que cristianos no denominacionales. Sembrada esa semilla divina, en los de corazón bueno y recto (Luc. 8:15), siempre produce cristianos que luego forman congregaciones locales. 

La seguridad de salvación no está condicionada a cierta cadena ininterrumpida de cristianos e iglesias fieles desde el siglo primero. El poder de salvación está en la semilla que Cristo trajo del cielo (Jn. 1:17; 8:32; 17:17).  

Desde el siglo primero, el “poder” para la producción de cristianos está en el evangelio (1 Cor. 1:21) el poder escrito de Dios para nuestra salvación (Rom. 1:16-17). Ahora bien, si lo anterior no es verdad, entonces ¿cómo juzgaría Dios a quienes no obedecen el evangelio (2 Tes. 1:8) si tal evangelio no puede efectuar el cambio para el cual fue concebido?

Escribiendo a los romanos, el apóstol Pablo dijo “Os saludan todas las iglesias de Cristo” (Rom. 16:16). La referencia de Pablo hizo alusión a varias iglesias locales que identificaban a Cristo como su dueño, y dicha referencia, fue hecha unos 1700 años antes de que Alejandro Campbell naciera. Lo mismo podríamos decir de varios otros pasajes neotestamentarios que mencionan a la iglesia que Cristo estableció, ya sea en sentido local o universal.

La existencia bíblica de varias iglesias locales en la tierra, está fechada desde el día del Pentecostés de Hechos 2, cuando como 3,000 almas fueron bautizadas para el perdón de sus pecados (Hechos 2:38,41). Aquel día, se cumplió el plan de Cristo de edificar su iglesia (Mat. 16:18) de la cual él es su Salvador (Ef. 5:23). Luego, el evangelio, fue propagado por el mundo, lo cual produjo inevitablemente cristianos organizados en iglesias locales (Ej. Apoc. 2-3).

El plan de Cristo se cumplió a través de sus testigos (Hech. 1:8). Cristo aún sigue haciendo discípulos a través de la palabra de ellos (Mat. 28:18-19) y está con ellos “todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20).

Conclusión

Así como ayer, también hoy, todos los regenerados “por la obediencia a la verdad” llegan a ser “renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Ped. 1:22, 23), “Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada” (1 Ped. 1:25). Estos hombres y mujeres obedientes, llegan a ser miembros del pueblo de Dios (1 Ped. 2:9) el cual es su iglesia (Tit. 2:14). Estos obedientes han sido renacidos por la palabra de verdad (Stgo. 1:18), y a la vez, han sido lavados, santificados y justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios (1 Cor. 6:11). ¿Cómo ha obrado el Espíritu Santo ésta regeneración (Jn. 3:3,5)? El apóstol Pablo nos responde, él dijo a los corintios: “…pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio” (1 Cor. 4:15). 

Nadie puede agradar a Cristo, si maltrata al cuerpo de él (Hech. 9:4-5). La iglesia de Cristo, es la posesión más preciada del Señor (Ef. 5:23-32). 

Menospreciar la iglesia del Señor, el cuerpo de Cristo, es atraer sobre sí mismo la reprobación del Señor, quien murió por su iglesia y la sustenta y la cuida.