“Y oyó Dios la voz del muchacho…”


Por Josué Hernández

La Escritura dice de Abraham “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Gen. 18:19). 

Obviamente, Ismael aprendió del ejemplo de fe de su padre, y en el momento en que casi moría (tendría unos 16 años), la Escritura dice de Ismael: “…el muchacho alzó su voz y lloró. Y oyó Dios la voz del muchacho…” (Gen. 21:16,17). Claramente, el ángel dijo a Agar: “Dios ha oído la voz del muchacho en donde está” (Gen. 21:17). 

No en vano, insiste la Escritura en que perseveremos en la crianza de nuestros hijos (cf. Deut. 4:9; 6:6,7,20-25). Un excelente ejemplo, en el Nuevo Testamento, de las consecuencias de la buena crianza es Timoteo (Cf. 2 Tim. 1:5; 3:15), quien fue instruido por su abuela y su madre. Sin duda alguna, la fe no se hereda, pero sí se aprende. La Escritura puede ser comprendida en gran manera “desde la niñez”.

El apóstol Pablo dijo por el Espíritu: “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6:4). “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten” (Col. 3:21).

Las elocuentes implicaciones no las podemos eludir. Nuestros hijos, así como Ismael, pueden alzar su voz conscientemente en oración y Dios oirá su clamor, si les enseñamos “el camino de Jehová” (Gen. 18:19). Entonces, ¿estamos enseñando a nuestros hijos “el camino de Jehová”? ¿Les estamos enseñando, entre otras cosas, a orar a Dios con fe?

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