Por Josué Hernández
El registro bíblico sobre la muerte de Herodes nos ofrece algunas lecciones importantes que no podemos obviar. Una de ellas dice relación con la alabanza que estemos dispuestos a aceptar. ¡Cuán fácilmente podríamos caer ante el elogio, o hacer caer a otros!
“Y un día señalado, Herodes, vestido de ropas reales, se sentó en el tribunal y les arengó. Y el pueblo aclamaba gritando: ¡Voz de Dios, y no de hombre! Al momento un ángel del Señor le hirió, por cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos” (Hech. 12:21-23).
Como señor del pueblo, muchos miraron a Herodes como la fuente de sus bendiciones. Algunos lo alabaron como si fuera un dios. Cuando esto ocurrió, fue herido por un ángel y tuvo una muerte lenta y agonizante. Sin embargo, es importante considerar que Herodes no fue juzgado porque la gente erróneamente lo elogió como a un dios. Hay un par de ejemplos de otros que no fueron heridos, a pesar de que recibieron la alabanza que debía ser dirigida exclusivamente a Dios.
“Cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirle, y postrándose a sus pies, adoró. Mas Pedro le levantó, diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre” (Hechos 10:25,26).
“Entonces la gente, visto lo que Pablo había hecho, alzó la voz, diciendo en lengua licaónica: Dioses bajo la semejanza de hombres han descendido a nosotros. Y a Bernabé llamaban Júpiter, y a Pablo, Mercurio, porque éste era el que llevaba la palabra. Y el sacerdote de Júpiter, cuyo templo estaba frente a la ciudad, trajo toros y guirnaldas delante de las puertas, y juntamente con la muchedumbre quería ofrecer sacrificios. Cuando lo oyeron los apóstoles Bernabé y Pablo, rasgaron sus ropas, y se lanzaron entre la multitud, dando voces y diciendo: Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay” (Hech. 14:11-15).
El pecado de Herodes no consistió en ser alabado, sino en acoger y aceptar la alabanza pecaminosa.
No podemos controlar lo que otros dicen, piensan o hacen. Pero, podemos controlar nuestra reacción a ello, ya que daremos cuenta (cf. 2 Cor. 5:10).
Por lo tanto, no participemos en los conceptos erróneos y pecados de los demás. En lugar de ello, defendamos la verdad con humildad, para llevar a la gente a los pies del Señor.