Por Josué Hernández
“Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia…” (2 Tim. 1:3)
El apóstol Pablo habló a menudo de tener una buena conciencia hacia Dios. En su defensa ante el concilio él dijo “Varones hermanos, yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy” (Hech. 23:1), y en su defensa ante Félix confesó “teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos. Y por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres” (Hech. 24:15,16).
El papel que juega nuestra conciencia es a menudo mal entendido. Algunos suponen que su conciencia es la autoridad final en cuanto a su proceder. Ellos dicen “deja que tu conciencia sea tu guía”. Sin embargo, la conciencia, muchas veces nos puede llevar por un mal camino. Esto último lo vemos de manera ejemplar en el apóstol Pablo, él dijo “Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor” (1 Cor. 4:4).
El valor de una buena conciencia es a menudo menospreciado. Algunos no escuchan a su conciencia cuando debieran hacerlo. Ellos no piensan en las consecuencias de violar su conciencia. Sin embargo, el violar la propia conciencia conducirá al pecado, la incredulidad y la apostasía.
Si usted, como yo, desea servir a Dios con una “limpia conciencia” (2 Tim. 1:3) entonces hará bien en aprender acerca de la conciencia y cómo ésta influye en el servicio a Dios.
Definición y aplicación
La conciencia es “aquel proceso de pensamiento que distingue lo que considera moralmente bueno o malo, alabando lo bueno, condenando lo malo, y así impulsando a hacer lo primero, y a evitar lo último” (VINE).
Observe con cuidado, la conciencia es un proceso de pensamiento que distingue, es decir, hace juicios morales. Pero lo que distingue lo hace según como considera lo que es moralmente bueno o malo.
Observe con cuidado, la conciencia es un proceso de pensamiento que distingue, es decir, hace juicios morales. Pero lo que distingue lo hace según como considera lo que es moralmente bueno o malo.
La conciencia tiene el potencial para ser una gran ayuda. Ella puede animarnos a hacer el bien y restringirnos de hacer el mal. ¡Pero sólo si lo que considera bueno y malo es en realidad bueno y malo!
Entonces, la conciencia sería como un reloj. La conciencia puede servir para un propósito útil si se configura correctamente. En cambio, si la conciencia se configura incorrectamente, ella nos llevará por mal camino.
Debido a lo anterior, la conciencia no es una guía infalible y no siempre es una ayuda fiable. Como vimos, uno podría estar seguro de ir por buen camino pensando hacer lo bueno y estar totalmente errado (1 Cor. 4:4).
Pablo había servido a Dios con una “buena conciencia” toda su vida (Hech. 23:1) aún cuando él perseguía al pueblo de Dios. El había creído que era su deber “hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret” (Hech. 26:9-11). Su conciencia le guiaba, y ésta había funcionado correctamente, pero a su vez, le había llevado por mal camino (Prov. 14:12).
Por lo tanto, es imperativo que nos preguntemos: ¿Lo que yo considero “bueno y malo” es en realidad “bueno y malo”? ¿Están mis juicios basados en las verdades absolutas de Dios o en mis “yo creo”? ¿He configurado mi conciencia con la voluntad de Dios?
En resumen, mientras la conciencia no siempre es una guía confiable, Dios quiere que tengamos una buena conciencia. Una buena conciencia está en sintonía con la palabra de Dios y es indispensable para mantenernos en la buena senda: “Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida” (1 Tim. 1:5). “manteniendo la fe y buena conciencia” (1 Tim. 1:19). “que guarden el misterio de la fe con limpia conciencia” (1 Tim. 3:9)
Es posible tener una limpia conciencia
Todos somos pecadores “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23). Entonces ¿cómo podríamos tener una “limpia conciencia”?
Una conciencia limpia sólo es posible gracias a la sangre de Cristo. Los sacrificios del Antiguo Testamento no fueron suficientes (Heb. 9:9; 10:1-4). Sólo la sangre de Cristo puede limpiar la conciencia “¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Heb. 9:14). “El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo” (1 Ped. 3:21).
Debido a lo anterior, en el bautismo que Cristo mandó (Mar. 16:16; Ef. 4:5), cuando tenemos contacto con su sangre, la conciencia impregnada de pecado es purificada por la sangre de Cristo (Hech. 2:38; 22:16).
No es cuestión de haber purificado una vez la conciencia, es preciso mantenerla siempre limpia. Una buena conciencia se mantiene así por la obediencia persistente a la voluntad de Dios (Stgo. 4:17) si con sinceridad procuramos siempre hacer la voluntad de Dios (2 Cor. 1:12; 2:17).
“Pablo no agregaba nada al evangelio, no lo corrompía, sino usaba de pura sinceridad, teniendo a Dios por fuente en lo que predicaba, y siempre consciente de que Dios le miraba. Solamente así hablaba, y esto dentro de la comisión que había recibido de Cristo. En esto consistía su competencia y suficiencia” (B. H. Reeves, Notas sobre 2 Corintios)
Tanto más nos esforcemos en mantenernos fieles basando nuestro proceder en la palabra de Dios más buena nuestra conciencia será.
Es significativo y esperanzador el saber que el peor de los criminales puede tener una conciencia limpia si obedece el evangelio de Cristo. ¡Cuán grande es la gracia de Dios!
Una conciencia destruida
Se puede hacer mucho daño a la conciencia. Podemos violar nuestra conciencia (Rom. 14:22-23) y corromperla (Tit. 1:15) a tal punto de cauterizarla (1 Tim. 4:1-2).
Una conciencia culpable (Jn. 8:9) pronto puede dar lugar a una conciencia endurecida (Heb. 3:13) y ésta a la incredulidad y apostasía absoluta. ¿Por qué? Porque un corazón endurecido cuestionará lo que antes se creía y no se limitará a ún patrón (2 Tim. 1:13) determinado por Dios.
Conclusión
¿Podría usted decir lo siguiente? “confiamos en que tenemos buena conciencia” (Heb. 13:18). ¿Podría usted afirmar lo que dijo el apóstol Pablo? “Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día” (2 Tim. 1:3).
Si no es así, y su conciencia aún no se ha endurecido al punto de no reaccionar positivamente al evangelio, ¿por qué no comenzar a servir a Dios con limpia conciencia hoy mismo?