El trabajo del predicador



Por Josué Hernández


Cuando Pablo escribió a los corintios, uno de los asuntos que abordó fue el apoyo a los predicadores del evangelio (1 Cor. 9:3-14). Pablo no les exigió salario por su trabajo entre ellos porque renunció a este derecho (1 Cor. 9:15; 2 Cor. 11:8). Y para explicarles la razón por la cual un evangelista tiene derecho de recibir soporte financiero por su obra como predicador, el apóstol indicó tres tipos de trabajo ilustrativo.

“¿Quién fue jamás soldado a sus propias expensas? ¿Quién planta viña y no come de su fruto? ¿O quién apacienta el rebaño y no toma de la leche del rebaño?” (1 Cor. 9:7).

El objetivo de este artículo no es discutir acerca del apoyo monetario a los predicadores del evangelio. Todo trabajo merece su pago (cf. Prov. 14:23), sin embargo, Pablo mencionó tres labores que ilustran la obra del predicador y su función como evangelista, y esto es lo que deseamos enfatizar ahora.

El predicador es un soldado. 

Pablo dijo a Timoteo “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo” (2 Tim. 2:3); y escribió a los filipenses, “estoy puesto para la defensa del evangelio” (Fil. 1:17). Debido a que todos los cristianos están comprometidos en una batalla espiritual contra las fuerzas del mal (Ef. 6:12), “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Cor. 10:5); entonces, los predicadores estarán trabajando  “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ef. 4:11,12) para que todos los santos vistan “toda la armadura de Dios” (Ef. 6:11).

El predicador es un agricultor. 

Al describir su trabajo y el de Apolos, Pablo dijo a los corintios, “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1 Cor. 3:6). Luego, agregó, “Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios” (1 Cor. 3:9). Jesucristo usó una ilustración similar en la parábola del sembrador, “El sembrador salió a sembrar su semilla” (Luc. 8:5), “La semilla es la palabra de Dios” (Luc. 8:11). Por lo tanto, el trabajo del predicador es cultivar el evangelio en los corazones (Luc. 8:15).

El predicador es uno que cuida el rebaño. 

En la iglesia local los ancianos pastorean (1 Ped. 5:2), y los predicadores no ejercen una supervisión local como lo hacen los ancianos (Hech. 20:28). Sin embargo, la obra del predicador es como la de un buen pastor que apacienta el rebaño de Dios. Aunque los ancianos locales alimentan al rebaño asegurándose de que se les enseñe la palabra de Dios, los predicadores estarán directamente involucrados en el proceso de enseñanza en todo lugar donde su servicio sea requerido. Las epístolas de Pablo a Timoteo y a Tito enseñan acerca de esta obra del predicador.

Conclusión

El Señor manda que los que proclaman su evangelio, vivan del evangelio (1 Cor. 9:14). Esto no es un acto de benevolencia para con el predicador, sino el pago por su trabajo (2 Cor. 11:8).

Los fieles predicadores luchan contra el pecado y el error, plantan la semilla del evangelio en los corazones, y alimentan al pueblo de Dios. Este es un asunto grave, y debe ser tomado con toda seriedad por aquellos que están involucrados en él, y por todos aquellos que apoyan, o deberían apoyar, a los predicadores del evangelio.