Tradiciones de Dios para su pueblo



Por Josué Hernández


Para algunos estudiantes de la Biblia toda “tradición” es de condenar, y no es algo en lo cual el pueblo de Dios debiese involucrarse. Sin embargo, no toda “tradición” es condenada por Dios en su palabra.

Hay tradiciones amorales, e indiferentes en sí, que no son malas, ni tampoco son buenas, que Dios no condena, ni requiere que se hagan, y que están en el ámbito de la opinión y la libertad individual. A la vez, hay tradiciones que contradicen la palabra de Dios. También, hay tradiciones originadas por Dios para su pueblo, y de estas tradiciones trata el presente artículo.

Tradiciones apostólicas

El apóstol Pablo escribió a los corintios, “Os alabo porque en todo os acordáis de mí y guardáis las tradiciones con firmeza, tal como yo os las entregué” (1 Cor. 11:2, LBLA). El sustantivo “tradición” (gr. “paradosis”), hace referencia a un “pasar de mano de uno a la mano de otro” (Vine), es decir, a una “transmisión” (Strong). Se usa tanto de aquellas tradiciones que contradicen la palabra de Dios (cf. Mat. 15:1-9; Col. 2:8), como de las tradiciones que se originaron con Dios y deben ser obedecidas por su pueblo.

A los tesalonicenses, Pablo escribió, “Así que, hermanos, estad firmes y conservad las doctrinas [gr. “paradosis”, “tradiciones”] que os fueron enseñadas, ya de palabra, ya por carta nuestra… Ahora bien, hermanos, os mandamos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la doctrina [gr. “paradosis”, “tradición”] que recibisteis de nosotros” (2 Tes. 2:15; 3:6, LBLA).

Las tradiciones que tenemos de Dios, mediante los apóstoles, no sólo son aceptables, primeramente, son necesarias. Ellos son los embajadores de Cristo (2 Cor. 5:20), los enviados oficiales que hablaron en su nombre. Debido a esto, las tradiciones recibidas de los apóstoles son mandamientos, prescripciones, ordenanzas, del Señor (cf. 1 Cor. 14:37).

Un ejemplo de tradición es la cena del Señor. Observada por la iglesia cada primer día de la semana (Hech. 20:7). Una tradición desde el primer siglo hasta el fin de los tiempos (Hech. 2:42). Conforme a esto Pablo escribió, “Porque yo recibí del Señor lo mismo que os he enseñado [gr. “paradidomi”, “entregar, transmitir, pasar”]: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que es para vosotros; haced esto en memoria de mí. De la misma manera tomó también la copa después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto cuantas veces la bebáis en memoria de mí” (1 Cor. 11:23-25, LBLA). 

Así también, el apóstol Pablo recibió una tradición que debía transmitir mediante la predicación (cf. 1 Cor. 15:3). 

Debemos mantener las tradiciones apostólicas para ser aprobados, “Os alabo porque en todo os acordáis de mí y guardáis las tradiciones con firmeza, tal como yo os las entregué” (1 Cor. 11:2). En consecuencia, siempre quedarnos dentro del patrón de las sanas palabras es ser “tradicionalistas”. No obstante, se requiere de los cristianos que conserven las tradiciones apostólicas (2 Tes. 2:15) y que anden según ellas (2 Tes. 3:6).

Tradicionalmente, la misma doctrina fue enseñada en todas las iglesias (1 Cor. 4:17). Y cuando fue enseñada falsa doctrina, esta fue corregida por medio de referirse a eso que fue enseñado por el Señor y sus apóstoles. La tradición facilitaba reconocer la falsa doctrina, y predicadores como Timoteo debían enfocar las mentes en la predicación apostólica (1 Tim. 1:3,4; 2 Tim. 2:2).

Siendo enseñado lo mismo en cada iglesia, en forma oral o escrita (2 Tes. 2:16; 2 Ped. 3:1,2; 1 Jn. 2:21), epístolas fueron escritas para recordar a los santos de lo que había sido enseñado por los apóstoles. Entonces, lo que Pablo enseñó a los santos en Corinto acerca de permanecer en su llamado también se enseñaba en todas las iglesias (1 Cor. 7:17). Así, pues, la uniformidad doctrinal dio como resultado una práctica tradicional (“costumbre”, 1 Cor. 11:16; “haced vosotros también”, 1 Cor. 16:1). 

Las preguntas acerca del matrimonio fueron contestadas por medio de citar lo que el Señor había enseñado en los evangelios (1 Cor. 7:10,11; cf. Mar. 10:9; Mat. 19:6). Respecto al sostenimiento de aquellos que predican el evangelio Pablo dijo, “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (1 Cor. 9:1; cf. Mat. 10:10; Luc. 10:7). El abuso de la Cena del Señor fue corregido por medio de apelar a lo que el Señor instituyó la noche en que fue traicionado (1 Cor. 11:22-25).

Tradiciones convenientes y amorales

Los “métodos” y “medios” para hacer la obra pueden clasificarse como costumbres, por su conveniencia, las cuales serán aceptables, y realmente convenientes, siempre y cuando no sustituyan el mandamiento requerido sino que faciliten su cumplimiento. A esta clase de costumbres las solemos llamar “recursos de ejecución”. 

Por ejemplo, Dios manda que nos congreguemos (cf. Heb. 10:25) y tradicionalmente lo haremos, usando como costumbre un “edificio de reuniones” que facilita y agiliza la obediencia a éste mandamiento. Sin embargo, un instrumento musical no facilita la obediencia al mandamiento de cantar “salmos e himnos y cánticos espirituales” (Col. 3:16) ya que sustituye el “cantar” por el “tocar”.

Celebraciones nacionales o familiares, que no contradicen la palabra de Dios, siempre las podemos clasificar como tradiciones amorales, e indiferentes en sí mismas, las cuales dependen de la decisión personal para su observancia.
 
Conclusión

No todas las tradiciones son malas. Sin embargo, la palabra “tradición” tiene una connotación tan negativa que casi no se puede asociar con una práctica bíblica sin observar gestos de preocupación y/o desaprobación. No obstante, este breve artículo debe animarnos a ampliar nuestra comprensión del uso de la palabra según su contexto y aplicación pertinente.

Que retengamos las tradiciones que Dios nos ha dado mediante sus apóstoles, las cuales encontramos en el Nuevo Testamento. A la vez que entendemos que las costumbres o conveniencias que nos permiten el cumplimiento de un mandamiento son perfectamente aceptables como recursos de ejecución, que facilitan y agilizan la obediencia en una obra determinada.

Las tradiciones o costumbres que contradicen el patrón de las sanas palabras deben desaprobarse, porque infringen la norma de conducta establecida por Dios (1 Jn. 3:4). Tales tradiciones son malas no porque contradicen algún escrúpulo personal, sino porque contradicen a Dios.