“Atrevidos y contumaces, no temen decir mal de las potestades superiores”
(2 Ped. 2:10)
Por Josué Hernández
Rebeldes e indignados han salido a las calles para exigir un cambio,
lanzar una crítica al poder político y protestar por sentirse abusados por un
modelo económico que no cumple con sus expectativas. Ellos han
manifestado su indignación, y también su rebeldía, saqueando y quemando para exigir
lo que ellos llaman “verdadera democracia” y respuestas a las llamadas
“urgencias sociales”. Estamos en presencia de miles de atrevidos y
contumaces que no temen difamar a las autoridades, ya sea desde las calles como
desde las redes sociales.
Como
discípulo de Cristo, y con mi Biblia abierta, no
podría tener palabras de elogio a favor de semejante “movilización ciudadana”,
la cual es fruto de una pecaminosa rebeldía, que atenta contra la autoridad de
forma flagrante.
El pecado de las protestas: La rebeldía.
Una cosa es manifestar la opinión personal, y manifestarla pacífica, ordenada,
e inteligentemente. Otra cosa es resistir la autoridad establecida por Dios
(Rom. 13:2). El apóstol Pablo dijo: “Sométase
toda persona a las autoridades que gobiernan; porque no hay autoridad sino de
Dios, y las que existen, por Dios son constituidas” (Rom. 13:1
LBLA).
Para comprender más aún este mandamiento hemos de considerar que
Pablo expuso este mensaje de Dios cuando regía la dictadura romana bajo
el gobierno de Nerón. La vida de aquellos días no se compara con las
condiciones sociales que podemos disfrutar ahora y de las cuales reniegan los
disconformes “indignados” que utilizando su “libertad civil” salen a quemar,
saquear, y desestabilizar. Sencillamente, las condiciones sociales de hoy
son un “paraíso” en comparación a las innumerables desigualdades sociales que
sufrieron los hombres de antaño.
Dios es el autor del orden, no de la anarquía y la confusión, Dios está opuesto
a toda forma de rebeldía y desorden. No hay excusa para pecar. La
búsqueda de mejores condiciones sociales por parte del incrédulo
materialista no lo exime de su responsabilidad delante de Dios. No
existe la “ética circunstancial”. Lo malo siempre es malo, aun cuando
ahora vivamos en pleno siglo XXI. “¿Hagamos males para que vengan
bienes?” (Rom. 3:8). En la vista del incrédulo, la rebeldía contra lo
establecido es “heroísmo”. En la vista de Dios es rebeldía.
No importa la forma de
gobierno bajo la cual vivamos. El cristiano tiene que estar subordinado
al sistema de gobierno bajo el cual viva (Rom. 13:1-7).
En medio de las desigualdades sociales de
su tiempo, el Señor Jesús dijo: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo
que es de Dios” (Mat. 22:21). El apóstol Pablo, escribiendo al evangelista Tito,
insistió “Recuérdales que se sujeten a los gobernantes y autoridades, que
obedezcan, que estén dispuestos a toda buena obra” (Tito 3:1). El apóstol Pedro ordenó por el Espíritu: “Por causa
del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior,
ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y
alabanza de los que hacen bien. Porque esta es la voluntad de Dios: que
haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos” (1 Ped. 2:13-15).
El mandamiento de la sujeción al
Gobierno fue obedecido uniformemente por todos los fieles cristianos
primitivos. Pablo afirmó: “de la manera que enseño en todas partes y en todas
las iglesias” (1 Cor. 4:17). Todos los cristianos debían sujetarse, sin
excepción, incluso los esclavos debían obedecer a sus amos terrenales en
todo (cf. Ef. 6:4-8; Col. 3:22-25), tanto así que el apóstol Pedro dijo: “Criados,
estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no solamente a los buenos y
afables, sino también a los difíciles de soportar” (1 Ped. 2:18).
Jamás un
fiel cristiano protestó contra el Gobierno imperante. Ellos sabían que
resistir (oponerse, desafiar) a la autoridad es pecado y estuvieron dispuestos a dar su vida, en obediencia a Cristo, a pesar
de las injusticias que les azotaban a diario. ¿Por qué actuaron
así? Porque estaban motivados por la esperanza de la vida eterna (1 Ped.
1:3-6). Pero, ¿qué esperanza tienen los incrédulos que sólo buscan simple
y llanamente “soluciones” que mejoren su condición en esta vida
terrenal? No es extraño que protesten y se opongan, ellos no tienen
esperanza (1 Tes. 4:13).
Por supuesto, debemos mencionar que sólo cuando
el gobierno demande un proceder que como discípulos de Cristo no
podemos hacer, podremos desobedecer en lugar de estar en sujeción
(Hech. 4:19; 5:28,29). No obstante, debemos considerar que dicha desobediencia
al Gobierno (para obedecer a Dios) no se basará en la búsqueda de “soluciones
sociales” sino que estará ligada al ámbito espiritual para servir fielmente a
Dios.
La ineficaz burocracia
del Gobierno
Salomón dijo, “Si opresión de pobres y
perversión de derecho y de justicia vieres en la provincia, no te maravilles de
ello; porque sobre el alto vigila otro más alto, y uno más alto está sobre
ellos” (Ecles. 5:8).
Simplemente, no debe sorprendernos la burocracia del gobierno, con toda la
jerarquía de funcionarios que al final resultan incapaces de cumplir nuestras
expectativas. Sencillamente cuanto más extensa la burocracia sea, más
ineficiente se vuelve el gobierno, y los pobres sufren. No debemos
sorprendernos cuando se dan las condiciones descritas por Salomón, mientras esperamos
el juicio de Dios que equilibrará y rectificará las cosas (Ecles. 3:17; 12:14).
Es
importante que tengamos en cuenta que esta no es la observación de un ciudadano
común que ha sido víctima de la ineficiente burocracia gubernamental.
Eclesiastés 5:8 es la observación de Salomón, el jefe de gobierno, el rey de
Israel.
En su
puesto, Salomón pudo ver que la ineficiencia del Gobierno por el abuso de
funcionarios con poder sobre sus ciudadanos. Sencillamente, aunque se procure
la excelencia gubernamental, siempre puede haber opresores de los pobres y
pervertidores del derecho y la justicia. Tal cosa no sería algo raro, ni de lo
cual perturbarse en ansiosa inquietud, sigue sucediendo en la historia (Ecles. 8:10,11).
Pocas cosas
son satisfactorias en la vida política mientras vivimos subordinados. Sin
embargo, la esperanza del hombre no es el gobierno de turno, Dios ha de ser
nuestra esperanza. No debemos renunciar a la confianza en la superintendencia
providencial de Dios (Ecles. 3:1-15).
No hay
justicia en esta vida, Dios nos ha puesto a prueba y a todos nos juzgará (Ecles.
3:16-18). Lo que completa y realiza al hombre no es la política gubernamental,
sino caminar reverentemente delante del Señor, guardando sus mandamientos, y sometiendo
a él la totalidad de nuestras vidas (Ecles. 12:13; cf. Col. 2:10). Ésta es la
conclusión de Salomón, y la demanda que Dios hace a su pueblo.