¿Aprueba
Dios que alguno repudie a su cónyuge por la causa bíblica, pero sin formalizar
su divorcio ante el gobierno, y continuar figurando como casado?
Por Josué Hernández
Hemos
sido informados de un caso en el cual el inocente dice haber repudiado a
su cónyuge por la causa bíblica, la cual es la fornicación (Mat. 5:32; 19:9),
no obstante, ambos continúan de mutuo acuerdo viviendo bajo el mismo techo, con
sus hijos, como una familia unida, a pesar del repudio, y sin formalizar su
divorcio, es decir, figurando como “casados” civilmente.
Hasta
la fecha, los hermanos permanecen registrados como casados ante la ley civil, y
en sus documentos no se identifica algún divorcio.
Sinceramente
preocupados por nuestros hermanos escribimos el presente estudio, esperando lo
mejor para ellos y para todos. Queremos llegar al cielo, alcanzar el premio del
supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús (Fil. 3:14), y sabemos que debemos
despojarnos “de todo peso y del pecado
que nos asedia” si queremos correr para ganar (Heb. 12:1).
La
verdad nos hace libres (Jn. 8:32) y nos santifica (Jn. 17:17). No obstante,
también es práctica y demanda nuestra obediencia (1 Jn. 1:6; 2:4). Por lo tanto, seguir y obedecer la verdad
en amor será siempre una bendición (Rom. 2:8; Ef. 4:15; 1 Ped. 1:22). Entonces,
¿por qué no recibir el amor de la verdad (2 Tes. 2:10)?
El desorden
de no repudiar bíblicamente
Sabemos
que el cristiano debe hacer todo decentemente y con orden (cf. 1 Cor. 14:40;
Col. 2:5) para adornar la sana doctrina (cf. Tito 2:10), mostrando de esta
manera al mundo sus buenas obras en Cristo (Tito 2:14; Mat. 5:16). Somos
ordenados al brillar “como luminares en
el mundo” (Fil. 2:15).
A
nuestro Dios le desagrada “todo hermano
que ande desordenadamente” (2 Tes. 3:6), y debemos conducirnos “en temor” (1 Ped. 1:17). En fin,
queremos siempre andar en luz (1 Jn. 1:5-7), y para ello debemos permanecer en
la doctrina de Cristo (2 Jn. 4,9)
Se
me preguntó respecto a los hermanos separados, “¿no sería correcto que vivan
bajo el mismo techo?”, y a la luz de las Escrituras entendemos que el que
repudia para seguir viviendo junto al otro, como medio casado, no repudió en el
sentido indicado en Mateo 19:9, pues sólo tiene a su cónyuge como castigado,
pero no repudiado bíblicamente. Y los “no casados” viven separados, no juntos
como si fueran un matrimonio, ni figurando como matrimonio según el registro
civil cuando ha ocurrido el divorcio para el cual se invoca la causa bíblica.
Si
alguno quiere vivir bajo el mismo techo con su cónyuge, como casado con él,
entonces ¿por qué no perdonarle y reconciliarse con él? ¿Puede alguno jugar con
el matrimonio, aparentando en este caso una situación civil que difiere de la
realidad? ¿No es esto una suerte de mentira? ¿Tienen los mentirosos esperanza
de vida eterna (Apoc. 21:8)? “¿Qué, pues,
diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?” (Rom.
6:1). ¿No debemos buscar la autorización de Cristo para todo lo que digamos y
hagamos (Col. 3:17)? Entonces, ¿Cristo autoriza tal comportamiento?
Enfatizamos
que la parte inocente, al repudiar al cónyuge infiel, queda suelta de los votos
matrimoniales que pronunció, y por lo tanto, libre para contraer nuevas
nupcias, si quiere (Mat. 5:32; 19:9). Es decir, queda libre, suelta, no atada,
desligada, por Dios quien le autoriza a repudiar por la causa de la
fornicación.
En
consideración de lo anterior, ¿por qué si alguno accede a tal libertad literalmente
“se sujeta como casado” si está supuestamente repudiando? Si está libre, ¿qué
tan “libre” es el quedarse “como casado” bajo el mismo techo? Si está desligada
de los votos matrimoniales, ¿qué tan “desligada” se comporta al permanecer como
casada compartiendo todo, excepto la cama? ¿Es esto “orden”? ¿Es esto “buena
obra” del cristiano que adorna la sana doctrina?
Conclusión
Ayudemos
a los hermanos para que procedan decentemente y con orden en esto. ¿No deben
los espirituales procurar restaurar al que es hallado en falta (Gal. 6:1)? ¿No
deben apartarse del que ande desordenadamente (2 Tes. 3:6)? ¿Lo estamos haciendo?
Si no fuera así, ¿cómo podremos afirmar que andamos en la verdad?
El
amoroso siempre paga su deuda (“el amaros
unos a otros”, Rom. 13:8-10). Si realmente amamos como Dios manda,
aborrezcamos lo malo. El amoroso lo hace, “El
amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno” (Rom. 12:9).