Por Josué Hernández
Una iglesia local que es de Cristo está
organizada según el patrón del Señor. Su organización es una marca distintiva
en el presente mundo denominacional. En consecuencia, si alguna iglesia está
organizada de una forma diferente, ésta no es una iglesia de Cristo.
La organización que Cristo ha dado a la
iglesia local es muy diferente a lo que vemos hoy en la llamada cristiandad.
Según leemos en el registro inspirado, cada iglesia local se organizó sin
vínculos con otras iglesias, vínculos tales como, conferencias anuales,
consejos, sínodos, distritos, o diócesis.
Cada iglesia local
organizada individualmente
La sabiduría de este arreglo se puede
contemplar en contraste con la apostasía que ocurrió luego de la era
apostólica. Las congregaciones se desviaron, tal como fue advertido por Cristo
y Pablo (Mat. 7:15; Hech. 20:28) y denunciado por Pedro, Judas y Juan (2 Ped.
2:1; Jud. 1:3,4; Jn. 2:18,19).
Cuando las iglesias comenzaron a unirse, en
una comunión orgánica, plantaron las semillas de una mayor apostasía que se
extendería por siglos. Aun cuando en un principio las congregaciones se
organizaban para enfrentar los problemas de su época, como resultado sentaron
las bases de una religión organizada y oficial. El resultado la historia nos lo
enseña. Los grupos más influyentes guiaron a la mayoría, el resto no tuvo más
opciones que seguir al grupo o ser calificado de hereje.
No leemos en el Nuevo Testamento de que la
iglesia tuviese que organizarse de semejante forma. La idea de Diócesis es
totalmente desconocida en el registro inspirado. Al abrir nuestras Biblias,
siempre leemos de la responsabilidad de cada iglesia de gobernar sus propios
asuntos bajo la ley de Cristo. Nunca leemos de una iglesia asumiendo el
liderazgo sobre otra. Cada iglesia debía trabajar conforme a su capacidad y
oportunidad. No leemos otra cosa en el Nuevo Testamento.
El Señor limitó el alcance del trabajo de una
iglesia local, mediante una organización particular para ella:
- “Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os ha hecho obispos para pastorear la iglesia de Dios, la cual El compró con su propia sangre” (Hech. 20:28, LBLA)
- “Por tanto, a los ancianos entre vosotros, exhorto yo, anciano como ellos y testigo de los padecimientos de Cristo, y también participante de la gloria que ha de ser revelada: pastoread el rebaño de Dios entre vosotros, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo” (1 Ped. 5:1,2, LBLA)
Los ancianos, gobernando la iglesia local (1
Tim. 3:5; Heb. 13:17), quedaron autorizados a supervisar solamente el rebaño
local, “que está entre vosotros”. No podían supervisar otras iglesias. A esta
estructura organizativa, comúnmente la llamamos, “autonomía”.
Cuando una iglesia decide por otra,
responsabilizándose de las decisiones financieras de otra, viola el patrón
bíblico de autonomía. Muchas iglesias hoy en día envían dinero a otras que son
superiores en la jerarquía, para que las iglesias matrices, de la jefatura,
administren y distribuyan los fondos. La centralización de dinero es una
violación del patrón de autonomía que observamos en el Nuevo Testamento.
La autonomía también se viola cuando la
enseñanza y la práctica son dictadas desde fuera. Esto lleva siglos de ser
practicado. Es una medida para alinear a las congregaciones conforme a un
estatuto que deba ser cumplido por la organización. Esta “agrupación de
iglesias locales”, alineadas conforme a un reglamento interno particular, como
por ejemplo, una “confesión de fe” o “credo”, es la idea de “iglesia” que
muchos tienen en mente en la actualidad.
En cada iglesia,
ancianos
La iglesia local se organizó con ancianos
supervisando cada congregación. Estos fueron designados en cada iglesia
conforme a calificaciones especificadas por Dios. Los requisitos para los
ancianos de la iglesia local son enumerados en 1 Timoteo 3:1-7 o en Tito 1:5-9.
Estos varones no eran la producción de alguna institución teológica, sino el
don de Dios emergiendo desde la propia iglesia local.
Estos varones debían supervisar, no
enseñorearse. Su posición como pastores ilustra bien la preocupación total por
el rebaño que debe captar su atención, velando por el bienestar espiritual de
la congregación (cf. Heb. 13:17).
En cada iglesia,
diáconos
La palabra griega para decir “diácono” es “diakonos”.
Traducida, es “servidor” (diakonia = servicio, ministerio; diakoneo = servir).
Aun cuando todos los cristianos debemos “servir”, estos varones son
particularmente útiles en su oficio para el bien de la congregación local. Esto
indica, claramente, por qué los diáconos debían cumplir con ciertas cualidades
para ejercer el oficio (1 Tim. 3:8-13).
En algunas denominaciones, los llamados
“Diáconos” ejercer el liderazgo de una junta directiva. El predicador es
llamado “Pastor”. Todo esto como producto de la apostasía de los siglos
anteriores, y la subsecuente confusión religiosa.
Como aprendemos de un estudio cuidadoso de
las Escrituras al respecto, el término “pastor” era una descripción del trabajo
de los ancianos, y se aplicaba solamente a ellos. En cambio, en las
denominaciones, abundan los títulos religiosos por estructuras organizativas
desconocidas en el Nuevo Testamento.
Los evangelistas
El sustantivo griego para decir “evangelista”
se emplea en Hechos 21:8 y en Efesios 4:11. La palabra radicalmente significa “uno
que anuncia buenas nuevas”. Aun cuando todos los cristianos debemos predicar la
palabra del evangelio, el oficio de evangelista no lo poseen todos los
cristianos.
Para establecer la línea de diferencia
algunos han sugerido que el evangelista debe estar en continuo movimiento, como
Felipe el evangelista (Hech. 21:8, para cumplir su oficio. La idea sería que,
si Felipe viajó mucho para hacer su trabajo, entonces un verdadero evangelista
debe viajar mucho también. Pero este razonamiento no es consistente con la
información bíblica, ya que Felipe tuvo siete hijas (Hech. 21:9), entonces, ¿el
verdadero evangelista debe tener siete hijas también?
Felipe era evangelista porque trabajaba en
ello. Dedicándose a la tarea de predicar la palabra según su capacidad y
oportunidades.
El evangelista no es un “Pastor”,
“Reverendo”, o “Padre”. El término “pastor” indica el pastoreo, como una
referencia a los “ancianos” de la iglesia local (cf. Ef. 4:11; Hech. 20:28; 1
Ped. 5:1,2). El término “Reverendo” en las Escrituras se aplica solamente a
Dios (Sal. 111:9) y nunca se le aplicó aun ser humano. El término “Padre”, como
título religioso, está prohibido por Cristo (Mat. 23:9).
La obra del evangelista es indicada en
pasajes tales como 1 Timoteo 1:3; 2 Timoteo 2:2; 4:5; y Tito 1:5. Su obra es la
predicación de la palabra, la enseñanza de la verdad. En el primer siglo, los
evangelistas salieron por el mundo desde una iglesia local, no existía el requisito
de graduarse para ello.
Conclusión
Cada iglesia local, en el primer siglo, fue
independiente de las demás. Respondieron directamente a Dios y gestionaron sus
propios asuntos sirviéndole. Ancianos fueron designados para supervisar,
pastorear y cuidar de la iglesia local. Cada congregación se preocupó de sus
asuntos y del bienestar de sus miembros. También hubo diáconos, y evangelistas,
que trabajaron bajo la supervisión de los ancianos.
Esta imagen de la iglesia local, según la
información del Nuevo Testamento, es muy distinta de las organizaciones
religiosas de hoy. Sin embargo, si queremos agradar y glorificar a Dios debemos
tomar nota de estas cosas, e implementar en el presente siglo lo que la Biblia dice
acerca de la naturaleza, organización, trabajo, y adoración, de la iglesia
local.