¿Pecado imperdonable?



Por Josué Hernández


La mayoría de las personas clasifica los pecados, ya sea consciente o inconscientemente. Pecados como el asesinato, la violación, o el adulterio, son considerados peores que una mentira piadosa.

La disposición general a perdonar el pecado a menudo depende varias cosas, por ejemplo, quién lo hizo, qué hizo, contra quién lo hizo. No obstante, si esto es cierto para el hombre, ¿será cierto para Dios?

Quien afirma que ciertos pecados son más graves que otros, y que incluso, algunos pecados son imperdonables, a fin de cuentas está tratando de imponer una norma, o limitación, sobre Dios.

¿Revela la Biblia algún límite de la voluntad, o habilidad, de Dios para perdonar pecados?

El apóstol Juan escribió, “pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:7-9).

Cuando Juan escribió “todo”, el se refirió a “todo”. Si bien nuestra disposición a perdonar puede tener límites, lo cual no es bueno. La disposición de Dios no tiene límites, es perfecta. Los únicos pecados que Dios no perdonará son aquellos de los cuales no nos arrepentimos (cf. Hech. 2:38; 8:22).

La idea de clasificar pecados no es de la Biblia. El apóstol Pablo la desconocía cuando escribió, “ ¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios.  Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor. 6:9-11).

Si los corintios fueron perdonados, también lo seremos nosotros. Maravillosa gracia vino Jesús a dar, más alta que los cielos, más honda que la mar, más grande que mis culpas clavadas en la cruz, es la maravillosa gracia de Jesús. Inefable es la divina gracia, es inmensurable cual la mar, como clara fuente, siempre suficiente, a los pecadores rescatar. Perdonando todos mis pecados Cristo me limpió de mi maldad; alabaré su dulce nombre por la eternidad” (Título en Inglés: Wonderful Grace of Jesus. Música y Letra: Haldor Lillenas 1885-1959. Año: 1918).

La blasfemia contra el Espíritu Santo

Cristo dijo, Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero” (Mat. 12:31,32).

Si consideramos el contexto, aprendemos que Jesús pronunció esta advertencia después de ser acusado de expulsar demonios por el poder de Satanás. Quienes acusaban a Cristo estaban rechazando el testimonio del Espíritu Santo, no por falta de habilidad de comprensión, sino por maldad.

“…ellos habían dicho: Tiene espíritu inmundo” (Mar. 3:30). Es decir, estaban empeñados en el mal, y hablaron a propósito y con malicia, atribuyendo el poder de Dios a Satanás, desechando de esta manera el testimonio del Espíritu Santo.

Si la persona rechaza el testimonio del Espíritu Santo, ¿qué queda para convencerle? El Espíritu Santo da testimonio para fe y salvación (Jn. 15:26,27), convenciendo al mundo de pecado (Jn. 16:7-11), y su revelación es “la ley del Espíritu de vida” (Rom. 8:2). Por lo tanto, rechazar el testimonio del Espíritu Santo, es rechazar la fuente de fe, y sin fe no hay salvación.

Conclusión

No hay mayor bendición que saber que nuestros pecados han sido perdonados por Dios, “¡Cuán bienaventurado es aquel cuya transgresión es perdonada, cuyo pecado es cubierto!¡Cuán bienaventurado es el hombre a quien el SEÑOR no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño!” (Sal. 32:1,2, LBLA).

La verdadera paz se alcanza cuando la carga de la culpa es quitada de nuestro corazón. Sabiendo que Dios nos ha dado la oportunidad de comenzar de nuevo, ¿por qué no buscar su perdón?

Cristo dijo, “Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y HALLAREIS DESCANSO PARA VUESTRAS ALMAS. Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera” (Mat. 11:28-30, LBLA; cf. Apoc. 22:17).