Por Josué Hernández
“Porque la Escritura dice a Faraón: PARA ESTO
MISMO TE HE LEVANTADO, PARA DEMOSTRAR MI PODER EN TI, Y PARA QUE MI NOMBRE SEA
PROCLAMADO POR TODA LA TIERRA” (Rom. 9:17, LBLA)
Este versículo es usualmente citado para
indicar que cada individuo podrá ser salvo solamente por alguna intervención directa
de Dios. Nada de lo que el hombre pueda hacer, desear, y procurar, podrá
cambiar su destino, es decir, si se salva o no. La conclusión de esta doctrina
popular es sencilla, si Dios no te eligió entonces no tienes esperanza.
Como siempre insistimos, el contexto debe ser
examinado cuidadosamente para comprender con precisión el sentido de lo que se
expresa en el relato. Cualquiera puede tomar una palabra, o frase, sacándola de
su contexto, para enseñar y fomentar una falsa doctrina. Es fácil usar mal la
palabra de verdad (cf. 2 Tim. 2:15).
Romanos capítulo 9 trata de la salvación de
Israel. Muchos de los israelitas no fueron salvos porque se negaron a obedecer el
evangelio de Cristo. Su esperanza era el linaje, la conexión física con
Abraham, en otras palabras, abrazaron la creencia en una salvación por ser
hijos de Abraham (cf. Mat. 3:9; Jn. 8:33).
Los judíos creían que la salvación era un
concepto nacional, más que algo individual. Por lo tanto, si alguno era
israelita, debía ser salvo por pertenecer a la nación elegida. En su
incomprensión, si la nación no era salva completamente, la palabra de Dios
habría resultado ineficiente (9:6). Para ellos, siguiendo este razonamiento,
una de dos cosas sería cierta, o la palabra de Dios no resultó cierta, o Dios
no cumplió su promesa.
Hijos de la promesa
Pablo comienza instruyendo acerca de la
falacia de este razonamiento, al indicar que no todos los descendientes de
Abraham recibieron esta promesa (9:7); y, por lo tanto, no todos los
descendientes de Isaac eran hijos de la promesa (9:6,13). Los hijos según la
carne, el Israel físico, no participaban de la promesa. Sencillamente, Dios no
estaría dispuesto en su justicia a salvar a una nación excluyendo a otros.
Pablo ilustra su enseñanza con la propia
historia. Isaac tuvo dos hijos, ambos nietos de Abraham (v.13), pero solamente
la nación descendiente de uno de ellos
fue elegida por Dios para el propósito de traer la salvación al mundo (cf. Mal.
1:2,3).
Pablo no dijo que un hijo de Abraham fue
elegido para ser salvo, y el otro fue elegido para perderse. El apóstol recordó
a los judíos acerca de la elección que amaban, una distinción nacional en la que
ellos se gloriaban. Dios no fue injusto en semejante elección. La elección
cumpliría el propósito de hacer posible la venida de Cristo, y Dios es libre en
imponer su voluntad para nuestra salvación.
Los judíos debían recordar que la voluntad de
Dios no puede ser resistida sin la posterior destrucción, probada en el caso de
Faraón (9:15-18).
Faraón y la
misericordia de Dios
Dios fue claro en expresar su voluntad a
Faraón, “deja ir a mi pueblo”. Dios determinó que tendría misericordia de los
israelitas, le gustara o no a Faraón. Esto ocurrió, no porque la nación fuese la más maravillosa, sino porque Dios tenía un plan y así la eligió en su soberanía.
Dios eligió a Israel, y los hizo su especial
tesoro. Dios simplemente quiso que así fuera (9:16). No obstante, aunque Faraón
deseaba que el pueblo se quedara en Egipto, la voluntad de Dios no pudo ser
frustrada. Dios tiene misericordia de quien él decida tenerla, lo cual no indicaba salvación incondicional. Esta fue la elección de Dios para traer al Mesías al
mundo. La voluntad de Dios lo supera todo, el asunto es como el barro en las
manos del alfarero.
El alfarero y el barro
La ilustración de Pablo acerca del alfarero
es popularmente mal representada. Los lectores originales entendieron
perfectamente el mensaje a diferencia de los lectores de hoy. Leyendo Jeremías
18:1-10, aprendemos que el alfarero determina el tipo de vasija que
confeccionará dependiendo de la arcilla con la cual trabaja. Si la arcilla es
de calidad inferior, el vaso será de calidad inferior. Así también, si la
arcilla es de calidad superior, la vasija resultante será de calidad superior.
Dios es el alfarero y el hombre es el barro, ¡pero este barro tiene libre albedrío! El estándar para la arcilla es establecido por Dios, no por el hombre. Dios
determina qué arcilla es inferior y cuál es superior (cf. Jer. 18:8; Ez. 18:21).
¿Este estándar consistiría en saber si alguno es israelita o gentil? ¡No!
Jesucristo, el Mesías, sería el estándar. La reacción de cada cual ante Cristo
hace la diferencia (Rom. 9:23-29)
El estándar de Dios
Romanos 9:30-33, muestra claramente que Dios
estableció un estándar para el hombre. Los judíos estaban tratando de alcanzar
la salvación al guardar la ley perfectamente. Estaban persiguiendo el
justificarse por las obras de la ley (v.31). Los gentiles, por otro lado,
habían creído en Jesucristo, se esforzaron por sujetarse al estándar de Dios, y
alcanzaron la justicia (v.30).
¿Por qué se salvaban los gentiles y se perdían
los judíos? ¿Dios había elegido arbitrariamente a unos para salvación y a otros
para destrucción? ¡No! El versículo 32 nos da la respuesta. Los judíos no se
sujetaban al estándar de Dios. Cristo fue puesto por Dios como la piedra de
tropiezo de la profecía, y la fe en él determina la salvación de las almas
(v.33).
Conclusión
Dios ha elegido quienes serán salvos. Todos
los que obedezcan a su Hijo serán salvos. Si uno no se somete a Cristo, no es
culpa de Dios.
Sí, Dios es el alfarero, y nosotros el barro,
pero nosotros determinamos la clase de arcilla que somos en las manos de Dios,
mientras él ha determinado el estándar. Simplemente, la reacción del corazón
humano ante Jesucristo hará la diferencia.
La salvación es universalmente disponible, la
salvación en Jesucristo. Si alguno está fuera de la gracia, no puede culpar a
Dios, sino a sí mismo.