Por Josué Hernández
Aunque la
frase “soberanía de Dios” no la encontrará literalmente expresada en las
sagradas Escrituras, sí está elocuentemente implícita. El concepto de soberanía
indica la omnipotencia de Dios.
Ahora bien,
¿dicha soberanía anula la libertad humana o la involucra? ¿Tiene cada cual la
oportunidad de elegir libremente o toda elección esta predeterminada? ¿Ejerce
Dios su poder en consideración de las elecciones libres de cada uno de
nosotros? ¿Qué dice la Biblia al respecto?
Dos enfoques
son comunes a la soberanía de Dios:
- Dios es soberano, es decir, todopoderoso, por lo tanto, todas las elecciones que hemos hecho, que estamos haciendo, y que haremos, han sido predeterminadas y alcanzadas por su voluntad inmutable. Si no, él dejaría de ser Dios.
- La soberanía de Dios no depende de que él quite la capacidad libre de elegir a cada cual. Su poder todavía se ejerce en el grado que elija su voluntad mientras la criatura elige su curso.
Para
algunos, estos dos enfoques no guardan gran diferencia, o no tienen importancia.
Sin embargo, el primer enfoque presenta un mundo donde la libre elección no
existe, aunque parezca que sí. En el segundo enfoque, Dios ha dado a la
humanidad el libre albedrío y él ejerce su soberanía de acuerdo con la elección
de cada cual.
Todo tipo de
preguntas se producen en la mente, muchas de ellas profundas. Volviendo al
primer enfoque, si Dios ha predeterminado cierto curso o resultado, ¿por qué
orar sin cesar (1 Tes. 5:17)? A su vez, si Dios predeterminó todo y a todos,
¿por qué alguno será responsable de sus acciones? Hitler hizo cosas horribles,
¿por qué sería responsable sobre lo que no tenía control?
El problema
no es si Dios es soberano o no. El dilema es la dimensión en la que realmente ejerza
su soberanía, y él no ha abordado específicamente esto en su revelación (cf.
Deut. 29:29; 1 Cor. 4:6).
Todos lo que
de la soberanía de Dios podamos comprender lo haremos por lo que la Biblia revela.
Si realmente la Biblia expresa que no tenemos otra opción, entonces esto
indicará que la soberanía divina anula la libre voluntad humana. A su vez, si
la Biblia enseña que sí tenemos opciones reales, entonces entenderemos que la
soberanía de Dios no anula el libre albedrío sino que lo involucra
permitiéndolo.
La libertad humana
Si Dios hubiese creado un mundo en el cual no fuésemos libres
de pensar, decidir y actuar, y viviéramos siempre programados para hacer lo que
él predeterminó, entonces no podríamos elegir libremente amar y servir, y “lo
correcto” siempre sería una acción ejecutada por seres autómatas que no pueden
decidir, ni pensar, ni discernir. Cada cosa “buena” no sería apreciada ni
agradecida, pues no habría contraste que
hacer, porque “lo malo” no existiría.
En semejante escenario no haríamos
realmente algo por nosotros mismos, y a la vez, no seríamos responsables de
nuestras acciones. Y, debido a que el mal y la maldad no existirían, tampoco
existiría el bien y la bondad. Sólo habría intenciones, pensamientos y acciones
hechas por inercia, sin conciencia, sin libertad. Obviamente, tal cosa no ha
ocurrido. Tenemos libre albedrío. Y es nuestra “libre elección” la que nos ha
traído hasta donde ahora estamos.
Para crearnos realmente libres, Dios
ha puesto en nosotros la capacidad de discernir entre el bien y el mal, elegir
entre los dos, y proceder conforme a nuestra elección (cf. Gen. 2:16,17; Jos.
24:15).
El libre albedrío es, por lo tanto,
la capacidad de hacer lo malo, si queremos, y de hacer lo bueno si rehusamos
hacer lo malo. A su vez, el libre albedrío da valor a las cosas buenas en
contraste con las malas, y hace de la persona que elige perseverar en lo
correcto una buena persona para con Dios (Rom. 2:7,10) y de la persona
que rehúsa obedecer el evangelio una persona mala que será condenada por
su propia elección (Rom. 2:8,9).
No podría existir un mundo de
personas con libre albedrío en el cual exista realmente “lo bueno” sin que a su
vez exista también “lo malo”.
“Si quisiereis y oyereis, comeréis el bien de la tierra; si
no quisiereis y fuereis rebeldes, seréis consumidos a espada; porque la boca de
Jehová lo ha dicho” (Is. 1:19-20).
El ejercicio del libre albedrío para determinar el propio
destino está elocuentemente retratado por Isaías aquí. Dios les dijo por el
profeta, “Si quisiereis y oyereis... si no quisiereis
y fuereis rebeldes...”
Su libre voluntad les capacitaba para
discernir, elegir, decidir y actuar. Podían desobedecer a Dios si querían,
aunque no sin consecuencias. Así también nosotros.
El Señor “no quiere” que ninguno
perezca (2 Ped. 3: 9), sino que todos sean salvos (1 Tim. 2:4,6). Pero, ya que
él no hace acepción de personas, por nuestras propias acciones elegiremos si cosechamos
la bendición o la maldición (cf. Rom 2:6-11; 14:12; 2 Cor. 5:10). El libre
albedrío no anula la soberanía de Dios, porque él ha determinado en su
soberanía que elijamos nuestro destino.
El gran poder y sabiduría de Dios
resaltan por su habilidad para hacer que todas las cosas sucedan, incluso en
presencia de la libre elección humana. En la oración que los discípulos de
Jerusalén ofrecieron unánimes a Dios, se dijo que los judíos y los gentiles se
habían reunido en contra de Cristo: “para hacer cuanto tu mano y tu consejo
habían determinado antes que sucediera” (Hech. 4:28). Aprendemos, entonces,
que la voluntad de Dios era que Cristo muriera de una manera predeterminada (cf.
Jn. 3:14, 12:32,33).
- ¿Judas estaba obligado por Dios para traicionar a Cristo? No, Judas traicionó a Cristo por 30 monedas de plata (Mat. 26:15).
- ¿Los judíos estaban obligados por Dios para entregar a Cristo a las autoridades romanas? No, los judíos entregaron Jesús por envidia (Mat. 27:18).
- ¿Pilato estaba obligado por Dios para crucificar a Cristo? No, Pilato crucificó a Cristo para complacer a la gente (Mar. 15:15).
Un titiritero puede hacer que sus
marionetas hagan lo que él quiera, pero, ¿qué hay de Aquel que pude tomar seres
humanos, libres para elegir, y lograr Su voluntad a pesar de las libres
elecciones y procederes de cada cual? He ahí el poder de Dios.
“¡Oh profundidad de las riquezas de
la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e
inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién
fue su consejero? ¿O quién le dio a él
primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son
todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Rom. 11:33-36).
Libre elección y
salvación
“según nos escogió en él antes de la
fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Ef. 1:4).
Pablo no dice que Dios escogió y
predestinó a individuos para que fuesen salvos. La elección aquí es grupal, no
individual, y por un medio específico. Jesucristo es el medio de la elección
del pueblo de Dios. En Jesucristo hay elección y predestinación para salvación.
Por lo tanto, “Bendito
sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con
toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Ef. 1:3).
Toda bendición espiritual está en
Cristo, entonces, en el contexto, en Cristo hay “aceptación” (v.6), “redención”
(v.7), “gracia” (v.9), “reunión” (v. 10), “herencia” (v.11).
La epístola de Pablo a los romanos ha
sido tergiversada en su sentido para indicar una supuesta soberanía de Dios
contra las elecciones individuales para salvar a algunos.
Romanos capítulo nueve, no trata
sobre la salvación individual, sino del desarrollo del plan de Dios para salvar
a los gentiles. Los judíos sentían que esto era injusto, y Pablo les indicó que
la voluntad de Dios no está obligada a seguir sus inclinaciones. Dios es libre
de elegir a Jacob en lugar de Esaú, lo cual no tenía relación con la salvación
de individuos. Pablo enseñaba acerca de la elección de una nación a través de
la cual vendría Cristo, lo cual es extremadamente claro al final del capítulo (9:30-33).
Dios llama a que el hombre elija sobriamente.
Por ejemplo, “Y con otras
muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta
perversa generación” (Hech. 2:40).
Ya que el arrepentimiento es un cambio
de mente para una vida enmendada, obviamente la oportunidad de salvación es
para todos los que se arrepientan (Hech. 17:30). Dios desea que todos sean
salvos (1 Tim. 2:4). Todos pueden serlo.
Conclusión
Dios es soberano, y ejerce su
soberanía, pero según la revelación de él en la Biblia, y no según la
imaginación de la tradición teológica de la cristiandad.
Podríamos tejer un marco teológico
complicado alrededor de la soberanía de Dios, o podríamos estar satisfechos con
lo que Dios nos ha revelado. Podemos someter nuestro intelecto a la simplicidad
de su llamado a la fe y la obediencia. La “elección” es nuestra. ¿Qué elige
usted?