Alentando la inasistencia



Por Josué Hernández


El título del presente artículo es sorprendente, ¿quién querría alentar la inasistencia a los servicios de reunión de la iglesia local? Parece una locura. Simplemente no lo esperamos, pues no queremos alentar el pecado participando en él. Hemos sido llamados a reprender las obras de las tinieblas, sin participar en ellas (Ef. 5:11). Sin embargo, “iglesias de Cristo” están alentando a hermanos irresponsables, inconstantes, y rebeldes, que no se congregan fielmente. En estas congregaciones se permiten excusas tales como:
-- No me congrego a menudo porque tengo que trabajar (esta misma excusa se usa para “estudiar”).
-- La reunión del domingo es la principal, las demás reuniones son secundarias.
-- Mi esposo no me deja asistir a las reuniones.
-- Tengo una relación personal con Dios, leo la Biblia en mi casa y oro en ella.
-- Los horarios de reunión interfieren con los horarios de mi familia.

La lista fácilmente puede ser más larga, pero con esto ya tenemos una adecuada idea del problema. Argumentos como los anteriores son usados por algunos que dicen ser “cristianos”, y aceptados por grupos que dicen ser “iglesias de Cristo”.

Una responsabilidad local

La solución no está lejos, y emerge cuando entendemos, y, sobre todo, aceptamos, la responsabilidad de cada miembro de la iglesia local para tratar con aquellos que son infieles en su asistencia. Es la iglesia local la que debe asegurarse de funcionar adecuadamente para no ser culpable de permitir la infidelidad (cf. Gal. 6:1; 1 Tes. 5:14; Apoc. 2:14,15; 2:20; 1 Cor. 5:2).

Con el privilegio de ser miembros de un cuerpo (1 Cor. 12:27) está la obligación mutua, o común, de congregarse fielmente (cf. Hech. 9:26-28; 11:25,26; 13:1; 1 Cor. 11:18,23; Ef. 5:18-21; 1 Ped. 5:2,3). El cristiano, como miembro de la iglesia local, se sujeta a la supervisión designada por Dios conforme a la sana doctrina (Hech. 14:23; 1 Cor. 11:3; 1 Tim. 2:11,12). Cada santo acepta los sabios acuerdos para edificación espiritual de la iglesia local (cf. 1 Tim. 2:4; 3:15; Ef. 4:12-16).

Los cristianos en error deben ser advertidos y restaurados, y si se oponen, deben ser expuestos y quitados (1 Tes. 5:14; 2 Tes. 3:6,14,15). Esta es la reacción de los fieles hacia los hermanos irresponsables e inconstantes que rehúsan corregirse.

La obligación de los miembros del cuerpo local es procurar mutuamente agradar a Dios en todo. A veces, esto significará que algunos sean identificados (2 Tim. 4:1-5; 1 Tes. 5:14) y advertidos (Gal. 6:1). Una iglesia local de Cristo lamenta el pecado entre sus miembros (1 Cor. 5:2) y juzga el pecado local (Gal. 6:1,2; 1 Cor. 5:13).

El miedo

Una razón algo evidente por la cual el problema se manifiesta, y se perpetúa, es el miedo a perder miembros, disminuir la fuerza financiera, perder el estatus, etc. La conexión familiar dentro de una iglesia local es un obstáculo disuasivo poderoso, cuando algunos miembros irresponsables ejercen presión donde saben que funciona. Incluso, estos miembros carnales pueden ser parientes de algunos en otra congregación de influencia, lo cual atemoriza al predicador de señalar el pecado por miedo a perder su salario. Así, pues, el miedo paraliza a la congregación, por el ingreso y estadía de miembros mundanos que han impuesto su estándar perezoso y malvado. Al ceder a esta presión indebida, la congregación acepta el desorden y alienta la inasistencia. Si uno puede asistir irresponsablemente todos pueden hacerlo también.

La corrección del problema

La corrección del problema comienza con la firme resolución de tratar el asunto de una vez por todas, haciendo una lista de los que no asisten, con nombre y apellido, para luego averiguar la razón de su desorden. Llegado el momento, cuando el pecador presente sus excusas, y comúnmente lo hará, porque sus obras se harán manifiestas (cf. Gal. 5:19; 1 Tim. 5:24,25), será advertido y procuraremos restaurarle (Gal. 6:1,2). Si se arrepiente de su pecado, abandonándolo y confesándolo (Hech. 8:22; 1 Jn. 1:9) habremos salvado de muerte un alma (Sant. 5:20). Pero, si el pecador promete una obediencia futura, resistiéndose sobre su deber y obligación presente, obviamente no se ha arrepentido. La obediencia es inmediata (cf. “al instante”, Mat. 4:19-22). No hay obediencia en la promesa de un rebelde.

Habiéndose negado a la ayuda de sus hermanos en Cristo que procuraban su restauración (1 Tes. 5:14), el rebelde debe ser quitado (1 Cor. 5:5,13; 2 Tes. 3:6,14,15).

Por lo general, aquellos que han establecido su propio estándar de asistencia irregular y desordenada, han aprovechado el tiempo leudando la iglesia local (cf. 1 Cor. 5:6). Han ganado adeptos, apelando a emociones y sentimientos, e incluso, torciendo las Escrituras. El problema no será corregido sin superar el miedo por el debido temor de Dios (cf. Luc. 12:4,5).

¿Consecuencias? Sí, las habrá. La más importante de todas, agradaremos a nuestro Señor como miembros de una bien llamada “iglesia de Cristo”.