Por Josué Hernández
La Biblia, la bendita palabra de
Dios, muchas veces nos señala que debemos amar a Dios, y nos da excelentes
razones para ello. No obstante, hay un aspecto de nuestro amor que a menudo se
pasa por alto, o que ignoramos por alguna incomprensión.
El apóstol Pablo escribió: “Antes
bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en
corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero
Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo
escudriña, aun lo profundo de Dios” (1 Cor. 2:9,10).
Dios ha preparado algunas cosas
“para los que le aman”. Esto debe avivar nuestro interés para buscar aquellas
cosas que Dios, nuestro Creador, Señor y Salvador, ha preparado. Pero ¿qué son
estas cosas que Dios ha preparado? Sabemos que Dios ha preparado la salvación
para los que le aman. No obstante, este no es el punto de Pablo aquí.
Las cosas que Dios ha preparado
“para los que le aman” son indicadas en el versículo 10, “Pero Dios nos las
reveló a nosotros por el Espíritu”. El apóstol Pablo indicaba a los
corintios aquella revelación de Dios al hombre, lo cual resultó en el libro que
llamamos “Biblia”.
Por medio del Espíritu Santo los
apóstoles comprendieron toda la verdad (Jn. 16:13), y cuando leemos el
resultado de tal revelación en la Biblia podemos alcanzar el mismo
entendimiento y comprensión que ellos recibieron (Ef. 3:1-5). Esto es algo
maravilloso. Siempre que estudiemos la sagrada Escritura con la actitud
correcta (cf. Luc. 8:11; Hech. 17:11) lograremos el mismo nivel de conocimiento
y comprensión de los grandes apóstoles de Cristo.
Sin embargo, cuando miramos a
nuestro alrededor, en la llamada cristiandad, observamos a muchos que dicen amar
a Dios, pero sin recibir las cosas que “Dios ha preparado para los que le
aman”. Dicen que aman a Dios, pero todavía son esclavos de vicios y diversas
concupiscencias, practicando las obras de la carne (Gal. 5:19-21).
Pero ¿qué hay de ti? ¿Qué hay de
mí? ¿Realmente amamos a Dios? La única manera de afirmar el amor por Dios será
cuando hemos hecho de su revelación nuestra única guía y luz en la vida (cf.
Sal. 119:105; Col. 3:17; 2 Tim. 3:15-17; 1 Ped. 4:11). Si nos hemos sujetado
humildemente a la revelación de Dios en su palabra, entonces con toda
honestidad y veracidad realmente estamos amando a Dios. El apóstol Juan
escribió, “Pues este es el
amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos”
(1 Jn. 5:3; cf. 1 Sam. 3:10).
Recordemos lo que Jesús dijo a
los apóstoles acerca del discipulado, “enseñándoles que guarden todas las
cosas que os he mandado” (Mat. 28:20). Entonces, ¿Amamos realmente a Dios?
Nunca nos olvidemos que Dios ha preparado su palabra para los que le aman, y
Cristo dijo, “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15).