Bendecir, alabar, honrar



Por Josué Hernández


De la mujer virtuosa, Dios dice: “Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; la mujer que teme a Jehová, ésa será alabada. Dadle del fruto de sus manos, y alábenla en las puertas sus hechos” (Prov. 31:30,31)

El verbo “alabar” es "elogiar" o "recomendar" (ej. 2 Cor. 8:18), "decir algo bueno de alguno" (ej. Fil. 2:19-22); y, honrar es "reconocer el respeto que alguno merece, y dárselo" (ej. Ef. 6:2; 1 Ped. 2:17).
Tales cosas son algo diferente a "glorificar". La gloria la honra y alabanza son para Dios como tal, pues sólo él es Dios. Pero el "elogio" y el "respeto" son algo que debemos atribuir a otros. Tanto así, que debemos procurar hallar algo bueno que elogiar de nuestros enemigos (Rom. 12:14; Mat. 5:44).
La palabra "bendecir", significa "decir bien", o "decir algo bueno", en lugar de “maldecir”.
Pablo dijo, “La copa de bendición que bendecimos” (1 Cor. 10:16), porque al dar gracias por el fruto de la vid “decimos algo bueno” en oración, por lo tanto “bendecimos” y elogiamos este elemento consagrado que nos trae a la memoria la sangre de Cristo.

Cristo alabó la fe de dos gentiles (Mat. 8:10; 15:28), y la de todos los que no vieron y creyeron (ej. Jn. 20:29). El Señor alababa cierta conducta (Luc. 10:38-42) y expresiones de fe (Mat. 16:18). El apóstol Pablo alabó, es decir, elogió, la conducta de Onesíforo (2 Tim. 1:16-18) y la de varios compañeros en el evangelio (ej. Fil. 4:3), así también lo hacía el apóstol Juan, alabando la fe y amor de Gayo, Demetrio, y los predicadores fieles (3 Jn).

En nuestra relación con el gobierno, Cristo en su ley demanda, "Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra" (Rom. 13:7). Debido a esto, Pablo con respeto, atribuyendo honra al cargo investido, dijo “excelentísimo Festo”, en incluso “oh rey Agripa” (Hech. 26:25,27).

Que manifestemos la honra debida, y la alabanza, según los varios ejemplos que tenemos revelados en las sagradas Escrituras, gozándonos en lo que Dios se goza. Sin duda alguna este elemento en nuestras vidas hará atractiva nuestra predicación, en un mundo amargado que no respeta ni considera a su prójimo hecho a la imagen y semejanza de Dios (cf. Luc. 18:2; Sant. 3:9,10).



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