Por Josué Hernández
“sino
santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados
para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande
razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Ped. 3:15).
El mundo en el que vivimos se ha
vuelto contencioso y agresivo. Muchos temas que se debaten, ya sea en persona,
como también en las redes sociales, están impregnados de pasión carnal y
reacción emocional indebida. Algunos son fácilmente tentados para “disfrutar”
del espectáculo que proporcionan los contendientes, admirando las palabras que
se lanzan, y como se maltratan los unos a los otros. Por otra parte, hay
quienes considerando semejante escenario son tentados a no participar de ningún
tipo de discusión, especialmente cuando saben, o están razonablemente seguros,
que habrá desacuerdos.
Sin embargo, la polémica será
parte de nuestra vida, nos guste o no. El sustantivo “polémica” es del vocablo
griego “polemos”, que significa “guerra”.
Según las Escrituras, no toda guerra es mala (Apoc. 2:16; 12:7). El
Señor nos manda pelear por la verdad (1 Tim. 6:12; Fil. 1:16; Jud. 3). Pero,
nuestro Señor, como soberano de nuestras vidas, ha estipulado algunas reglas
importantes que debemos observar al discutir temas polémicos.
El apóstol Pedro nos indica qué
hacer, “estad siempre preparados para presentar defensa… ante todo el que os
demande razón de la esperanza que hay en vosotros”. Y, además, indica cómo
hacerlo, “con mansedumbre y reverencia”.
Nuestras discusiones pueden
dirigir a otros a los pies de Cristo. Pueden ser ocasión de salvación para las
almas perdidas. Obviamente, no queremos que alguno caiga humillado a nuestros
pies. Como dijo el apóstol Pablo, “derribando argumentos y toda altivez que
se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a
la obediencia a Cristo” (2 Cor. 10:5).
Principios para
discutir temas polémicos
Diga la verdad
“Si alguno habla, hable
conforme a las palabras de Dios… para que en todo sea Dios glorificado por
Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los
siglos” (1 Ped. 4:11). Esto significa que cuando estamos discutiendo
asuntos sobre los cuales Dios ha revelado su voluntad, debemos representar con
precisión lo que enseñan las sagradas Escrituras (cf. 2 Tim. 2:15).
A Timoteo se le mandó, “que
prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende,
exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán
la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros
conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se
volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz
obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Tim. 4:2-5).
Las opiniones varían, y pueden tener
un aura poderosa, pero tenemos la obligación de exponer la verdad de Cristo.
Muestre la actitud
adecuada
“Porque el siervo del Señor no
debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que
con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que
se arrepientan para conocer la verdad” (2 Tim. 2:24,25). Como siervos del
Señor debemos representar adecuadamente a nuestro soberano, Jesucristo. Al cumplir
nuestra obligación de expresar la verdad, Jesucristo nos ha prohibido hacerlo
de manera pendenciera, u odiosa. Debemos decir la verdad, pero debemos decirla
con amor (cf. Ef. 4:15).
Ataque al
argumento no a las personas
Como citábamos anteriormente, “derribando
argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y
llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Cor. 10:5).
Es tentador atacar al oponente, en lugar de procurar derribar sus argumentos. Algunos,
que han sucumbido a la tentación, parecen regocijarse derribando oponentes, aún
por las redes sociales. Nosotros no debemos actuar así.
Evite responder
con enojo y frustración
“El hombre irascible suscita
riñas, pero el lento para la ira apacigua contiendas… El corazón del justo
medita cómo responder, mas la boca de los impíos habla lo malo” (Prov.
15:18,28, LBLA). Cuando discutimos temas polémicos con aquellos que no están de
acuerdo con nosotros, fácilmente podemos enojarnos y frustrarnos. Algunos lanzarán
una bravata, otros comenzarán un chisme. Pero la alternativa bíblica será
controlar las emociones y ser sabios, “¿Quién es sabio y entendido entre
vosotros? Que muestre por su buena conducta sus obras en mansedumbre de
sabiduría. Pero si tenéis celos amargos y ambición personal en vuestro corazón,
no seáis arrogantes y así mintáis contra la verdad. Esta sabiduría no es la que
viene de lo alto, sino que es terrenal, natural, diabólica. Porque donde hay
celos y ambición personal, allí hay confusión y toda cosa mala. Pero la
sabiduría de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable,
condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin
hipocresía. Y la semilla cuyo fruto es la justicia se siembra en paz por
aquellos que hacen la paz” (Sant. 3:13-18).
Esfuércese por
estar en paz con todos
“Si es posible, en cuanto
dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Rom. 12:18).
Algunos tienen reacciones emocionales muy fuertes cuando se enojan en los
debates formales, o informales. No podemos evitar cómo reaccionará la gente, sin
embargo, si es posible velar por la verdad y mantener la paz, debemos esforzarnos
en pro de aquello.
Recuerde el
objetivo
“pero nosotros predicamos a
Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los
gentiles locura… Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a
Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Cor. 1:23; 2:2). Al fin, lo que
importa es si estamos, o no, en lo cierto respecto al Señor. Pablo hizo a
Cristo su prioridad de predicación. Podemos discutir muchos temas polémicos,
pero nunca perdamos nuestro objetivo, “Porque el amor de Cristo nos
constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y
por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel
que murió y resucitó por ellos” (2 Cor. 5:14,15).
Reconozca el
límite de tiempo en estas discusiones
“Y si alguno no os recibiere,
ni oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad, y sacudid el polvo
de vuestros pies” (Mat. 10:14). Las discusiones en general fácilmente
degeneran en el lanzamiento audaz de palabras que descienden en un espiral
infructífero y tormentoso. Jesucristo enseñó que no debemos continuar discutiendo
con una persona, o grupo de personas (cf. Hech. 13:44-51), por un período
ilimitado. Si la discusión es productiva y fructífera, genial, maravilloso. Si
la discusión trata sólo de palabras y ego, debemos abandonarla y seguir
adelante.
Pablo dijo a los colosenses, “Sea
vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo
debéis responder a cada uno” (Col. 4:6).
Conclusión
Hay discusiones importantes en
las que tendremos que participar. Pero, necesitamos recordar estos principios
bíblicos básicos para que en nuestras discusiones podamos sembrar la semilla de
la verdad en los corazones, lo cual eventualmente llevará almas a los pies de
Cristo. Por el contrario, las semillas de la discordia alejarán las almas de
Cristo y la salvación.