Reglas bíblicas para las discusiones religiosas



Por Josué Hernández


sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Ped. 3:15).

Corresponde a todos los cristianos el alistarnos para enseñar a otros, y hay muchas formas posibles de hacerlo. Por ejemplo, cuando alguien nos interroga acerca de la esperanza que hay en nosotros, aquel intenso anhelo y expectativa, la cual regula nuestra conducta y motiva nuestro proceder.
Queremos aprovechar las oportunidades que se nos presenten para expresar la razón de nuestra esperanza en Cristo. Sabemos que debemos derribar argumentos (2 Cor. 10:5), y contender ardientemente por la fe (Jud. 3). Sin embargo, no debemos olvidar que para ello somos obligados por el Señor a hablar su verdad en amor (Ef. 4:15) sin ser contenciosos (2 Tim. 2:24-26).
Para lograr exitosamente nuestro objetivo, aprendamos algunas reglas para las discusiones que se nos presentarán.

Estar dispuestos a defender la verdad
Pablo, como apóstol, estaba puesto para la defensa del evangelio (Fil. 1:16), y de una forma similar, todos los cristianos debemos estar listos para presentar una defensa (1 Ped. 3:15). Para ello, primeramente, el apóstol nos indica que debemos “santificad a Dios el Señor en vuestros corazones”. El verbo “santificar”, es apartar, o consagrar. Por lo tanto, significa colocar al Señor en el trono de nuestro corazón, para que él siempre sea el gobernante y Señor de nuestra vida.

Hablar la verdad en amor
“sino que hablando la verdad en amor” (Ef. 4:15, LBLA). Comunicar la verdad en amor significa que hablemos con amor por Dios, ya que nuestra enseñanza lo glorifica (1 Ped. 4:11), con amor por la verdad, al enseñar todo el consejo de Dios (Hech. 20:27), sin añadir, ni quitar (cf. 1 Cor. 4:16; Apoc. 22:18,19), y con amor por las almas perdidas para que conozcan la verdad y sean salvas (1 Tim. 2:4).

Siempre apelar a las Escrituras
“Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios… para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo” (1 Ped. 4:11). Esto significa que usaremos bien palabra de verdad (2 Tim. 2:15), para guiar a las personas a la fe (Rom. 10:17). Si la gente cree nuestro mensaje, debe reconocerlo como de Dios mismo (cf. 1 Tes. 2:13). Debemos citar libro, capítulo y versículos, en su contexto, y estar siempre dispuestos a ser cuestionados (cf. Hech. 17:11; 1 Tes. 5:21).

Usar el terreno común
Siempre estaremos de acuerdo con quienes discutimos, en algún tema o temas básicos. Este es el terreno común que debemos aprovechar. Incluso, podemos usar las expresiones de ellos mismos para construir desde ahí un buen estudio bíblico. Siempre observamos en los sermones registrados en Hechos, que los predicadores de la verdad comenzaban su argumentación desde el punto de comprensión de su auditorio. El apóstol Pablo aprovechaba este terreno común para enseñar la verdad, ya sea en una sinagoga de Tesalónica (Hech. 17:2,3) o en el Areópago (Hech. 17:22,23). Incluso, Pablo citaba de la literatura conocida de su tiempo (Hech. 17:28; 1 Cor. 15:33; Tito 1:12).
Siempre hay un terreno común, ya sea la creencia en Dios, la inspiración de la Biblia, la necesidad de la autoridad, la simplicidad del cristianismo del Nuevo Testamento, los principios básicos de moralidad, etc.

No ser pendencieros
“Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido” (2 Tim. 2:24). Los ataques personales, tan apreciados por el maestro del error, no deben ser herramientas del siervo del Señor (1 Ped. 2:23).
No necesitamos pronunciar la última palabra, sino dar a conocer la verdad que tanto se necesite. estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros (1 Ped. 3:15). No estamos obligados a dar respuesta a cada pregunta que alguno exprese, sin importar que tales preguntas sean capciosas, o falaces. No estamos obligados a discutir sobre palabras sin provecho. Tales cosas nos han sido prohibidas (cf. 2 Tim. 2:14-16).

No tomar la ofensa de manera personal
Cuando procuramos discutir provechosamente, muchas veces no querrán oírnos. Nos rechazarán, se opondrán a lo que afirmamos, tergiversarán nuestras palabras, e incluso, algunos usarán de ataques personales y de la burla. Cuando esto suceda, fácilmente podríamos tomarlo personal, olvidando que no nos han rechazado a nosotros, sino a Jesucristo. “El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió” (Luc. 10:16). No serán pocas las ocasiones en las cuales tengamos que sacudir el polvo de nuestros pies, y seguir adelante (cf. Luc. 10:10,11), buscando gente con corazón bueno y recto (Luc. 8:15).

Conclusión
No hay manera de que las almas sean salvas, aparte de la obediencia al evangelio (Rom. 1:16). Debemos aprovechar las oportunidades para predicar el evangelio (1 Cor. 1:21) siguiendo el ejemplo de discusión que Dios registra y aprueba en su palabra (cf. Hech. 17:2,17; 18:4,19; 19:9; 2 Tim. 2:24).
Que discutamos acerca de la verdad, mientras nos cuidamos de hacerlo de la manera correcta.


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