Por Josué Hernández
“Porque Esdras
había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y
para enseñar en Israel sus estatutos y decretos” (Esd. 7:10).
“Lo que has oído
de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para
enseñar también a otros… Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado,
como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de
verdad” (2 Tim. 2:2,15).
Vivimos en un mundo digitalizado donde
la mayoría de la información nos llega en ráfagas interrumpidas y entrecruzadas
con muchas otras, todas desarticuladas, y descontextualizadas, mediante
nuestros dispositivos inteligentes, siendo el más común de todos “el smartphone”,
el cual brinda la mayoría de la información que absorbe el hombre moderno. Y
así como usamos el smartphone para consumir información de las diferentes
aplicaciones, leemos también la Biblia.
El papel parece quedar relegado
por las pantallas táctiles, que ofrecen comodidad, rapidez, y superficialidad,
a menudo intercaladas con algún mensaje de texto que nos distrae, o tal vez, un
correo electrónico, o una llamada telefónica, que interrumpen la lectura, lo
cual es emocionante, y entretenido.
En cambio, la lectura de un libro
físico, es decir, un clásico libro de papel, de aquellos que solicitábamos en
la biblioteca, demanda una lectura profunda, introspectiva, y la concentración
necesaria, para entender determinada declaración, o hecho, en su contexto
inmediato y remoto, según la intención del autor al escribir a su auditorio. Lo
cual impone al lector una carga de esfuerzo que no es entretenida, ni cómoda,
ni mucho menos, rápida.
Sin embargo, vivimos en la era de
la gratificación inmediata, de la entretención y la diversión banal, y la
Biblia, la sagrada Escritura, ha sido digitalizada e instalada como una más de
varias otras aplicaciones en nuestros dispositivos inteligentes.
Pero, no me malinterprete. No
afirmo que sea malo tener alguna versión de la Biblia o programa bíblico en nuestro
smartphone. Yo soy uno más entre millones que uso de tales recursos para
enriquecer mi comprensión usando de algún léxico o diccionario bíblico, o alguna
versión digital, o comentario bíblico, que no poseo físicamente.
No obstante, estudiar la sagrada
Escritura en un smartphone, siempre será tremendamente limitante, aun cuando
usted deje su dispositivo en modo avión, y venza toda tentación de distraerse
con las redes sociales.
Las pantallas táctiles no pueden
reemplazar el beneficio de leer la Biblia físicamente, como siempre fue leída. Porque
la comprensión, memorización, interpretación, y aplicación, de un pasaje
bíblico en su contexto, considerando la intencionalidad del autor inspirado, el
auditorio al cual escribió, y la ocasión que impulsó su escrito inspirado, son disminuidas
en una pantalla táctil.
Según la más reciente investigación
neurocientífica, el desarrollo de la comprensión de nuevos conceptos e ideas por
la lectura profunda sucede cuando leemos patrones lógicos y lineales, lo cual
no puede ocurrir frente a una pantalla táctil. La lectura de un libro físico no
puede dar a la mente la calma e introspección, sino que le proporciona
información descontextualizada que no produce mayor inteligencia.
A su vez, la costumbre general de
leer en el smartphone motiva la búsqueda de mayor lectura divertida,
entretenida, y a menudo interrumpida, por las diversas aplicaciones que funcionan
a la vez.
Quien acostumbra a consumir la
información lanzada a su cerebro desde su smartphone, tendrá grandes
dificultades de concentración para aprender en determinado contexto gramatical
cierta idea o concepto en un libro físico.
¿Cómo estamos estudiando la
palabra de Dios? ¿Dejamos tiempo de calidad para ello? ¿No será mejor disminuir
las horas de televisión en casa, y restringir el uso de aparatos digitales,
fomentando la lectura física desde la primera infancia?
No podremos dejar la ingenuidad
(Rom. 16:18) y la niñez (Ef. 4:13) y ser llenos del conocimiento de la voluntad
de Dios en toda sabiduría e inteligencia espiritual (Col. 1:9), sin esforzarnos
por leer la Escritura considerando el contexto y los patrones de conceptos e
ideas en ella revelados.
Piénselo.